Te reconocí

Te reconocí. Bajo la epidermis, aguardabas hasta encontrarme.

Sabía que eras tú en cuanto me penetraste por los ojos, el ombligo, las fosas nasales; por los oídos, bajo las uñas, mi diminuta mollera; y hasta mi despreocupada sangre.

Eras tú, lo supe al instante. Nadie más puede secretar ese llamado latente en el aire. Nadie hace la desintegración de mi cuerpo tan agradable. Yo ya no soy yo, yo soy tú, y por eso vengo tan torpemente, buscándote, intentando reintegrarme. Soy como tu brazo, tan sólo un pedazo tuyo usado para crearme. (Adán, soy tu costilla, repárame).

Basta. Ahora tómame, quiero ser como sal disuelta en tu agua, como tejido unido a tu carne. Ya no me hagas esperar más, ya te esperé bastante. Tómame entre tus labios, termíname a besos, por favor deshazme.

Sol y Luna

Muy lejano permanece ahora el día en el que Mar creó el regalo de Vida, su amante. Se sabe que, vertiéndose de su mente como un pensamiento demasiado grande, el mundo comenzó a formarse a la mitad del vacío, al principio del tiempo.


Sucedió en algún momento que el pensamiento de Mar, majestuoso pero insuficiente para la creación entera, parecía diluirse entre las maravillas de la tierra, por ser éstas tan variadas y numerosas, y por tanto tuvo que hacer uso de otros elementos para terminar su regalo. En señal de que su amor fuese visible en el mundo entero, introdujo un puño en el pecho y extrajo su palpitante corazón. Acto seguido, le aventó a los cielos, para que éste se paseara majestuosamente por encima de todo. Vida, para sorpresa de Mar, le imitó en su acto de amor eterno, y ambas esferas llameantes paseaban juntas por toda la cortina celeste. Sin separarse ni dejar de arder (arder uno por el otro) jamás. Iluminando intensamente todo lo que era con su cariño.



* * * * *



Llegó entonces el día, ya relatado muchas veces, en que Dios Uno sacrificó y escondió a Vida para poblar la tierra seca y vacía. Testigos de ésto fueron los dos corazones incandescentes, puesto que ellos ocupaban, desde ese entonces, el lugar más alto del mundo. Ambos conocieron de primera mano los planes de Dios Primero, y saben ambos del lugar donde Vida yace latente. Pero ninguno de ellos ha podido comunicar su testimonio a Mar, al día de hoy.


El corazón de Vida cayó en un profundo trance, perdió su lumbre poco a poco y comenzó a flotar a la deriva, aguardando desde ese triste día su momento de resurrección. Es lo que hoy el hombre conoce como Luna, y del eco de su aletargado amor se inventaron los poemas.


El corazón de Mar solamente ardió con más fuerza, con más ira, mientras se dirigía a su amo a toda velocidad. Pero Mar ya llevaba un buen rato cavando y llorando en las entrañas de la tierra, así que su corazón cayó en picada al fondo del océano, creyendo éste que podría resistir al agua lo suficiente para encontrarle. Se arrastró trabajosamente hacia afuera, derrotado al instante por el mar, y esperó largas horas para recuperar su fortaleza. En cuanto recuperó su fiereza insoportable, su calor infinito, se impulsó de nuevo hasta el límite del cielo, para revisar el sitio donde Vida yace escondida hasta nuestros días. En cuanto llega al cenit le localiza, y cae de nuevo al Mar para intentar avisarle a su dueño. Pero cada día vuelve a ser derrotado por la tristeza de esas lágrimas sin fin, y aguarda paciente su recuperación, para intentar todo de nuevo, mientras observa al corazón de su amada vagar a deshoras a lo largo del mundo. Al corazón de Mar el hombre le bautizó como Sol.

De pocas cosas...

De pocas cosas estoy seguro sobre ti.

Quizá sea tu cabello espigado. No lo sé. O quizá sea tu risa sincera. Tal vez sean tus manos torpes, que buscan las mías empapadas en tu inexperiencia. O tu querer ingenuo y fresco, tan distinto del mío, que está tan desgastado. Tan seco. O tu cuerpo. Tu cuerpo que es como una fruta mudando al color correcto; o un botón, el hijo de una flor, a un día de abrir su ojo naciente al cielo. O la manera en que viajas hasta mi mente cuando no estás. O la forma en que hablas cuando de verdad estás seria y buceas en tus pensamientos.

No lo sé, casi no sé nada, no me interesa saberlo; nada sé, salvo dos cosas: Sé que es el incendio descontrolado latiendo bajo tu piel, subiendo por tus ojos y hasta mi mirada flamable. Es la pólvora en mi boca teniendo ganas de hacer explosión. Es la tentación de hacernos cenizas mutuamente, con el calor insoportable de tu cuerpo. (En nuestro intenso brillo, te apuesto que nos envidiaría el Sol).

Al menos eso, y el hecho de que la gente me diga No lo hagas. Tú ya no eres ningún niño, y ella aún no es ninguna mujer.

El señor de tirantes

Carlos, dame por favor mi express, solía decirme en cuanto se sentaba. Tardaba en servírselo un minuto exactamente, él se lo tomaba en medio, La cuenta por favor, Carlitos, ten de una vez el dinero, le daba cambio, dulces de menta, se despedía con una sonrisa. Pocos me han preguntado el nombre en ese lugar, menos aún se lo aprendían para siempre. Contaba con una mano a los que, además, eran cariñosos (y en tiempo récord). Lo atendía hasta con amor, mi cliente viejo y grande del café express.

