Quise hacer algo dulce y pequeño para ti. Porque te quiero. Porque se me da la gana.
Algo haces zumbar plácidamente dentro del cuerpo mío. Violento pero delicado, pequeñito, es esto que me prestas y es tuyo, mis abejas. Te voy a llamar Azucena, Alhelí y Crisantemo, para jugar a la primavera. Para probar tu pétalo tierno.
Ven a mí, ábreme el pecho a besos. Qué importa. Adentro yo no tengo miel y, ni tú eres la flor inocente, ni yo soy ningún insecto.
Sequía
Desperté de un sueño incómodo con todas las páginas en blanco frente a mí. Sobre un horizonte lejano se arrastraba el día, con el sol viajando a ningún lugar.
Era la arena entre los dientes lo que realmente me molestaba, y la resequedad en las manos. Sobre el suelo estaba mi mesa, y sobre mi mesa los papeles. Vacíos. La silla, impaciente, detrás. Y nada. La casa, el aire, la sombra, y hasta el vaso de cristal se los llevó el desierto. El desierto que llega hasta aquí, cerca, infinito, dominándome.
Continuaba la sequía.
* * * * *
Era la tinta lo que faltaba. Y una buena idea, bendita, para comenzar. Antes las dos me llovían del cielo, y el piso se tornaba negro, glorioso, y las cosas germinaban entre las grietas.
Soy seco, estoy seco, y adentro no tengo nada vivo. ¿Dónde estaba el alma de las palabras, aquellas que realmente nos hacen sentir? Recuerdo cuando inventé el árbol de cerezas, y los dedos de mis pies reventaban la fruta al caminar. ¿Qué quiere más el hombre que encerrarse en un pensamiento, repetir eternamente un segundo, ensimismarse en sus átomos? Si todo se termina, ¿Para qué quiero escribir? ¿Para qué necesito el punto final?
* * * * *
Un tren. Necesito escribir sobre un tren que me lleve lejos de aquí. Ojalá llueva pronto, o encuentre algo con qué pincharme los dedos (se escribe siempre con la sangre punzando en las venas). No tengo ni siquiera pluma, también la enterró el desierto. Eso o escribiré acerca de una pala, para poder desenterrar mis árboles de cerezas. Digamos que puedo crear mi tren; ¿a dónde me llevará...?
Era la arena entre los dientes lo que realmente me molestaba, y la resequedad en las manos. Sobre el suelo estaba mi mesa, y sobre mi mesa los papeles. Vacíos. La silla, impaciente, detrás. Y nada. La casa, el aire, la sombra, y hasta el vaso de cristal se los llevó el desierto. El desierto que llega hasta aquí, cerca, infinito, dominándome.
Continuaba la sequía.
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Era la tinta lo que faltaba. Y una buena idea, bendita, para comenzar. Antes las dos me llovían del cielo, y el piso se tornaba negro, glorioso, y las cosas germinaban entre las grietas.
Soy seco, estoy seco, y adentro no tengo nada vivo. ¿Dónde estaba el alma de las palabras, aquellas que realmente nos hacen sentir? Recuerdo cuando inventé el árbol de cerezas, y los dedos de mis pies reventaban la fruta al caminar. ¿Qué quiere más el hombre que encerrarse en un pensamiento, repetir eternamente un segundo, ensimismarse en sus átomos? Si todo se termina, ¿Para qué quiero escribir? ¿Para qué necesito el punto final?
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Un tren. Necesito escribir sobre un tren que me lleve lejos de aquí. Ojalá llueva pronto, o encuentre algo con qué pincharme los dedos (se escribe siempre con la sangre punzando en las venas). No tengo ni siquiera pluma, también la enterró el desierto. Eso o escribiré acerca de una pala, para poder desenterrar mis árboles de cerezas. Digamos que puedo crear mi tren; ¿a dónde me llevará...?
El último hombre
Sobre el amanecer se despiertan los hijos del polvo, y le bailan al sol para animarlo a despertar. En el cuerpo sienten a su madre, el desierto, ese animal indomable. Levántate Eva, refugiémonos, el sol caza siempre con la mirada.
