¿Cuántos rayos de luz...

¿Cuántos rayos de luz hay en un día soleado?

Pues, de la misma manera, yo tampoco puedo responderte cuánto te amo.

Oración

Hablando del baúl de los recuerdos...
(Cabe decir que yo no soy el autor de ésto... es sólo una oración que solía hacer con bastante frecuencia... y, ahora que el tema se puso de moda en mi cabeza, sólo me resta compartírselos...)

"Señor,
danos la fuerza para jugar este juego
con toda nuestra fortaleza.
Y mientras lo hacemos,
no permitas que digamos o hagamos
algo que te pueda ofender.
Y si en algún momento yo me olvido de ti,
tú no te olvides de mí.
Bienaventurados aquellos
los que juegan con coraje y sin ira,
porque ellos son
los que se están haciendo hombres."

Cinco treinta

Casi siempre hay clientes a esa hora... Por eso fue raro sentarme en la mesa seis, para admirar la calle desierta. El mundo se había detenido ese sábado. No había nadie alrededor, a esa hora sólo existía el atardecer.


Eso y mi cabeza saturada. Faltaba mi trabajo de estadística, faltaba terminar el semestre, faltaba dinero en casa, faltaban amigos leales. Faltaba algo en todos los espejos, porque al que veía últimamente a la cara ya no podía ser yo. Estaba desprovisto, desnudo, pausado. (Como una oración entre paréntesis). Me desbarataba de frente al sol que se desangraba, como yo, pero en el cielo.


El mundo callaba, atento a mis pensamientos. En sus suspiros de viento se revolvía su inquietud. Me revolvía el cabello. Entonces, el sol brilló por entre los espectaculares, por entre las ramas altas y distantes del camellón opuesto. Me bañó en un último haz de luz potente antes de expirar en la boca del horizonte, mirándome a los ojos hasta el último instante, como cualquier moribundo. Parecía haberse disuelto con tranquilidad allá arriba, en el otro mar azul. Aquel al que sólo llegamos volando. Manchó el cielo como una pintura disuelta en agua, con tonos rosados y magentas. Empapando las nubes como si fueran esponjas violetas, sedientas de él.

Lo entendí en ese momento, me golpeó el entendimiento como un balde de agua sobre la cabeza. Éste no era el sol, jamás lo ha sido. No es un astro incandescente, ni una estrella demasiado cercana. Es una señal de vida, de alegría, de esperanza. Es la certeza de que todo sabrá mejor mañana. Es Su Mirada. Es la mejor pintura jamás hecha, en el lienzo más grande del mundo, reinventándose dos veces por día, en cada preciso momento que divide a la luz y a la oscuridad. Es un mensaje: "Todo va a estar bien".


(Dios sólo nos ve con un ojo porque, si nos viese con los dos, nada en la tierra lo soportaría).

Me dejaré llevar por la vida; y sí, ya sé que me habías dicho que lo hiciera desde un principio. Seré como la luz que irradias de tu iris. Fluiré a través del Universo un día de éstos. Es más, hubiera comenzado a hacerlo en ese instante si no hubiera tenido que suplirlo por un habitual Buenas tardes señor, bienvenido...

Metamorfosis

Es sólo un pensamiento que tuve hoy... Quizá mañana ya no esté, porque siempre se van cambiando, se suceden para que jamás sea el mismo. Se atropellan, todos quieren ser al mismo tiempo, para perderme y para reinventarme en cada parpadeo.

Esta noche mudó de mí el pensamiento de tu esencia sabor durazno. Se le adelantó la fecha de caducidad (en la garganta, me queda un remanente de la fruta amarga, como si hubiera caducado). Es sólo un recuerdo demasiado empapado, un pensamiento que no puede subir al tiempo y suceder de una buena vez. Es la desgana por las manos vacías, las promesas que me hiciste transformadas en nubes de colores. En mariposas que ya se fueron a no sé dónde. Y la larva que se me metió por la planta de los pies.

Estoy transformándome, por favor no me hables. Quiero fermentarme a solas con mi tristeza estúpida hasta que esté listo para romper la crisálida, y presumirte mi nuevo yo. Pero, por favor, digamos alto por el día de hoy a tu juego de espejos. Se me escapa el alma de entre las palabras. Sólo estoy escupiendo frases azarosas. Basta. Hazme callar. No tomarás más de mí por hoy. No diré una palabra más.

O mejor sí. Retiro lo dicho, por favor márcame ahorita. No puedo recomenzar sin tu comando, sin tu limpia voz. Sin tu cálido aliento adentro del pecho.

Desde lo alto

Admiraba el brillante fondo infinito con asombro, con la orilla rocosa bajo sus pies desnudos. El sol se erguía orgulloso y amable en el cielo, y el viento le acariciaba la piel y el cabello como si fuese su romance adolescente. Estaba ahí, al borde del precipicio; sin arnés, ni cuerdas, y con la desconfianza olvidadada en algún lugar. Alrededor, en la distancia, las copas de los árboles jugaban a bailar con el aire, a hacer ondas invisibles con el follaje.

Siguió contemplando el fondo como si por él suspirara la tierra. Era un agujero magnífico, aquel cuya orilla le mantenía en pie en ese momento. Parecía el ombligo del mundo. A través del infinito de la caída del túnel, creyó ver lo que del otro lado le esperaba (aunque, desde aquí, solo le llegara un sordo rumor de agua clara).

El amigable orificio de piedra plateada le invitaba a sus entrañas. Cual anillo sin fondo, decorado con motivos de hebras de oro desde el interior. Reflejando la luz de afuera con una intensidad desmesurada, la galería gigante que mi corazón encontró en la tierra parecía un tubo de prisma con diamantina; quieto y majestuoso.

La sangre que lo recorría no dudó en hacerlo. Tampoco sus latidos emocionados. Ni siquiera se molestó en avisarme cuando saltó en arco al precipicio de color. No pude evitarlo, no tuvo caso siquiera gritarle: ¡Corazón! Porque en ese momento, sin tener idea de cómo ni por qué, me topé con tu mirada.

