Eran pájaros. Pájaros de verdad. Cantando, afuera. Y el sonido del viento, acariciando al mar en la distancia. Al principio creí que estaba teniendo un sueño agradable, porque mis ojos estaban cerrados. Pero los abrí, y seguí escuchando los trinos. Los ecos del agua. Por la ranurita de la puerta, se colaba una ligera luz blanca, que se arrastraba débilmente hasta perderse en nuestra penumbra, donde sólo brillaban las velas. Como al final de las tormentas que ya habíamos pasado ahí abajo.
-¿Ya habrá terminado?
-No, no abras. Mejor esperemos un poco. Hay algo extraño.
-Pero hay pájaros allá afuera, los estás oyendo.
-¿Y si es una trampa?
-Mamá...
-No, Manuel, ahorita no. No te arriesgues. No llevamos nada aquí.
-Ugh.
Manuel se sentó sobre el primer escalón, en espera de poder abrir la puerta tan pronto como fuera posible, si mamá cambiaba de opinión. Todos nos acurrucamos en nuestros lugares, de nuevo, un poco más calmados. El sonido era en verdad agradable, casi se podía sentir la calidez de un día de verano en el cuerpo. Mis hermanos más chicos se relajaron con el sonido de los pájaros, y volvieron a cerrar los ojos. Se quedaron dormidos poco a poco. Pasó un buen rato. Las horas eran lentas en ese lugar, como si les costara trabajo fluir a través del tiempo. Yo estaba en los brazos de mamá, intentando perderme en un sueño que tuviera de fondo a los pajaritos. Pero no pude, porque después de un rato comenzó una plática que capturó a mi sueño y atención.
-Entonces, ¿nos escondemos un rato y ya?
No me atreví a abrir los ojos en caso de que interrumpieran su plática por mi culpa. Pero paré el oído de manera hambrienta. Yo tenía la misma pregunta que Manuelito circulando en mi cabeza. Su tono se escuchaba seco, como cuando recién caía en la cuenta de algo.
-¿Qué quieres decir?
-O sea, lo único que tiene que hacer alguien para salvarse de todo mal, supuestamente, es esconderse y ya. Esperar a que todo termine. Vaya plan de Dios.
-Bueno, hijo, no sé, no creo que sea así de sencillo. Seguramente hay trampas y problemas que pueden confundir a muchas personas, yo la verdad no sé nada...
-Porque entonces, cualquier violador o asesino o criminal que haya rondado la tierra sólo tiene que esconderse y no abrir por nada del mundo y salir al término de todo, y seguir como siempre.
-No, hijo, yo creo que el plan de Dios...
-El plan de Dios no sirve, mamá, porque sólo basta esconderse. ¿Ves el error? Algo no me cuadra, algo no está bien. O quizá no había que esconderse, porque los que son malos quedaron exterminados en un segundo, ¡Oye a los pajaritos!¡Mira la luz por debajo de la puerta!
Imaginé en mi cabeza los escalones que clareaban conforme se acercaban a la puerta. Entreabrí un poquito los ojos. Ahí, en el marco, brillaba una luz amigable. Se escuchó un sonido de ropas, y un eco de pisadas subiendo las escaleras.
-Siéntate.
Fue impactante la forma en la que lo dijo. En un susurro apenas audible, mi madre había colapsado su angustia y su enojo. Bajo mi ropa, sentí la tensión de sus músculos. Mi hermano seguramente sintió lo mismo, porque las pisadas cesaron. Otra vez el sonido de ropas. Se había sentado nuevamente. Tardó unos segundos en hablar.
-Sólo tengo esa duda. ¿Qué pasaría si uno de nosotros no debiera estar aquí? ¿Qué tal que alguien no debiera salir vivo? ¿Lo dejarían salvarse?
-No vas a hablar así enfrente de tus hermanos, no te van a escuchar decir eso. ¿Ellos no merecen salvarse? ¿O tú? ¿O yo? ¡¿Hay alguien aquí que no se lo merezca?! Digo, infórmame de una buena vez, porque le hubiéramos cambiado el lugar por Jaime.
