El señor de tirantes

Carlos, dame por favor mi express, solía decirme en cuanto se sentaba. Tardaba en servírselo un minuto exactamente, él se lo tomaba en medio, La cuenta por favor, Carlitos, ten de una vez el dinero, le daba cambio, dulces de menta, se despedía con una sonrisa. Pocos me han preguntado el nombre en ese lugar, menos aún se lo aprendían para siempre. Contaba con una mano a los que, además, eran cariñosos (y en tiempo récord). Lo atendía hasta con amor, mi cliente viejo y grande del café express.

Lo vi un martes. Murió de un infarto en jueves.

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