Y mi corazón (que ya sabía de tu llegada) cayó maravillado por ese túnel colorífico, el que comienza en tu iris y que lleva directo a tu alma.

Tres días de oscuridad parte 2

Eran pájaros. Pájaros de verdad. Cantando, afuera. Y el sonido del viento, acariciando al mar en la distancia. Al principio creí que estaba teniendo un sueño agradable, porque mis ojos estaban cerrados. Pero los abrí, y seguí escuchando los trinos. Los ecos del agua. Por la ranurita de la puerta, se colaba una ligera luz blanca, que se arrastraba débilmente hasta perderse en nuestra penumbra, donde sólo brillaban las velas. Como al final de las tormentas que ya habíamos pasado ahí abajo.

-¿Ya habrá terminado?

-No, no abras. Mejor esperemos un poco. Hay algo extraño.

-Pero hay pájaros allá afuera, los estás oyendo.

-¿Y si es una trampa?

-Mamá...

-No, Manuel, ahorita no. No te arriesgues. No llevamos nada aquí.

-Ugh.

Manuel se sentó sobre el primer escalón, en espera de poder abrir la puerta tan pronto como fuera posible, si mamá cambiaba de opinión. Todos nos acurrucamos en nuestros lugares, de nuevo, un poco más calmados. El sonido era en verdad agradable, casi se podía sentir la calidez de un día de verano en el cuerpo. Mis hermanos más chicos se relajaron con el sonido de los pájaros, y volvieron a cerrar los ojos. Se quedaron dormidos poco a poco. Pasó un buen rato. Las horas eran lentas en ese lugar, como si les costara trabajo fluir a través del tiempo. Yo estaba en los brazos de mamá, intentando perderme en un sueño que tuviera de fondo a los pajaritos. Pero no pude, porque después de un rato comenzó una plática que capturó a mi sueño y atención.

-Entonces, ¿nos escondemos un rato y ya?

No me atreví a abrir los ojos en caso de que interrumpieran su plática por mi culpa. Pero paré el oído de manera hambrienta. Yo tenía la misma pregunta que Manuelito circulando en mi cabeza. Su tono se escuchaba seco, como cuando recién caía en la cuenta de algo.

-¿Qué quieres decir?

-O sea, lo único que tiene que hacer alguien para salvarse de todo mal, supuestamente, es esconderse y ya. Esperar a que todo termine. Vaya plan de Dios.

-Bueno, hijo, no sé, no creo que sea así de sencillo. Seguramente hay trampas y problemas que pueden confundir a muchas personas, yo la verdad no sé nada...

-Porque entonces, cualquier violador o asesino o criminal que haya rondado la tierra sólo tiene que esconderse y no abrir por nada del mundo y salir al término de todo, y seguir como siempre.

-No, hijo, yo creo que el plan de Dios...

-El plan de Dios no sirve, mamá, porque sólo basta esconderse. ¿Ves el error? Algo no me cuadra, algo no está bien. O quizá no había que esconderse, porque los que son malos quedaron exterminados en un segundo, ¡Oye a los pajaritos!¡Mira la luz por debajo de la puerta!

Imaginé en mi cabeza los escalones que clareaban conforme se acercaban a la puerta. Entreabrí un poquito los ojos. Ahí, en el marco, brillaba una luz amigable. Se escuchó un sonido de ropas, y un eco de pisadas subiendo las escaleras.

-Siéntate.

Fue impactante la forma en la que lo dijo. En un susurro apenas audible, mi madre había colapsado su angustia y su enojo. Bajo mi ropa, sentí la tensión de sus músculos. Mi hermano seguramente sintió lo mismo, porque las pisadas cesaron. Otra vez el sonido de ropas. Se había sentado nuevamente. Tardó unos segundos en hablar.

-Sólo tengo esa duda. ¿Qué pasaría si uno de nosotros no debiera estar aquí? ¿Qué tal que alguien no debiera salir vivo? ¿Lo dejarían salvarse?

-No vas a hablar así enfrente de tus hermanos, no te van a escuchar decir eso. ¿Ellos no merecen salvarse? ¿O tú? ¿O yo? ¡¿Hay alguien aquí que no se lo merezca?! Digo, infórmame de una buena vez, porque le hubiéramos cambiado el lugar por Jaime.

-Mamá, cálmate, Jaime va a estar bien.

-Entonces te acabas de responder tu pregunta. Si Jaime está bien aunque lo dejamos afuera, entonces los que no merezcan esconderse no podrán quedarse adentro.

-Bueno, y...

La conversación terminó ahí. Tuve que abrir los ojos, por la sorpresa. Mis hermanos también despertaron de inmediato. Se escucharon pisadas afuera. Habían sombras tras la puerta. Anita y el pequeño se quedaron sobre la cama, un poco asustados, pero los demás nos amontonamos a un par de escalones de la entrada. Nadie podía creer lo que escuchábamos. Era Quique.

-¡Ábreme!

-¡¿Estás bien?!

-¡¡Hijo!!¡Ábrele la puerta!

-¡Ábreme!

-¿Es seguro?

-¡¡Apúrate!!

-Estoy bien, no creerán lo que hay aquí afuera, es increíble. ¡No hay nadie cerca Menito, ábreme!

-........No.

-¡Menito, pendejo, soy tu hermano, idiota!

-¡¿Qué haces?!¡¿Has perdido la razón?!

-Compruébanos que eres tú.

-¡Carajo, no tengo tiempo para esto! ¿Entiendes lo que está pasando aquí afuera?

Enrique calló unos segundos. Todos le copiamos.

-¡¡Mierda, Manuel, creo que alguien viene, ábreme!! ¡Soy Enrique Enos, tengo veinte años, tengo una cicatriz que tú me hiciste en la pierna cuando tenía seis años, sólo tú sabes que mi última boleta de la prepa es falsa y le pagué al maestro para plagiarla, mamá, nací un domingo a las diez de la mañana, carajo ábreme!