* * * * *
Recuerdo mi sabor en la boca del viento y el lugar preciso donde me rozaba la luz de una estrella. ¿Lo recuerdas, Eva? Éramos sólo dos, como ahora, pero antes todo era nuevo. Me dolías, todavía, en el costado. Largos nos hemos hecho, como la tierra misma, y en infinitas miradas hemos contemplado a los hijos de los hijos tras el velo de cristal. De nuestros hijos ya no queda nada.
* * * * *
En el primer jardín no sucedía nunca nada. ¿Con qué afán quisimos comenzar una historia? Estuvo mal, estuvo mal, nunca debimos ser más de dos. Quisimos el conocimiento y sólo obtuvimos su sed, quiero olvidarlo todo, incluso tu memoria y tu pecado, que es el mío, recuerdo que antes el lenguaje del árbol nos bastaba para confundirnos en la eternidad.
* * * * *
Te hablo aunque ya no me respondas nada. Me condené a no aprender nada y a repetir mis errores, lo sé, y ahora estoy como antes, sin mujer a quien hacerle un mundo y sin Dios que me saque otra costilla. Voy a limpiarlo todo, se verterá el Edén sobre las derruidas ciudades y los desiertos de basura, con el sudor de mi frente y la sangre de mis manos, para encontrar de nuevo el eco de Su voz. Sé que podemos comenzarlo todo de nuevo, sé que podemos volver a empezar...
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Recuerdo mi sabor en la boca del viento y el lugar preciso donde me rozaba la luz de una estrella. ¿Lo recuerdas, Eva? Éramos sólo dos, como ahora, pero antes todo era nuevo. Me dolías, todavía, en el costado. Largos nos hemos hecho, como la tierra misma, y en infinitas miradas hemos contemplado a los hijos de los hijos tras el velo de cristal. De nuestros hijos ya no queda nada.
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En el primer jardín no sucedía nunca nada. ¿Con qué afán quisimos comenzar una historia? Estuvo mal, estuvo mal, nunca debimos ser más de dos. Quisimos el conocimiento y sólo obtuvimos su sed, quiero olvidarlo todo, incluso tu memoria y tu pecado, que es el mío, recuerdo que antes el lenguaje del árbol nos bastaba para confundirnos en la eternidad.
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Te hablo aunque ya no me respondas nada. Me condené a no aprender nada y a repetir mis errores, lo sé, y ahora estoy como antes, sin mujer a quien hacerle un mundo y sin Dios que me saque otra costilla. Voy a limpiarlo todo, se verterá el Edén sobre las derruidas ciudades y los desiertos de basura, con el sudor de mi frente y la sangre de mis manos, para encontrar de nuevo el eco de Su voz. Sé que podemos comenzarlo todo de nuevo, sé que podemos volver a empezar...
Cita cuarta
No es que el hombre se enamore de muchas mujeres; lo que realmente necesita es descubrir a todas las mujeres dentro de una sola.
Lo peor de mí
Sí, para ti y sólo para ti son las peores cosas que tengo. Mis silencios incómodos y mis comentarios fuera de lugar, todos tuyos. También mi desgana (en raras ocasiones) y mi promesa de determinada monotonía. Mis eructos involuntarios, así como arrastrar los pies y también el pésimo hábito de morderme la cutícula de los dedos. Beber directo del envase, limpiarme las manos en el pantalón y maldecir de vez en cuando al volante, viene todo incluido, de cajón, como mi disfuncional familia.
Y lo que realmente me importa, mis pensamientos antiguos y oscuros, o ese lugar que no tolero, donde me desnudas el cuerpo y el alma, con ésas tus manos tersas. Y es que no aguanto tu belleza, la sensación de tu tacto en mi fealdad, es como aquel día, ¿recuerdas? Pasaba yo descalzo por el infierno y tú sostuviste mi mano en el camino. Caminaste con mis defectos, no conmigo, y eran mis defectos en ese sillón de la casa, pidiendo en silencio que los concibieras hermosos.
