Insecticida

Parte I. Preludio.

Ven conmigo, luz mía,
vamos a morirnos
para bailar con las hormigas.

Sólo necesitamos apestar
un par de días
para conocer escarabajos
y alojar gusanos en las tripas.

(Señor larva, apresúrese
que mi banquete se termina;
invité a un par de ratones
y las cucarachas están en lista).


Parte II. El nudo.

A veces ya sólo sirve de alimento
aquel que ya no tiene encanto por la vida.
Y me siento en mi punto, hirviendo
en mi agonía, a fuego lento,
en mi estúpido intento
de deducir por qué tu huída
me ha llevado a este momento.

Sé que al final me darás risa,
pero aún no te pienso
de la manera en que siempre pienso;
estoy muy ocupado
enfatizando mi caída.
Llorándole a tu puñalada
en el pecho.


Corazón bañado en su tinta,
para usted, Madame Insecto.
Buen provecho,
disfrute su comida.


Parte III. La solución.

No quiero de su empatía.
Hablo en serio.

Lo único que me debo
es aplastar al reflejo
que me observa tras mis retinas;
aquel que habla y actúa
y se presenta tan correcto
Qué tal, soy Carlos,
buenos días,
y que espera a los rincones
y a las sombras de las esquinas
para desenterrar amores
y relamer viejas heridas,
como un perro sin nombre.

Matemos al animal que traigo dentro,
al ingrato que usurpó mi vida
y en quien a veces me convierto
(no por querer sufrirla
pero por querer a lo pendejo).

Cada hora es mía
y no perderé más tiempo.
Le romperé el exoesqueleto,
robaré la gracia que era mía.
Quedaré mejor que nuevo.

Me purgaré totalmente,
desde adentro.
A veces debo ser
mi propio insecticida.