Mamá gritaba y golpeaba a Manuel en el brazo para que abriera la puerta. Pero Manuel no se movía, miraba con ojos serios y fijos a mamá; le sostenía una muñeca firmemente, para que no abriera ella. Su mirada era tan fría que nadie le decía nada, con tal de escuchar lo que tenía que decir. Yo no pude hacer ni decir nada, todo era demasiado rápido para mí.

-Reza el Credo.

-¡Manuel no tengo tiempo de esto!

-¡Reza el maldito Credo!¡Si no puedes rezarlo, entonces no eres tú, mi vida!

Iba muy bien, su sangre fría le apuntaba en la dirección correcta. Rezar el Credo es creerlo, y no todas las cosas en el mundo pueden hacerlo. Iba muy bien, hasta que se sintió demasiado seguro, hasta que cometió la estupidez más grande, el único detalle que no debía dejar en el olvido. Se confió demasiado, ni siquiera reparó en lo que mamá dijo:

-¡¡¡Es Papá!!!

Si le hubiera puesto un poco de atención, si hubiera pensado que mamá no estaba escuchando mal, jamás habría hecho lo que hizo. Estiró el cuello, se paró de puntas, y se asomó por la ranura de la puerta. No tuve tiempo de avisarle, caí en cuenta de ello hasta el último momento. Manuel escuchaba a Helena. Mamá escuchaba a Papá. Yo escuchaba a Quique, claramente en mi cabeza. Pero todos estábamos equivocados. Tan pronto como su mirada rozó el mundo exterior, pasaron muchas cosas muy rápido. Su cuerpo se contrajo violentamente y su mirada se cristalizó. El sonido de los pájaros se cortó de repente, como quien detiene una cinta de súbito, y un zumbido ensordecedor se hizo presente en todo el cuarto, sustituyéndolos. Era un sonido terrible, casi insoportable, pero no peor a aquello que lo provocaba.

Entraron a través de la ranurita de la puerta, impulsadas por algo sobrenatural, por algo que las hacía moverse demasiado rápido, con demasiada precisión. Se metieron a mi hermano por su boca abierta, sorprendida, inmovilizada como su cuerpo entero. Lo tomamos de las manos para intentar quitarlo del paso, pero era imposible, parecía haberse transformado en una pesada estatua. Solamente pudimos ver y gritar, porque nadie pudo hacer nada, no nos atrevimos a pegarles con la mano, ni siquiera para desviar su trayectoria, como cuando encuentras a una de ellas sola. Éstas eran demasiadas. Cientos. Un ejército entero de moscas invadiendo las entrañas de mi hermano.

Entraron todas directamente a su boca; y le hicieron salir proyectado, escaleras abajo, hasta impactarse con el mueble de víveres. Corrimos a auxiliarlo, sin bien nadie sabía qué hacer en realidad. Anita y Joaquín se tapaban con las cobijas, con sus sollozos resonando entre el potente zumbido. Nosotros corrimos hacia Manuel, que comenzó a hablar y moverse sin lógica. Sus ojos miraban con desesperación hacia abajo, intentando ver su boca; y sus manos intentaban tapársela, sin conseguirlo, como si éstas obedecieran unos segundos y se revelaran después, lanzándose hacia los lados. Manuelito luchaba por el control de su cuerpo. Entre la lucha, entre los manotazos fallidos contra su boca, no pudo reprimir palabras que jamás hubiera dicho de otro modo:


-¡Debajo de la creación... en el aliento... de las tinieblas... En el imperio... de la mosca... hay una salvación... mal hecha... Una nueva... vida eterna... para el hombre... de la cual... ya... eres... PARTE!


No pude moverme. Quedé horrorizado. Los zumbidos, que querían hacer explotar mi cabeza, ya no venían de afuera. Ahora venían de adentro de mi hermano.

Mi madre fue más veloz. Tomó un garrafón mediano. Lo abrió con violencia, entre los gritos y los zumbidos. Tenía la cara pálida y le temblaban las manos, pero en sus ojos brillaba una determinación llena de furia. Se sentó en el pecho de Manuel, y le metió la abertura del recipiente en la boca, vaciándole el agua entre frases ahogadas, toz y tragos. Las manos de Manuelito seguían sin control, a ratos golpeaban el rostro de mamá, y a ratos las contenía a su costado, entre temblores involuntarios. Pero ella no se movió. El agua nos salpicó a todos, y manchó el piso y la ropa. Pero Menito pudo tomársela entre su ahogo, y el zumbido fue muriendo poco a poco. Sus manos comenzaron a temblar menos, a relajarse. El recipiente se vació del todo, estrepitosamente, como si el agua se atropellara en su intento de liberarse. Mamá lo aventó a una esquina, y le tomó el rostro entre las manos. Manuel comenzó a llorar, con una agonía terrible, incurable. Nosotros no comenzamos a llorar en ese momento. Teníamos ya un rato haciéndolo.


* * * * *


Todos dormían, menos yo. Hacía rato que el sueño había vencido a los demás. Quizá llevábamos un día ahí adentro, al menos por lo que intuía. Manuel se había compuesto casi del todo. Ya controlaba su cuerpo y sus palabras. Ahora, en cambio, hablaba poco, y cuando lo hacía, era para pedir disculpas. Mamá no lo soltó hasta que se fueron a dormir, y ahora ella descansaba abrazando a mis hermanitos. De afuera, ya no había ni luz agradable, ni sonidos. Silencio y oscuridad absolutos. Como si el cuarto flotara a la mitad del vacío, o en el espacio exterior.

No podía dormir, la mente me daba vueltas. ¿Qué iba a suceder ahora?¿Qué pasaría si no sobrevivíamos? ¿Y qué pasaba si sí sobrevivíamos? No estaba muy seguro de querer saber, prefería que la vida se hubiera detenido en ese mismo instante, en mi único momento de certidumbre. Ese instante plagado de penumbra era lo único que daba por garantizado, el último lugar seguro que me quedaba. Pero no podía ser así.