-Mamá, cálmate, Jaime va a estar bien.
-Entonces te acabas de responder tu pregunta. Si Jaime está bien aunque lo dejamos afuera, entonces los que no merezcan esconderse no podrán quedarse adentro.
-Bueno, y...
La conversación terminó ahí. Tuve que abrir los ojos, por la sorpresa. Mis hermanos también despertaron de inmediato. Se escucharon pisadas afuera. Habían sombras tras la puerta. Anita y el pequeño se quedaron sobre la cama, un poco asustados, pero los demás nos amontonamos a un par de escalones de la entrada. Nadie podía creer lo que escuchábamos. Era Quique.
-¡Ábreme!
-¡¿Estás bien?!
-¡¡Hijo!!¡Ábrele la puerta!
-¡Ábreme!
-¿Es seguro?
-¡¡Apúrate!!
-Estoy bien, no creerán lo que hay aquí afuera, es increíble. ¡No hay nadie cerca Menito, ábreme!
-........No.
-¡Menito, pendejo, soy tu hermano, idiota!
-¡¿Qué haces?!¡¿Has perdido la razón?!
-Compruébanos que eres tú.
-¡Carajo, no tengo tiempo para esto! ¿Entiendes lo que está pasando aquí afuera?
Enrique calló unos segundos. Todos le copiamos.
-¡¡Mierda, Manuel, creo que alguien viene, ábreme!! ¡Soy Enrique Enos, tengo veinte años, tengo una cicatriz que tú me hiciste en la pierna cuando tenía seis años, sólo tú sabes que mi última boleta de la prepa es falsa y le pagué al maestro para plagiarla, mamá, nací un domingo a las diez de la mañana, carajo ábreme!
Mamá gritaba y golpeaba a Manuel en el brazo para que abriera la puerta. Pero Manuel no se movía, miraba con ojos serios y fijos a mamá; le sostenía una muñeca firmemente, para que no abriera ella. Su mirada era tan fría que nadie le decía nada, con tal de escuchar lo que tenía que decir. Yo no pude hacer ni decir nada, todo era demasiado rápido para mí.
-Reza el Credo.
-¡Manuel no tengo tiempo de esto!
-¡Reza el maldito Credo!¡Si no puedes rezarlo, entonces no eres tú, mi vida!
Iba muy bien, su sangre fría le apuntaba en la dirección correcta. Rezar el Credo es creerlo, y no todas las cosas en el mundo pueden hacerlo. Iba muy bien, hasta que se sintió demasiado seguro, hasta que cometió la estupidez más grande, el único detalle que no debía dejar en el olvido. Se confió demasiado, ni siquiera reparó en lo que mamá dijo:
-¡¡¡Es Papá!!!
Si le hubiera puesto un poco de atención, si hubiera pensado que mamá no estaba escuchando mal, jamás habría hecho lo que hizo. Estiró el cuello, se paró de puntas, y se asomó por la ranura de la puerta. No tuve tiempo de avisarle, caí en cuenta de ello hasta el último momento. Manuel escuchaba a Helena. Mamá escuchaba a Papá. Yo escuchaba a Quique, claramente en mi cabeza. Pero todos estábamos equivocados. Tan pronto como su mirada rozó el mundo exterior, pasaron muchas cosas muy rápido. Su cuerpo se contrajo violentamente y su mirada se cristalizó. El sonido de los pájaros se cortó de repente, como quien detiene una cinta de súbito, y un zumbido ensordecedor se hizo presente en todo el cuarto, sustituyéndolos. Era un sonido terrible, casi insoportable, pero no peor a aquello que lo provocaba.