Lo vi un martes. Murió de un infarto en jueves.

Intro a "Fotografías"

Han de saber que también soy aficionado a las fotos, en este caso con mi celular (sí, ya sé, qué patético, pero no tengo ningún aparato mejor). A veces tomo cosas que en verdad son bonitas!! (Como las fotos que ya adornan, o adornaban, el lateral del blog), así que quiero aprovechar este espacio para compartírselas. Debajo de cada foto pondré una breve explicación de su origen. Disfruten!!

(Sonido de aplausos y flashes de colores).

Nota agregada unas cuantas horas después: Oigan acabo de descubrir que si dan click encima de las imágenes pueden verlas en su tamaño normal :) jaja seguramente muchos de ustedes ya lo sabían, pero en mi caso es todo un hallazgo!! Háganlo en las fotos para apreciar el detalle en aquellas que lo necesiten...

Invierno y Primavera

Se cuenta que, en aquellos tiempos antiguos, Primavera paseaba por el mundo. Se dice que tras cada una de sus pisadas salían flores siempre distintas, y que tras el eco de su risa se originó el canto de los pájaros. Las piedras que tocaba se convertían en animales de carne y hueso. Su euforia era la lluvia sobre el campo, y cuando soñaba por las noches, las luciérnagas cubrían el mundo con pequeñas luces de miles de colores; acompañadas por las sinfonías (en ese entonces inmensas y complejas) de los saltamontes. Frondosos eran sus árboles, y altas sus cascadas, y verdes sus praderas. Todo el tiempo, durante largas eras, sin que nada pereciera jamás.

En esos tiempos en que la tierra era aún joven y sonreía alegre, porque aún no llegaban los hombres. Aquellos tiempos en que la Creación no se había olvidado de Dios Primero.


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En algún momento de esos tiempos lejanos, Primavera llegó al mar; al cúmulo de agua que ahora es casi infinito, y que el Dios Mar había hecho en busca de Vida. Primavera jamás le había visto, porque en ese entonces no tenía el tamaño que ahora tiene.

Dios Primero, sabiendo siempre la forma en que se ha de ordenar todo, le sopló su aliento sobre el rostro. Y ella entendió, en tan sólo un instante, su verdadero origen. Su existencia era consecuencia directa de la muerte de Vida, y de la tristeza de Mar. Agobiada por ese pensamiento, Primavera dejó de esparcir flores al caminar, y la lluvia de su euforia cesó por mucho tiempo. Se retiró a un lugar lejano y vacío, que en ese entonces se llamaba Desierto. Y se secó. Bajo sus pies permaneció siempre la arena que cubría al mundo desde el primer dia, porque nunca le importó hacer pasto de nuevo, ni arroyos, ni altas cascadas. Rara vez hizo animales, puesto que casi no encontró piedras, y a las pocas plantas que hizo les colocó las espinas de su corazón, en señal de la desdicha que sentía por existir, y por el dolor de Vida y Mar.

En su hora más oscura creó, con la última piedra del lugar, una semilla a semejanza de ella, en la cual vertió sus mejores atributos y sus peores lamentos. Llamó a esta semilla Hombre, y la ocultó en el fondo del Desierto, como quien encierra sus secretos en el fondo del alma. De esta manera, y olvidando quién era (puesto que se había vertido por completo en la semilla), se dió a vagar por el mundo que hace tanto había abandonado. Y jamás regresó al Desierto (lo que se ve en ese lugar en el presente es lo mismo que ella vió antes de marcharse).


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Retornó para encontrar el mundo envuelto en frío. Ahora alguien más se paseaba por la tierra, alguien que había encontrado a los árboles con hojas muertas, a los pastos amarillos y a las criaturas hambrientas. Su nombre era Invierno. Como nada sabía él de las cosas de Primavera, decidió esparcir su frío aliento para cubrir el pasto con su piel blanca, solidificar las aguas y poner a dormir a los animales, en lo que pensaba qué hacer con todo ello.

Una mirada les bastó, entre el hielo, para enamorarse. En su ignorancia (puesto que ninguno de los dos sabía ya nada) se amaron con la intensidad de dos soles al entrar en colisión.

A Primavera se le encendió de nuevo la piel, y las flores le estallaron por todos los poros, y el agua se precipitó río abajo una vez más, y los animales despertaron súbitamente, recobrados de su letargo. En su explosión de amor, cubrió a la tierra de pasto verde una vez más. Pero Invierno no lo resistió, se derritió como la nieve en el deshielo.


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Pasó un buen tiempo antes de que entendieran su ciclo eterno. Cada año, Primavera deja de regar lluvias y cantos, y las cosas se entristecen y se secan. Con la muerte de las cosas, renace Invierno para salvar lo que aún subsiste, para cubrirle en frío y hielo, y para mirarse a los ojos después. Largos días permanecen juntos, hasta que deciden amarse de la manera más intensa posible, cada equinoccio de Primavera. En el torbellino de sus cuerpos sedientos, Invierno no puede evitar derretirse por el imparable estremecimiento de Primavera. Queda ella sola, un buen rato, admirando el pasto tibio y las luciérnagas de colores. Hasta que decide repetir el círculo, una vez más...