-Carlos.


Era Manuel. No supe cómo adivinó que no dormía. Habló en un tono muy bajo, así que intuí que no quería despertar a los otros. Me acerqué con cautela, para que los demás permanecieran dormidos. Me arrodillé a su lado, para que él pudiera permanecer acostado.


-Carlitos, lo siento mucho.

-Menito, no...

-Calla. Hay algo que te tengo que decir. Discúlpame, por favor, por lo que tiene que suceder. Pero es necesario que lo sepas.


El silencio se hizo, de ser posible, más pronunciado.


-Carlitos, aún las traigo adentro. Y me siguen hablando.


Tomó mi mano entre las suyas. Su mirada era pálida y triste, como si cargara la tristeza de todo un dios, o del mundo entero.


-Necesito decirte qué es lo que me están diciendo, porque es necesario que lo sepas. Que lo entiendas. Y que, por favor, me perdones. Porque todo esto es culpa mía.


No supe realmente qué decirle. Las palabras me traicionaron, se escondieron como las arañas en el techo, sobre nuestras cabezas. Manuelito cerró los ojos en concentración (y en dolor), y comenzó a hablar:


-La podredumbre que circula tu cuerpo es ahora irreversible. Tú ya no puedes negarte al Emperador de las Moscas, al Soberano del Nuevo Mundo. Le has abierto las puertas de tu pequeño escondite, y por tanto has corrido a toda Esperanza. Por tanto, vivirás bajo sus nuevas reglas a partir de ahora. Comencemos un juego, el del fin del mundo. Empecemos con una prueba a tu sobrevaluado amor, veamos qué tan bien se le puede exprimir.


Se detuvo un momento. Comenzaron a correr lágrimas silenciosas por su rostro.


-Tu condena irresponsable es la causa de la condena de tus semejantes. ¿Eso es lo que llamas amor por ellos? Dices que a tu familia la llevas en el corazón, así que te demostraremos qué tan débil es en realidad ese músculo humano. Quitemos la analogía, la metáfora a la que tantos hombres le dan uso. Hagámosla realidad, metámoslos a todos ustedes en tus cavidades sanguíneas, en el mar de tu sangre que causa cada sístole y cada diástole. Tu corazón se vacía y se llena de tu agua carmesí entre cada latido, ¿Entiendes que alguien ahí dentro se puede ahogar?¿Por qué no sacarlos, entonces? Tuya es la decisión y de nadie más. Abre esa puerta, y arrodíllate por siempre y junto con ellos al nuevo Rey del Universo. Mantenla cerrada, y tu pequeño cuarto será una réplica de tu corazón, lleno de tu sangre hasta el último espacio, y sin aire para respirar. De ninguna manera creas que serás salvado, aquellos que son de la Esperanza ya se han ido con él. Aquí todas las almas nos pertenecen ya. Tuya es la decisión de cuándo quieres entregarlos a tu condena.


Permaneció con los ojos cerrados después de haber terminado. Sollozando silenciosamente. No supe qué decir. No existían palabras en ese momento.


-Lo siento, mamá. Lo bueno es que Anita y Joquito no estarán para ver esto.

-Lo sé.


Volteé rápidamente. No había visto que Mamá estaba despierta. Abrazaba las cobijas en silencio, con una mezcla de una tristeza infinita, y un descanso inmenso en el alma. Mis hermanitos ya no estaban en ningún lado. Ellos eran los únicos totalmente puros de corazón, y no tenían lugar en el juicio del fin del mundo. Se los había llevado la Esperanza.


-Y ahora, hay que decidir qué es lo que vamos a hacer.

-Esperamos a Dios.

-Dios ya se fué.


El silencio del cuarto se rompió como un cristalazo. Allá lejos, si bien la luz de las velas no nos permitía verlo, comenzó a escucharse en la puerta metálica un rápido goteo, un sonido parecido a un chorrito de agua corriendo de forma hambrienta. Pero ya nos lo había dicho Manuelito; aquello no era agua.

Tres días de oscuridad parte 1

(Relatan ciertas profecías, según fuentes no confirmadas, que en algún momento del fin del mundo, o del fin de la era, caerá la oscuridad total sobre la tierra, por un espacio de setenta y dos horas. Durante ese tiempo cuentan que es necesario guarecerse en los hogares, tapar todas las ventanas y todos los víveres con telas negras, y no salir; puesto que la maldad se encontrará ahí afuera, intentando entrar, y el aire será venenoso, y la ira de Dios estará rondando para acabar con sus enemigos, en una batalla que exterminará a tres cuartas partes de la humanidad. O algo así, elijan ustedes su página de internet favorita. Sólo piénsenlo un momento: ¿Y qué tal si...? ¿Y qué tal si no...? ).


* * * * *


No sé cuánto tiempo llevaba corriendo. Me ardían las piernas insoportablemente, desde hacía unos minutos ya me amenazaban con acalambrarse. El pecho lo sentía frío, y el corazón y la tráquea comenzaban a dolerme, por la falta de ejercicio. El aire entraba con demasiada violencia en mis pulmones, me los golpeaba con cada inhalación, y al exhalar intentaba llevárselos consigo, al exterior. Pero no me importaba, sabía que necesitaba permanecer lo más indiferente posible a mi agonía, si deseaba sobrevivir. Porque, a todo mi alrededor, estaban la señales que tanto había escuchado últimamente. No había manera de pensar en algo distinto, de eludirlo de mi realidad. La nube roja, a lo largo de todo el horizonte, allá lejos, mar adentro. Acercándose velozmente hacia el impotente puerto, que aguardaba tan inmóvil. El temblor del suelo; extremadamente ligero pero aún así tan constante desde hacía tanto tiempo, que ya no podía considerarse normal. Como un terremoto pequeñito pero eterno. Los centenares de gaviotas y aves, volando en grupos inmensos, escapando tierra adentro; junto con incontables ratas, que salían de cada grieta lo suficientemente grande, y de cada alcantarilla. Pero no sólo ellos; los gatos y los perros huían sin más, en grandes grupos, e inclusive los insectos volaban en masas negras en dirección opuesta a la nube. Alcancé a ver que hasta los peces intentaban escapar, pero su camino terminaba en la costa. Sin tener a donde más ir, desesperados, miles de ellos se amontonaban al llegar a la orilla, salían brincando a la arena para intentar escapar de aquel horror, y morían por la falta de aire. Preferían buscar un camino imposible en línea recta, que intentar rodear la masa continental antes de que llegara la nube.

