Ya sé cómo eres, piel de arena. Al sol sabes a sal, del cuello al costado; y tu aroma de luz de luna hace infusión de canela y rosas, pronunciando tu nombre al frío.
Tu nombre. Te voy a llamar Andrea y Alejandra y Sofía. Y Gabriela, todo al mismo tiempo. Mirada serena y pensativa, guardada, de colores azul, verde y castaño, Helena. En el mismo ojo, a un mismo compás.
Carlota, desataré el detalle oculto de tu piel (hay tanto que encontrar en tu suavidad, Mónica, para la escasa distancia de tu cuerpo). Tu potencial, aguardando sobre el tiempo que entreveo desdoblado. Lléname. Hazme derramar, Abril, Aída.
Te hice en mi cabeza María, ¿y ahora qué? Carezco de tu inesperada sinergia, te resistes a mis manos con tu piel de arena. Almendros, almendras, almendros. Uno no sucede al otro, Ariadna, y tú no apareces. Materialízate, que estoy solo, y necesito amontonarme, a tus labios pronunciarles el secreto de tu nombre que no sé.
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