Entraron a través de la ranurita de la puerta, impulsadas por algo sobrenatural, por algo que las hacía moverse demasiado rápido, con demasiada precisión. Se metieron a mi hermano por su boca abierta, sorprendida, inmovilizada como su cuerpo entero. Lo tomamos de las manos para intentar quitarlo del paso, pero era imposible, parecía haberse transformado en una pesada estatua. Solamente pudimos ver y gritar, porque nadie pudo hacer nada, no nos atrevimos a pegarles con la mano, ni siquiera para desviar su trayectoria, como cuando encuentras a una de ellas sola. Éstas eran demasiadas. Cientos. Un ejército entero de moscas invadiendo las entrañas de mi hermano.
Entraron todas directamente a su boca; y le hicieron salir proyectado, escaleras abajo, hasta impactarse con el mueble de víveres. Corrimos a auxiliarlo, sin bien nadie sabía qué hacer en realidad. Anita y Joaquín se tapaban con las cobijas, con sus sollozos resonando entre el potente zumbido. Nosotros corrimos hacia Manuel, que comenzó a hablar y moverse sin lógica. Sus ojos miraban con desesperación hacia abajo, intentando ver su boca; y sus manos intentaban tapársela, sin conseguirlo, como si éstas obedecieran unos segundos y se revelaran después, lanzándose hacia los lados. Manuelito luchaba por el control de su cuerpo. Entre la lucha, entre los manotazos fallidos contra su boca, no pudo reprimir palabras que jamás hubiera dicho de otro modo:
-¡Debajo de la creación... en el aliento... de las tinieblas... En el imperio... de la mosca... hay una salvación... mal hecha... Una nueva... vida eterna... para el hombre... de la cual... ya... eres... PARTE!
No pude moverme. Quedé horrorizado. Los zumbidos, que querían hacer explotar mi cabeza, ya no venían de afuera. Ahora venían de adentro de mi hermano.
Mi madre fue más veloz. Tomó un garrafón mediano. Lo abrió con violencia, entre los gritos y los zumbidos. Tenía la cara pálida y le temblaban las manos, pero en sus ojos brillaba una determinación llena de furia. Se sentó en el pecho de Manuel, y le metió la abertura del recipiente en la boca, vaciándole el agua entre frases ahogadas, toz y tragos. Las manos de Manuelito seguían sin control, a ratos golpeaban el rostro de mamá, y a ratos las contenía a su costado, entre temblores involuntarios. Pero ella no se movió. El agua nos salpicó a todos, y manchó el piso y la ropa. Pero Menito pudo tomársela entre su ahogo, y el zumbido fue muriendo poco a poco. Sus manos comenzaron a temblar menos, a relajarse. El recipiente se vació del todo, estrepitosamente, como si el agua se atropellara en su intento de liberarse. Mamá lo aventó a una esquina, y le tomó el rostro entre las manos. Manuel comenzó a llorar, con una agonía terrible, incurable. Nosotros no comenzamos a llorar en ese momento. Teníamos ya un rato haciéndolo.
* * * * *
Todos dormían, menos yo. Hacía rato que el sueño había vencido a los demás. Quizá llevábamos un día ahí adentro, al menos por lo que intuía. Manuel se había compuesto casi del todo. Ya controlaba su cuerpo y sus palabras. Ahora, en cambio, hablaba poco, y cuando lo hacía, era para pedir disculpas. Mamá no lo soltó hasta que se fueron a dormir, y ahora ella descansaba abrazando a mis hermanitos. De afuera, ya no había ni luz agradable, ni sonidos. Silencio y oscuridad absolutos. Como si el cuarto flotara a la mitad del vacío, o en el espacio exterior.
No podía dormir, la mente me daba vueltas. ¿Qué iba a suceder ahora?¿Qué pasaría si no sobrevivíamos? ¿Y qué pasaba si sí sobrevivíamos? No estaba muy seguro de querer saber, prefería que la vida se hubiera detenido en ese mismo instante, en mi único momento de certidumbre. Ese instante plagado de penumbra era lo único que daba por garantizado, el último lugar seguro que me quedaba. Pero no podía ser así.
-Carlos.