Así íbamos todos corriendo todas las especies de la tierra, hombro con hombro, intentando escapar de algo aparentemente ineludible. Últimamente todos habían hablado de ello, era como un enorme chisme sin confirmar, de si se acercaba o no la hora última. En la red y en las noticias amarillistas, en las películas, los mitos urbanos se llenaban de teorías y profecías, tonerías, que no hacían sino satisfacer el morbo de las personas. Hasta hoy. Hoy sucedían cosas únicas, proféticas. Hoy termina el mundo.

Llegúe a casa, después de correr por todo el centro de la ciudad y subir la enorme colina, entre el caos inimaginable de la gente alrededor. Di la media vuelta para apreciar el panorama. En otros tiempos, la vista de la costera era magnífica; de noche era un mundo de lucecitas ahí debajo, rozadas por el mar. De día se veían los bloques perfectos de manzanas, y grandes barcos entrando y saliendo continuamente. Era difícil creer que en algún momento fue así, ya que la gente daba la impresión de ser hormiguitas huyendo del puerto, mientras la nube roja avanzaba cada vez más, interminable hacia sus dos extremos, como un insecticida. Cubriendo en sombras el agua bajo sí. No pude más, volteé hacia mi casa. Por fuera se veía normal, no habían vidrios rotos ni puertas forzadas. Como si nada sucediera dentro de ella. Estaba nervioso, ¿y si nadie estaba ahí, qué iba a hacer? Seguí corriendo, subí los escalones del jardín frontal y abrí la puerta. Ahí, sobre la sala, se encontraba Anita, abrazando a Joaquín. Eran mis dos hermanos más pequeños. Corrí a abrazarlos, lloraban.

-¿Dónde está mamá? ¿Dónde están los demás?

Un sonido fuerte de metal impactando con los cimientos de la casa se dió a conocer por la cocina. El garage. Mi madre abrió la puerta del comedor unos segundos más tarde, con Manuel, el segundo más grande de mis hermanos. Traía su uniforme de la escuela, como yo. Al fondo, se veía el coche humeante, aún encendido, estrellado contra una pared del garage. Al parecer no había reparado en frenar. Y a los pocos segundos recordé por qué.

-¿¿DÓNDE ESTABAS??

Me sacudió con una fuerza que no le conocía, mi madre. Tenía lágrimas en los ojos y escurriéndole por todo el rostro. Gritó algunas cosas que no recuerdo, y después de ello me abrazó. Me quedé sin palabras; ese día me había volado la escuela para ir al malecón. De ahí que tuviera que correr desde la costera.

-¿Y Quique? ¿Y tu padre? ¿Dónde están?

Nadie respondió. El silencio se hizo incómodo, el semblante de mi madre se endureció.

-Manuel, quiero que lleves a Carlos y a tus hermanos al refugio. Yo bajaré al centro...

-No mamá. Nos quedamos todos...

-...a buscarlos porque de seguro...

-...aquí, porque todos en la familia...

-...han de estar en la oficina trabajando...

-...¡sabemos que en cualquier emergencia, nos debemos ver aquí!

-...¡¡¡NO LOS QUIERO DEJAR, CARAJO!!!

Fue la primera vez que oía maldecir a mi madre. Manuel la sostuvo, ella ya no pudo más, lloraba demasiado. Solamente se escuchaba el temblor del piso (que aún proseguía) y los sollozos de mi madre; junto con las respiraciones intranquilas de Anita. El motor del coche, aún encendido, ronroneaba impaciente. Me acordé de papá y de Quique. Quique era el más grande de nosotros y ya trabajaba con papá; le seguía Manuel por un par de años y luego iba yo, con catorce años. Debajo de mí estaba Anita, unos seis años por debajo, y el más pequeño era Joaquín, con tan sólo un par de años.

-Mamá y todos ustedes irán al refugio. Yo me quedaré afuera de casa para esperar a papá y a Enrique. No sabemos qué está sucediendo ni en cuánto tiempo comenzará, así que esperaré lo más posible; y si no queda más remedio, regresaré corriendo con ustedes cuando se acerque la nube.

Todos callábamos. Manuel siempre fue el que tuvo la sangre más fría. Mamá se calmó poco a poco, recobró el ritmo de su respiración. Se soltó de mi hermano, le intentó limpiar las lágrimas del hombro sin conseguirlo. Volteó hacia nosotros, con la mirada fría. Concentrada. Igual que mi hermano.

-Rápido, al refugio.

Corrimos al jardín; yo cargaba a Anita y mi mamá a mi hermanito. El refugio era una especie de búnker, un cuarto con paredes de hormigón excavado profundamente en el piso, cuyo acceso constaba de una puerta metálica pesada y gruesa, y una decena de escalones hacia abajo. El cuarto estaba totalmente escondido bajo tierra; no habían paredes en la superficie, tan sólo el pasto del jardín como en cualquier otro patio. La puerta, al permanecer cerrada, quedaba totalmente horizontal, como un enorme azulejo grisáceo. Dentro de él, conservábamos todo el tiempo enlatados, agua, lámparas, velas y demás cosas necesarias para una emergencia imprevista. Llegamos, en fin, a la base donde reposaba la puerta, pero, apresurados como estábamos, hubo un imprevisto que no pudimos ignorar.

