Se vive para unos pocos días, nada más. Los demás son para hablar del gobierno, resguardar el traje de la lluvia y sudar en el tráfico del mediodía. (Si sabré algo de eso).
Estoy muy seguro de que yo ya viví, al menos, dos días. El primero pasó casi desapercibido. Sensación profunda y gloriosa, despejada. Efímera. El segundo, sin embargo, ya traía resaca. Conciencia.
Crecer adentro es cosa de un instante, hay una noche larga como la luz o un último roce insoportable. Una victoria indiscutida. Entonces ya no hay nada bajo la cama, y las estrellas se hacen de gas. Y es verdad que no existen las brujas, no las hay, pero a veces juraría que Eva camina por el bosque, con los ojos lechosos y raíces en los pies, convirtiendo a las personas en flores de cristal.
Cómo quisiera ser su Adán, y desvestirla con hojas secas y aguanieve. Ya van muchos, demasiados días que no se cuentan, entre pagos de luz y el periódico dominical. Así que, Dios, dame por favor ese tercer día o tírame de tu mesa, que ya me sabe rancia ésta mi piel, hombre de masa de sal.
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