Era Manuel. No supe cómo adivinó que no dormía. Habló en un tono muy bajo, así que intuí que no quería despertar a los otros. Me acerqué con cautela, para que los demás permanecieran dormidos. Me arrodillé a su lado, para que él pudiera permanecer acostado.
-Carlitos, lo siento mucho.
-Menito, no...
-Calla. Hay algo que te tengo que decir. Discúlpame, por favor, por lo que tiene que suceder. Pero es necesario que lo sepas.
El silencio se hizo, de ser posible, más pronunciado.
-Carlitos, aún las traigo adentro. Y me siguen hablando.
Tomó mi mano entre las suyas. Su mirada era pálida y triste, como si cargara la tristeza de todo un dios, o del mundo entero.
-Necesito decirte qué es lo que me están diciendo, porque es necesario que lo sepas. Que lo entiendas. Y que, por favor, me perdones. Porque todo esto es culpa mía.
No supe realmente qué decirle. Las palabras me traicionaron, se escondieron como las arañas en el techo, sobre nuestras cabezas. Manuelito cerró los ojos en concentración (y en dolor), y comenzó a hablar:
-La podredumbre que circula tu cuerpo es ahora irreversible. Tú ya no puedes negarte al Emperador de las Moscas, al Soberano del Nuevo Mundo. Le has abierto las puertas de tu pequeño escondite, y por tanto has corrido a toda Esperanza. Por tanto, vivirás bajo sus nuevas reglas a partir de ahora. Comencemos un juego, el del fin del mundo. Empecemos con una prueba a tu sobrevaluado amor, veamos qué tan bien se le puede exprimir.
Se detuvo un momento. Comenzaron a correr lágrimas silenciosas por su rostro.
-Tu condena irresponsable es la causa de la condena de tus semejantes. ¿Eso es lo que llamas amor por ellos? Dices que a tu familia la llevas en el corazón, así que te demostraremos qué tan débil es en realidad ese músculo humano. Quitemos la analogía, la metáfora a la que tantos hombres le dan uso. Hagámosla realidad, metámoslos a todos ustedes en tus cavidades sanguíneas, en el mar de tu sangre que causa cada sístole y cada diástole. Tu corazón se vacía y se llena de tu agua carmesí entre cada latido, ¿Entiendes que alguien ahí dentro se puede ahogar?¿Por qué no sacarlos, entonces? Tuya es la decisión y de nadie más. Abre esa puerta, y arrodíllate por siempre y junto con ellos al nuevo Rey del Universo. Mantenla cerrada, y tu pequeño cuarto será una réplica de tu corazón, lleno de tu sangre hasta el último espacio, y sin aire para respirar. De ninguna manera creas que serás salvado, aquellos que son de la Esperanza ya se han ido con él. Aquí todas las almas nos pertenecen ya. Tuya es la decisión de cuándo quieres entregarlos a tu condena.
Permaneció con los ojos cerrados después de haber terminado. Sollozando silenciosamente. No supe qué decir. No existían palabras en ese momento.
-Lo siento, mamá. Lo bueno es que Anita y Joquito no estarán para ver esto.
-Lo sé.
Volteé rápidamente. No había visto que Mamá estaba despierta. Abrazaba las cobijas en silencio, con una mezcla de una tristeza infinita, y un descanso inmenso en el alma. Mis hermanitos ya no estaban en ningún lado. Ellos eran los únicos totalmente puros de corazón, y no tenían lugar en el juicio del fin del mundo. Se los había llevado la Esperanza.
-Y ahora, hay que decidir qué es lo que vamos a hacer.
-Esperamos a Dios.
-Dios ya se fué.
El silencio del cuarto se rompió como un cristalazo. Allá lejos, si bien la luz de las velas no nos permitía verlo, comenzó a escucharse en la puerta metálica un rápido goteo, un sonido parecido a un chorrito de agua corriendo de forma hambrienta. Pero ya nos lo había dicho Manuelito; aquello no era agua.
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