Amontonándose para entrar por el espacio entre la puerta y el hormigón, una fila de hormigas, grillos, arañas y otros insectos pequeños se empujaba apresuradamente. Pero no de manera usual, como se ve cuando pones suficiente atención en el piso, ésta era una cantidad bastante grande de animalitos; y todos corrían desordenadamente, ignorando sus instintos de cadena alimenticia, corriendo lado a lado por la salvación de sus especies. Mi madre bajó a Joaquín para poder abrir la puerta, que pesaba casi demasiado para que la pudiera mover ella sola. La abrió hasta más de la mitad, con bastantes esfuerzos, y luego la dejó caer pesadamente sobre el pasto. Las bisagras rechinaron en son de queja, pero nos introdujimos, sin más, bajando los pequeños escalones hacia el fondo del refugio.

El aire se respiraba frío, como en una cueva. Dentro había un colchón pequeño con sábanas y unos libreros metálicos llenos de latas y botellas; lámparas, velas, cerillos, una caja con documentos, y varias cosas más. Nos sentamos todos en la cama, excepto mi madre, que tomó las lámparas y las probó. Luego encendió las luces del techo. Todos volteamos por instinto a ver el foco, y Anita no pudo suprimir un grito. Nadie hubiera podido. El techo se encontraba lleno de arañas, de todos los tamaños y formas; y a través de la luz que aún llegaba del cielo, se alcanzaba a ver que más llegaban de la superficie, a esconderse.

-No tengas miedo, Anita. Son sólo animalitos que necesitan protegerse, como nosotros. No les tengas miedo.

Al menos no era eso a lo que había que temer.

Pasaron los minutos en silencio, con el temblor de la tierra aún constante. Ya casi nos habíamos acostumbrado a él. El aire comenzó a soplar, cada vez más fuertemente, y la luz de afuera comenzaba a tornarse anaranjada. Y luego un poco rojiza. La nube ya estaba cerca, y comenzaba a mancillar la luz del sol con su color. Justo cuando el aire comenzaba a recordarme a los huracanes del año pasado, regresó corriendo Manuel, solo. Mi madre dejó salir un chillido.

-La nube está encima de nosotros. A unas cuadras ya hay sólo oscuridad... Ya no podemos esperarlos... Seguro que están bien.

Ni siquiera su sangre fría pudo esconder su verdadero estado de ánimo. Reparó un momento en el techo repleto de arañas, en el caminito de insectos corriendo desenfrenados al interior, y el miedo tomó su rostro por un segundo. Pero se recuperó en cuanto escuchó un grito a la distancia:

-¡Ayuda! ¿Hay alguien por aquí? ¡Estoy solo, necesito esconderme! ¡Ayúdenme, por favor!

Mi madre estuvo a punto de gritar una respuesta en auxilio al desconocido, pero Manuel le tapó la boca con la mano en el último momento. Forcejearon en silencio, hasta que él decidió soltarle el rostro.

-¿Qué haces? ¡Hay que ayudarlo, es Jaime, nuestro vecino!

-Piensa en los víveres mamá, nos tienen que durar.

-¡Por Dios, es sólo una persona, y aquí somos dos menos! ¡Sólo son tres días...!

-¡¿Y quién dijo que esto durará tres días?! ¡¿Las revistas?! ¡¿Los profetas?! No podemos creerle a nadie, estamos por nuestra cuenta. Cada día que gastemos más alimento, sin saber lo que ahí afuera se esconde, ni por cuánto tiempo, es un día más en el que competiremos con él por la supervivencia. Prefiero morirme de hambre junto a ustedes que ver cómo él se alimenta en su lugar.

Mamá soltó una lágrima más, en silencio.

-Es el papá de Helena, de Helenita.

Pero eso Manuel ya lo sabía. Su rostro enrojecido y tenso nos lo dijo. Seguramente en lo que esperaba a papá y a Quique la había esperado también a ella, al parecer sin éxito. Su rostro se enfrió aún más de lo acostumbrado. Sus labios perdieron la sangre, y con ello, el color.

-Esto lo hago por ustedes.

Subió los escalones. En el hueco que daba al exterior, se alcanzó a ver la nube magenta apenas y por una fracción de segundo, devorando ávidamente el cielo. Manuel levantó la puerta del pasto con relativa facilidad y la cerró por dentro con un sonido fuerte, dejando un eco en el refugio. El temblor proseguía, y todo me parecía ya como el huracán famoso de hace tres años, Matilda, el primero que deshizo las doce cuadras de la costa, y el que había tirado mi casa del árbol. Sólo que esta vez, era mucho peor. En la distancia, se escuchó el motor del coche de mamá y su acelerador volviendo a la vida. Un rechinido de llantas, y seguramente Jaime manejaba a toda velocidad, perdiéndose su sonido en la distancia. En el bunker, se suavizó un poco el rostro de Manuel, quizá porque sentía que con eso quedaba exento de cualquier culpa. Se sentó sobre los primeros escalones, con la cabeza al ras de la puerta.

-¿Alguien trae reloj? Para saber en qué momento pasan los tres días...

