La aventura de las siete

Era uno de esos lugares del mundo prohibidos, maléficos, que nadie se atrevía a visitar. Mas que él. No había visto tierra firme en varios días de travesía, tan sólo agua cristalina hasta donde el horizonte le revelaba. Hacía unas cuantas horas que ya no veía peces cuando se asomaba por la borda, y la marea había estado demasiado quieta, el sol demasiado callado. Sabía que el momento estaba cerca; todo estaba tan tranquilo, que incluso el bote parecía estar poniendo atención a algo fuera de lo normal.
Apenas y con un instante de ventaja, una forma borrosa bajo el mar le advirtió de la embestida. Desenfundó ambas espadas y escaló ágilmente el mástil, pero el monstruo fue más rápido que él. De varias decenas de metros de altura, una piel lisa y amarilla, y fauces anaranjadas, la criatura se impulsó fuera del agua con sus poderosas aletas y estrelló su dura cabeza contra la proa, rompiendo el bote a la mitad. El guerrero, encarando de frente a la muerte sin temor alguno, se empujó del mástil desfalleciente y saltó, con las armas en pose de ataque, hacia el animal que ya lo esperaba. Uno de los dos moriría en unos minutos, y no iba a ser él...

-Carlitos, amor, ya salte de la tina, ya estuviste ahí mucho tiempo. Destapa la coladera y no olvides secar tu pato y los demás juguetes.

-Ay mamá, cinco minutos más...

No hay comentarios:

Publicar un comentario