Por eso te sé, peor cosa no encuentro que no te haya dado, sin querer, pero lo siento, éste voy a ser hoy y mañana y todas las eternidades, de tu mano, ni más grande ni más pequeño. Ten lo peor de mí, tenme entero, tuyo soy con mi lado más negro, porque sólo así sé que verdaderamente nos amamos. Déjame besar tus pies con uñas largas, y hacerte el viejo y repetido amor. Detrás del sol aguarda una respuesta que tiene que ver con nosotros dos.
Y lo que realmente me importa, mis pensamientos antiguos y oscuros, o ese lugar que no tolero, donde me desnudas el cuerpo y el alma, con ésas tus manos tersas. Y es que no aguanto tu belleza, la sensación de tu tacto en mi fealdad, es como aquel día, ¿recuerdas? Pasaba yo descalzo por el infierno y tú sostuviste mi mano en el camino. Caminaste con mis defectos, no conmigo, y eran mis defectos en ese sillón de la casa, pidiendo en silencio que los concibieras hermosos.
Por eso te sé, peor cosa no encuentro que no te haya dado, sin querer, pero lo siento, éste voy a ser hoy y mañana y todas las eternidades, de tu mano, ni más grande ni más pequeño. Ten lo peor de mí, tenme entero, tuyo soy con mi lado más negro, porque sólo así sé que verdaderamente nos amamos. Déjame besar tus pies con uñas largas, y hacerte el viejo y repetido amor. Detrás del sol aguarda una respuesta que tiene que ver con nosotros dos.
Para decirte las cosas correctas
Necesité todas las vueltas al sol, y sacarle a la casualidad hasta el último punto decimal. Para no tener que decirte un día (lejano y borroso) cosas ya sin importancia. Hubo de vaciarse el corazón entero, a base de transfusiones, para que precisamente aprendiera a querer. Para encontrar que, a pesar de él, te quiere.
Sobre la montaña me alcé y piedra de montaña fui. Aniquilado, mezclado una y otra vez del polvo que me haré. Persiguiendo tus reencarnaciones. Era tu mensaje. Era tu verbo lo que me ataba a ti, ¿sabes? Siempre has sido dulce como las posibilidades del subjuntivo.
No éramos una u otra cosa, sino simplemente lo mismo, repetido y siempre diferente, sin hartarnos del juego circular del universo. Fuimos dos espejos paralelos. Era cuestión de jugar a ignorarme y de concentrar en un momento toda cosa mía, cuando finalmente te alcanzara. Y de doblar imposibles a tiempo.
Para mezclar sonidos y letras en tus palabras, en tu último nombre. Porque quiero que seas inmortal.
Sobre la montaña me alcé y piedra de montaña fui. Aniquilado, mezclado una y otra vez del polvo que me haré. Persiguiendo tus reencarnaciones. Era tu mensaje. Era tu verbo lo que me ataba a ti, ¿sabes? Siempre has sido dulce como las posibilidades del subjuntivo.
No éramos una u otra cosa, sino simplemente lo mismo, repetido y siempre diferente, sin hartarnos del juego circular del universo. Fuimos dos espejos paralelos. Era cuestión de jugar a ignorarme y de concentrar en un momento toda cosa mía, cuando finalmente te alcanzara. Y de doblar imposibles a tiempo.
Para mezclar sonidos y letras en tus palabras, en tu último nombre. Porque quiero que seas inmortal.
Habló el tercero
Caí en tus manos suavemente, igual que al deshacerme en el reloj de arena. Y sentí que nadie nunca quiso nada más.
¿Has visto el umbral paralelo, el túnel que conduce a la habitación de tu sueño? Andas por ahí siempre distraída, te he visto cuando mis ojos, sin mí, te buscan. Eres y apenas un detalle mínimo, imperceptible, como un contorno irregular del techo buscando ser grande.
Lo siento, soy esa promesa que reside entre el anillo y el dedo anular. No soy tus manos siempre, sólo a veces, cuando sientes. También fui esas doscientas mil luces de Navidad. Estoy aquí, soy tu piel, mírame, estoy vivo. Soy tu sed que no termina, tu fuga de notas cuando te entregas a tu cuerpo. Soy tu pensamiento en la oscuridad.
