De pocas cosas...

De pocas cosas estoy seguro sobre ti.

Quizá sea tu cabello espigado. No lo sé. O quizá sea tu risa sincera. Tal vez sean tus manos torpes, que buscan las mías empapadas en tu inexperiencia. O tu querer ingenuo y fresco, tan distinto del mío, que está tan desgastado. Tan seco. O tu cuerpo. Tu cuerpo que es como una fruta mudando al color correcto; o un botón, el hijo de una flor, a un día de abrir su ojo naciente al cielo. O la manera en que viajas hasta mi mente cuando no estás. O la forma en que hablas cuando de verdad estás seria y buceas en tus pensamientos.

No lo sé, casi no sé nada, no me interesa saberlo; nada sé, salvo dos cosas: Sé que es el incendio descontrolado latiendo bajo tu piel, subiendo por tus ojos y hasta mi mirada flamable. Es la pólvora en mi boca teniendo ganas de hacer explosión. Es la tentación de hacernos cenizas mutuamente, con el calor insoportable de tu cuerpo. (En nuestro intenso brillo, te apuesto que nos envidiaría el Sol).

Al menos eso, y el hecho de que la gente me diga No lo hagas. Tú ya no eres ningún niño, y ella aún no es ninguna mujer.

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