Finalmente había caído en la seriedad de su último argumento. Todos esperábamos que en verdad tardara todo tres días y no más tiempo, como había augurado mi hermano hacía unos momentos. Yo traía mi reloj, y había uno con manecillas en la pared. Pero nunca se lo pude decir a nadie, porque algo extraño sucedió en ese momento. La luz que se alcanzaba a ver por las ranuras pequeñitas de la puerta adquirió un tono rojizo, un color escarlata puro, poderoso, y se fue opacando poco a poco hasta desaparecer. Quedaba solamente la luz eléctrica y la de las linternas, de las cuales todos teníamos una, gracias a mamá. Pero el reloj de manecillas se detuvo en seco, mi reloj análogo se apagó, y la luz del techo comenzó a menguar. Las arañas se perdieron en las sombras, asustadas. Las linternas también comenzaron a fallar ligeramente, a volverse intermitentes y luego a morir del todo. Manuel bajó los escalones, asustado por todo esto, y nos apretujamos todos, abrazados, en la cama; Joaquín sobre el regazo de mamá. A los pocos segundos, ella prendió unas velas (más tarde me explicó que era la única fuente de luz que duraría en la oscuridad, de acuerdo con lo que le habían dicho). El temblor se detuvo de súbito, y no hubo ningún sonido más. La sensación del terremoto que terminaba fue aún más extraño, de ser posible, que la sensación sorpresiva de su comienzo, hacía ya muchísimo tiempo. Afuera reinaba un silencio incómodo, disfrazado de algo que aún no se revelaba. Como un zumbido demasiado bajo para ser escuchado, pero lo suficientemente fuerte como para sentirlo en el alma. Ahí me quedé dormido, de hecho creo que todos nos dormimos, con el cansancio típico de la baja de adrenalina; pero no supe cuánto tiempo, no creo que haya sido mucho. Algo nos despertó a todos de nuevo...

La verda', la di a deveras

…No, pos no ‘sta bien… pue’que no ‘stuvo bien…’ora caigo en entender que las cosas pos no son como dijieron que iban a ser, ni son como dicen que jueron… son retiartamente diferentes… de que mi sirvió tanta lucha, meterme a la bola, si todo ‘sta igual…ni l’ambre que pase, ni los sustos, ni las desveladas, ni’l mal dormir, ni las caminadotas que di… todo igual… no, pus… ya que…ah! Pos eso si… ai‘stuve cuando cambió la cosa, cuando Méjico jue otra vez Méjico…y ‘ora no se si pa’ bien o pa’ mal…

A mi me toco peliar ahí, yo ‘stuve ahí, donde pasaban las balas rozando nuestras cabezotas, uy! y ay de quen se 'scondiera de’llas... ya que las balas lo seguian y lo mataban… lo mire mismamente munchas veces con estos ojos que se han de comer los gusanos… así mesmo lo gritaba mi coronel, el mismisito Sixto Hernández cuando pelibanos. Ese pelón era retebien fajado… mi acuerdo que antes de ser Coronel de los pelones, allá cercas de Guadalajara, el queria peliar la guerra pa’ cambiar las cosas, y nos junto a munchos pa’ platicar de los mal que ‘staban las cosas, lo probes que estabanos, pa’ decirnos que en todo el país, el pueblo estaba cansado de las injusticias y que quería hacer lo mesmo que muchos: juntarse a peliar pa´ que’l gobierno arreglara las cosas y todos jueramos iguales; el país estaba rebien alborotado, Benito Juárez que’ra el presidente andaba juyendo pa’ que no lo agarraran y perder al pueblo, porque había otro quesque emperador de México, que era de las uropas y que no entendía de las cosas de Méjico… ese Sixto a munchos nos convenció y nos junto pa’ irnos a peliar con los pelones… vieran visto, que mal nos trataron esos desgracia’os pelones… jejeje… ni siquiera nos dejaron entrar al cuartel, quesque por mugrosos y huarachudos… pero el no se rajó… nos juimos de ahí pa’l campo ‘onde consiguió unas carabinas, bien requetebonitas, grandotas y brillosas, con hartos tiros y cananas de medio cachete, ni sé como li’so. Nos junto otra vez y nos dijo que el iba a peliar por su cuenta, que si lo seguíanos. ‘Pos yo y otros dijimos que si y nos robamos unos caballos flacos que nos faltaban pa’ que todos tuviéranos un cuaco y nos juimos pa´l monte. Esa jue la Gavilla Hernández, que aluego se hizo retefamosa con los pelones…peliabanos en contra de los soldados del quesque gobernaba Méjico, Macsimiliano de Jasbur o Kasbur, algo ansina, que ni ricuerdo bien; siempre pelianos contra sus soldados y de todas las batallas y cosas que andabanos haciendo, mi coronel iba y le informaba al mismisimo general Corona, uno de los mero mero del ejército de los pelones. Ansina, peliando por nuestro lado en el monte, con enboscadas y hechos apalabrados con mi general Corona, cosas retebien arriesgadas y corajudas, bien fajados, nos ganamos la confianza y acectación de los pelones y nos dijaron peliar junto con ellos. Nos daban parque y carabinas pa’ que pudieramos seguir peliando y que mandaban de Estados Unidos, y esto nos dio muncha juerza pa’ ir ganado las batallas, pa’que Don Benito juera el mero mero presidente. Al quesque emperador de Méjico, Macsimiliano, que tenía un ejército retebien grande, le quitaron munchos soldados y los mandaron pa’ Francia. Y solo tuvo un regimiento que lo cuidaba. Ansina como ‘taban la cosas tuvo que juyir de la ciuda de Méjico, y se jue pa’ Querétaro con 1,500 hombres con un general quesque “el tigre de Tacubaya”, que le nombraban Leonardo Márquez, -ansina le decían quesque porque asesinó a munchos jóvenes malamente ahí-. Ya en Querétaro se jueron pal’ cerro de las Campanas y ahí pusieron su cuartel general.
Nosotros éramos retihartos, decían que como 50,000 y el quesque emperador tenía bien requete poquitos, como nueve mil y mal armados, pero también ‘staban con el, el General Miguel Miramón, que jué presidente de México cuando tenia 27 años y era bien regueno pa’ esto de la guerra, hasta le apodaban “el joven Macabeo”, y el General Tomás Mejía, un mexicano como nosotros bien macho y bien bragao.

Nos juimos con mis generales Escobedo, Corona y Riva Palacio a Querétaro y pusimos en sitio al cerro ese y les quitamos el agua pa’ que se rindieran, pero aguantaban requetebién. Luego atrapamos a Macsimiliano, a Miramón y a Mejía y los pasamos por las armas después de un tiempo de tenerlos apresados; dijieron que peliamos requetebién y que ganamos, pero la mera verda’ eso no jue ansina del todo, porque si peliamos retebien, pero eramos munchos más que ellos, pero hubo una traición muy fea.