Suéltame, desátame. A diario muero en silencios, amordazado, en personas que nadie recordará. Y en los panteones sólo tengo alcatraces y recuerdos. Así que acércate, tómalo, vacíalo de labio a labio. No quieran salvarse, están atados entre sí y yo soy como la cuerda: Los dos son totalmente míos.
¿Has visto el umbral paralelo, el túnel que conduce a la habitación de tu sueño? Andas por ahí siempre distraída, te he visto cuando mis ojos, sin mí, te buscan. Eres y apenas un detalle mínimo, imperceptible, como un contorno irregular del techo buscando ser grande.
Lo siento, soy esa promesa que reside entre el anillo y el dedo anular. No soy tus manos siempre, sólo a veces, cuando sientes. También fui esas doscientas mil luces de Navidad. Estoy aquí, soy tu piel, mírame, estoy vivo. Soy tu sed que no termina, tu fuga de notas cuando te entregas a tu cuerpo. Soy tu pensamiento en la oscuridad.
Suéltame, desátame. A diario muero en silencios, amordazado, en personas que nadie recordará. Y en los panteones sólo tengo alcatraces y recuerdos. Así que acércate, tómalo, vacíalo de labio a labio. No quieran salvarse, están atados entre sí y yo soy como la cuerda: Los dos son totalmente míos.
Sueños esteparios
Reciben los ojos a la noche, escrutando indefinidamente la respuesta del techo amordazado. No está el sueño, se ha ido, no lo encuentro en ningún lugar. Será del viento, de ese aire triste y furioso que recorre estos páramos, en busca de miradas ausentes y miedos frescos. O del viejo colchón, nada sé.
Suena el silbato del tren, cerca. Entre las casas y patios, avanza desfigurando calles. Pero despierta sólo a los recién llegados, a nadie le importa ya. Sigue y recorre la ciudad, arrastrando piezas y metales, semillas y esperanzas hacia el mar. Hoy había una foto antigua, grande, pegada a la pared. Tu abuelo nació en ese año, me dijo, y ahí donde la urbe se yergue presumida sobraba una inmensidad de pastos para sembrar. Arado, vacas y el obispado en la distancia. Nada más.
¿Qué hay de ti, abuelo, qué te queda a los ochenta y tantos, qué hay aún en el mundo que sea tuyo de verdad? Murió, muere la vida cada día contigo y se separa de la realidad, y ya se te ven holgadas las paredes de la gran ciudad. Pero también muere mi mundo conmigo, y todo lo que fue o será me raspará la piel, ajeno a mi talla, arrastrándome también hacia el agua de sal.
Llega otro tren, gritando para que nadie lo escuche, pidiendo que no nos arrastre también. Y el sueño besa las paredes, buscándome respuestas para ese palpitar, para esa dulce y tierna cosa mía a la que tanto me aferro.
Suena el silbato del tren, cerca. Entre las casas y patios, avanza desfigurando calles. Pero despierta sólo a los recién llegados, a nadie le importa ya. Sigue y recorre la ciudad, arrastrando piezas y metales, semillas y esperanzas hacia el mar. Hoy había una foto antigua, grande, pegada a la pared. Tu abuelo nació en ese año, me dijo, y ahí donde la urbe se yergue presumida sobraba una inmensidad de pastos para sembrar. Arado, vacas y el obispado en la distancia. Nada más.
¿Qué hay de ti, abuelo, qué te queda a los ochenta y tantos, qué hay aún en el mundo que sea tuyo de verdad? Murió, muere la vida cada día contigo y se separa de la realidad, y ya se te ven holgadas las paredes de la gran ciudad. Pero también muere mi mundo conmigo, y todo lo que fue o será me raspará la piel, ajeno a mi talla, arrastrándome también hacia el agua de sal.
Llega otro tren, gritando para que nadie lo escuche, pidiendo que no nos arrastre también. Y el sueño besa las paredes, buscándome respuestas para ese palpitar, para esa dulce y tierna cosa mía a la que tanto me aferro.
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