(Larga fue la espera por la historia, en lo que germinaba dentro de mí. No los demoro más. Gracias. Lean.)
* * * * *
El nivel de la sangre ya rebasaba la mitad de la escalera, así que todavía teníamos un poco de tiempo. Algunas latas y objetos diversos, como el colchón, comenzaban a flotar ligeramente a la deriva, siguiendo una débil trayectoria circular alrededor de todo el cuarto, seguramente provocada por la forma en que caía la sangre. La silueta tenue de las cosas se dibujaba con debilidad por la única fuente de luz, la vela.
Estábamos bastante tranquilos, a decir verdad. Lo peor ya había pasado. Mamá ya había dejado de llorar, gritar, entrar en ataques de pánico, o mirar perdidamente al vacío; y Manuel por fin había dejado de lado esa terca plática en la que intentaba convencer a mamá de que sí había una forma coherente de escapar. A falta de saber qué hacer, terminamos haciendo una especie de última cena en los escalones de más arriba. Para ese momento en el que lo decidimos, el chorro de sangre ya cubría varios escalones por completo.
Nadie se atrevía a tocar la sangre, ni siquiera para agarrar algún objeto flotante. Ésta fluía con velocidad desde un lateral de la puerta, embarrándose copiosamente sobre la pared y cayendo hacia el cuarto, como una cascada formando un lago en la penumbra. Casi no pudimos tomar nada antes de resguardarnos en los escalones, por lo que la última cena no fue tan suntuosa como el nombre lo presume. Una botellita de agua y duraznos en almíbar, para ser exactos. Vaya forma de morir. Pero lo pasamos bien, por extraño que eso parezca.
-¿De verdad crees que nos merezcamos esto?
-¿A qué te refieres?
-A esto. Esto. Tener que ser... castigados. Yo creo que no somos malos. Yo no creo que alguien sea malo realmente. Todos tenemos el mismo origen, vamos al mismo destino, somos capaces de hacer el bien. Yo creo que esto no nos lo merecemos, al menos no todos.
-Ay, hijo, te voy a decir lo que yo creo. No somos malos, eso te lo creo. Pero tampoco hacemos nada por la miseria ajena, por pensar en la inutilidad de las guerras, en la falacia que te ofrece el dinero... Yo creo que estamos pisando el borde del abismo que separa a la bondad de la maldad, y creo también que tenemos lo que merecemos.
-Sí, pero piensa, la forma más lógica de salir de aquí es si...
-Quizá yo no quiera que salgamos de aquí. No si no es lo nuestro. Quizá lo mejor sea que esperemos a reclamar lo que merecemos desde hace tiempo. Si nadie nos salva, entonces debemos pertenecer aquí. Quizá alguien nos salve en el último momento, cuando el cuarto se llene por completo; o quizá es una prueba a nuestra paciencia, y en algún momento se va a detener.
-No, pero mira mamá, si todos juntos abrimos...
-No hijo, no hay que hacer nada. Si voy a morir, quiero morir con ustedes, y quiero morir porque así lo elijo yo, no porque alguien me imponga el destino.
El almíbar disfrutó de otro corto rato de silencio.
-Siempre pensé en Dios como alguien... o algo... demasiado lejano, como si fuera algo que le sucede a alguien más. Nunca me sentí realmente compenetrado con él, es como si hubiera necesitado que se terminara el mundo para realmente sentirlo cerca de mí. La vida diaria era siempre demasiado... ordinaria. Siento que aún no puedo terminar de creer en él.
La sangre devoró otro escalón. Quité mis pies del piso, subí un escalón más. Escuché cómo todos se recorrieron instintivamente, como yo. La cabeza de Menito tocó la puerta, que hacía las veces del techo. La sangre nos salpicaba un poco, pero al pasar del tiempo no sucedió nada distinto y nuestra angustia disminuyó, pudimos ignorarlo a medias.
-Ay hijo mío, tienes todo para creer... Yo vi a Dios en sus rostros siempre, desde el momento en que nacieron de mí.
Los tres nos juntamos en un abrazo cálido, que bien pudo haber durado una edad completa. No dije nada, realmente nadie podía contestar a una frase así. Yo no sabía realmente qué era Dios; igual que Manuel, siempre me lo había puesto como alguien distante... alguien a quien le rezaba todas las noches, o a quien le pedía cosas, o a quien visitaba algunos domingos. Pero realmente no era parte medular de mi vida, era como una cosa más, tan cotidiano y monótono (y, tengo que aceptarlo, tan indiferente) como lavarme los dientes. ¿Eso me convertía en una mala persona? ¿Qué iba a ser de mí, de qué forma iba a ser juzgado? ¿Qué pasaba si nadie venía por nosotros? ¿Qué pasaba si sólo se salvaban algunos de nosotros? ¿Qué pasaba si, efectivamente, nadie venía?
-Ya queda muy poco espacio, creo que a este ritmo será mejor si nos paramos sobre los escalones inundados. Ya saben, para reducir un poco la claustrofobia.
El chorro de sangre que corría por la pared parecía habernos escuchado. Aceleró su ritmo, se precipitó furiosa, salpicándonos, como si quien controlara su flujo hubiera abierto de golpe la llave de paso. Posamos sobre ella la mirada, saturada de miedo. Menito frunció un poco su gesto, y se tocó el pecho en señal de dolor.
-Estoy bien, fue sólo una pequeña molestia.