El tal Miguel López ese, que ‘staba peliando contra nosotros se apalabró una noche con mi General Escobedo pa’ entregarnos a Macsimiliano sin peliar; ‘tons mi general Escobedo llamó a mi general Mendez y se jueron mi general Méndez con un piquete de soldados y el Miguel López, y el Miguel López ese quito a los soldados, los fusiles y los cañones que ‘staban en el convento de la cruz, qui’era el lugar más difícil del sitio pa’ entrar y que no podianos pasar y por ahí entramos requetebién fácil. Eso jue lo qui me contaron, pos porque yo no ‘stuve ahí. Cuando si dieron cuenta, ya los pelones ‘stabanos bien metidos en el sitio, buscando a Macsimiliano y pos’ no lo jayaron. Me dijieron que hirieron a Miramón en la cara y que jue atrapado en casa de un dotor quesque Licea.
Asegún dicen, en la mañana, mi general Escobedo dio la orden de cerrar el sitio, quesque Maximiliano ‘staba en el cerro de las campanas con muy pocos hombres; y poco respondian a la metralla, y que al poco se vió una bandera blanca, y un tal Dávalos y un francés que se llamaba qusque Deacis llegaron con Macsimiliano que tenía la bandera blanca amarrada en su espada. Esperaron a mi General Corona, que tampoco apalabro nada con el güero y esperó a que llegara mi General Echegaray, quien le dijo a Maximiliano que era su prisionero.

Pero pos hay otra verda’, la que pasó di a de veras y que naiden cuenta, pero que yo vide, pos porque yo ‘stuve ahi, y pos nosotros juimos los que de verda’ atrapamos al Macsimiliano ese. Asegún nos dijieron, la nochi que’l López ese de la traición entro al sitio, Macsimiliano se jayaba en casa de un tal principe Salm y le dijieron que se juyera, y se juyó pasando como si juera civil de frente a los pelones, y se jue a caballo con dos oficiales de su guardia. Pos nosotros ‘tabanos de guardia juera del sitio, y esto si es de verda’ pos porque yo ‘stuve ahí, y ya clareando el día divisamos a tres jinetes a lo lejos. Mi coronel Sixto Hernández nos dio la orden de alcanzarlos, pos en ese momento todo mundo pos era sospechoso. Ibanos acercando cuando nos dispararon seis tiros de pistola, y pos le acicateamos a los caballos pa’lcanzarlos, nos tomo un rato, ‘sta que los rodeamos y obligamos a detenerse, apuntandoles con nuestros fusiles y pistolas. Mi coronel Sixto les preguntó que quienes eran y que porque nos habían disparado. Sin esperar respuesta, alueguito supinos que’ra el Macsimiliano que andabanos buscando, pus su piel era rete blanca, con unas barbas bien güeras, con un sombrerote de charro y un abrigo pal’ frío. Se apeó del caballo y con voz bien juerte, como si juera general, nos dijo que’l era Macsimiliano; mi coronel Sixto, como guen militar, también se bajó del caballo y cuando Macsimiliano le’iba a dar su espada, mi coronel le dijo que no podía rendirse ante él, que lo iba a llevar ante el general Corona, pos porque el si tenía el rango pa’ acectar la espada, y pos la mera verda’ el no. Y lo llevanos escoltado hasta ‘onde estaba mi general Corona, y este ni la palabra le dirigió, solo lo vió con unos ojotes bien fríos, ‘onde como si quisiera dispararle un montón de balas con su mirada.
Como capturanos a Macsimiliano, a la Gavilla Hernández le dieron entrada a los pelones; a mi coronel Sixto lo hicieron Coronel de Caballería y a todos nosotros pos soldados juarístas, pelones, que no!

Lueguito más adelante jueron jusilados, ahí mesmo, en el cerro de las campanas. A los tres juntitos: Miramón, Macsimiliano y Mejía. Cuando los ibanos a pasar por las armas, el Macsimiliano le cambio su lugar del medio a Miramón y le dijo “a los valientes, honores de soberanos al morir”. Al Macsimiliano le apuntaron siete fusiles a un metro pa’ no fallar y dispararon. Se cayó pa’ delante per‘onde que no se moría. Tons’ lo votiaron y le apuntaron un fusil al corazón y dispararon a quemaropa pa’atravesarlo, y hasta se le prendió su ropa y la apagaron a manotazos. Dicen que solo había en su cuerpo cinco balas…
Cuando le toco a Miguel Miramón que lo jusilaran, le grito bien juerte a los soldados con su mano en el corazón, ¡Aquí!

Pos por eso mesmo digo que las cosas ya las miro di otra forma y no como dicen que son:
si miro bien despacio a los generales Miramón y Mejía, pos ellos querían el bien pa’ Méjico; pue’que no haya ‘stado bien la forma como l’cieron, pero pue’que pos no sean traidores como dicen que son; pos ‘ora entiendo que querían el bien pa’ todos. El Macsimiliano, pos era de otro lado, eso que ni que, pero pos también quería el bien pa’ todos nosotros, y pos así era la cosa entons'; los mataron y pos seguimos igual que desde nantes. Don Benito Juárez, también quiere el bien pa’ México, tons’ ¿por que no cambian las cosas?, y hasta si dice quesque los americanos lo apoyaron pa’ ganarle a Macsimiliano, pa’ que se fueran los “franchutis” porque no los querían aquí, por una tal “dotrina monrou”, que ni se que’es y quesque a cambio firmó el “maclein-Ocampo”, pa’ que los güeros pasen a México rapidito, sin problema, como si juera su casa, pa’quiagan lo que queran en México… ‘tons, ¿quien es más traidor?... pos’ ya ni entendí.
Miguel López, es si, es jue un traidor di a deveras, ‘sta su esposa le dejo de hablar…

Por eso mesmo digo, la verda’ siempre tiene otra verda, la diá de veras… pero…pos ‘tons, cual es?