Cuando te haces la sangre
de esa herida que ya no tengo,
el peso de todas
las mujeres
de mi vida
se me viene encima,
como en el sexo.
(Lo confieso. Te quise enterrar
bajo ellas,
entre sus piernas.
Tras el espejo.)
Cuando te haces el agua
de ese río del que ya no bebo,
una sombra
suple a la noche
y se vacía en
mis párpados abiertos.
¡Te escondí tantas veces,
y en tantos cuerpos...!
En el destierro de mis errores
sus ecos siguen despiertos.
(Las busco y las busco,
para saciarme,
y es en sus rostros que te encuentro.)
A veces te haces mis labios
cuando me pierdo
adentro de mis besos,
y a veces te haces las flores
que ya no podemos oler los muertos.
Te digo y me digo
y repito todo esto
Precisamente porque carece
de sentido.
Porque ya no te quiero.
Me lo juro por mi carne maldita,
si bien los claveles
nunca marchitan
cuando germinan en el pecho.
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