Quedamos en silencio. Nos abrazamos un poco más. La sangre subía ahora desenfrenada, como si se llenara desde el fondo, resuelta a terminar la pesadilla en pocos minutos. Mi hermano bajó unos cuantos escalones, empapándose las piernas de color rojo, para poder erguirse sin que le estorbara el techo. Le seguimos tímidamente. La sangre se sentía un poco caliente al contacto con los pies, pero no era como agua. Era más bien como un líquido espeso, entrando torpemente por los zapatos y a través de los calcetines. A través de los pantalones. No se sentía bien. Pero ya no importaba realmente. Prefería esa sensación a la de ahogarme en sangre.
Afuera se empezaron a escuchar los pajaritos. Nos miramos en impactante silencio.
-¿Y si ya terminó todo?
Otro escalón sucumbió en la oscura sangre. Mamá tomó la vela en sus manos para que no se apagara.
-No, no, es un engaño. Es una tentación para que abramos.
-¡Mamá, pero eso no tiene sentido! ¿Qué otra señal esperas?
-¡¿Qué no recuerdas lo que pasó cuando te asomaste?!
-¡Pero esto es distinto! Escúchame... No, tan sólo escúchame. Mira, si no abrimos, morimos ahogados de seguro. ¡Si abrimos, quizá no morimos! ¡Entiende es la opción más conveniente, porque lo peor que puede pasar es que quedemos igual! ¡Condenados! ¡No perdemos nada!
Un escalón más. Moverse ya era difícil. No íbamos a a tener luz por mucho tiempo.
-Está bien. Abre.
Menito dió media vuelta rápido, hacia la cerradura.
-¿Dónde está la llave?
-¡Está abierto, nadie le echó cerradura!
-¡No abre!
-¡No la jales, empuja!
-¡¡ESPERAAAA!!
Me sorprendió mi propia voz, siempre tan débil.
-¡Es una trampa porque la sangre sigue cayendo!
Desesperados, nadie había notado eso. Qué error tan estúpido. Mientras, otro escalón más. Las arañas se revolvían, desesperadas, porque sabían que se acercaba el fin.
Quedamos un poco derrotados. Ya no había nada por hacer. Nos miramos con la cara triste, el silencio roto por la sangre hambrienta de techo.
-Mamá, te quiero.
-Y yo a ti, Manuel, hijito.
Se abrazaron. Menito me cargó en sus brazos, y quedamos los tres así por un segundo. Luego fue cuando lo dijo:
-Perdón.
Y me aventó con todas sus fuerzas hacia el centro del cuarto, que casi se llenaba de sangre. Yo no sabía nadar.
Escuché el grito de mamá a medias, como un rumor sordo entre mis malas pataleadas y mis oídos sumergidos. La vi lanzarse hacia mí, vela en mano. Todo quedó en oscuridad, y la vela seguramente se perdió en sangre. Todo era muy confuso, me intentaba mover para regresar a la orilla, pero era tan difícil... Mi cuerpo no respondía a mi comando de supervivencia. Sólo sentía sangre del rostro para abajo, como una alberca muy confusa. Sentí algo junto a mí, el colchón. Mamá llegó también, me sintió con las manos, se aferró también al colchón, histérica. Entre los gritos y la sangre agitada, reconocimos una voz familiar:
-¿¿¡Y qué pasa si me vacío el corazón de sangre!??
No entendimos nada. Todo estaba demasiado oscuro.
-¿¿¡¡Y QUÉ PASA SI ME VACÍO EL CORAZÓN DE SANGRE!!??
Nadie le respondió a Manuel.
-No puedo evitarlo, necesito creer en Dios.
Escuchamos un golpe seco, y un gemido apagado. La sangre dejó de ecucharse correr por la pared. Nada se movió en ese segundo infinito.
Se escuchó como una explosión. El cuarto se llenó de luz, luz proveniente del pecho de Menito. Luz que reflejaba la superficie brillante de un cuchillo en su mano, un cuchillo que acababa de ser enterrado en un corazón. Menito permanecía de pie, admirando su pecho incandescente, los botones abiertos de la camisa, como si ésta contuviera adentro a un sol. La sangre le brotaba del pecho de una manera grotesca y majestuosa, entre rayos potentes. Se hizo de día en el cuarto bajo tierra. Se iluminó también la sangre en la que flotábamos, pero no como un efecto de la luz del pecho, sino como si la luz proviniese de sí misma, como si la sangre se hubiera transformado en luz, en oro puro líquido. El sonido de explosión se alargó hasta la eternidad. También el brillo de la sangre dorada. Pero no pude cerrar los ojos. Recargado sobre la pared, a punto de extinguirse, Menito supo que lo había conseguido.
Recordaré su rostro lleno de paz, por siempre, porque esa fue la última vez que lo vi. El brillo de la luz se hizo más intenso, la sangre áurea pareció extenderse más allá de las paredes del cuarto y de nuestros pies a la deriva, más allá de mí y de mamá, y de Menito, y del cuarto que tanto había sufrido en penumbra. Más allá del techo, y las arañas, y el mundo exterior. Quedamos envueltos en un haz de luz infinito e inacabable.
Ahí, terminó todo.
* * * * *
Epílogo.
Mucho tiempo ha pasado desde esos días extraños y cortos. Hoy relato esto, una vez más, a nombre de la memoria de los hombres que alguna vez nos alzamos sobre el polvo del que venimos, para no olvidar nunca nuestras horas distantes y confusas, antes de la nueva luz en el nuevo mundo. No es importante si relato quiénes o cuántos se salvaron (si es que así puedo llamarle), y quiénes se perdieron dentro de sus propios corazones. Lo que sí sé es que, en algún punto de esa luz que siempre me rodea y que por siempre perdura, hallo el calor y el palpitar de mi hermano, Manuel. Menito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario