No entiendo a mi tío, siempre que vamos por la calle, camina por debajo de la banqueta, y por más que le digo que se suba, solamente me vé, con una expresión "rara" en su cara, me sonríe y me dice "no"; no dice nada más... Le digo a mi mamá que le diga que se suba, pero a ella tampoco obedece, y se va corriendo. Mi mamá no me suelta de la mano, porque dice que aún soy pequeño... quiero mucho a mi tío y me da miedo que pase un caballo o una carretela y le pegue...
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Siempre recuerdo a mi tío con una expresión sombría... han pasado muchos años desde que el murió y nunca encontró una respuesta; la historia que un día me contó me sorprendió... Tenía 22, en la flor de la vida, de los sueños y los ensueños, siempre alegre, contento, vivaz; picarón de acuerdo a la época... y se tornó distante, triste, cenizo, ausente... siendo mozuelo le tocó vivir el glorioso momento de la entrada del ejército trigarante encabezado por Agustín de Iturbide, Agustín primero; las grandes diferencias sociales existentes entre la aristocracia y los léperos...
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"La tarde del 31 de octubre, de hace muchos ayeres, recorriendo el cotidiano andar dominical, que siempre compartía con mi entrañable amigo Juan Domingo de la Fonte y Vizcarra, que acostumbrabamos realizar desde el paseo de la alameda hasta la plaza principal de la Gran Ciudad de México, llegó el día y el momento que mi querido Mingo, como le llamaba cariñosamente, debió dejarme solo para reunirse con la mujer que le inspiraba tanto regocijo en su corazón, y quién aún no correspondía a ese latir tan desenfrenado e incontrolable. La cita de reunión, a la que ella acudió acompañada de sus padres, fue en el mejor lugar que pueda haberse elegido: el Gran Sagrario de nuestra Madre Iglesia Católica, la Gran Catedral...
¿Que hacer ahora, mientras mi querido amigo corría tras su sueño? Así, solo, recorrí los comercios de la zona, caminé por la plaza principal admirando a las bellas damas que acudían al paseo dominical, y al caer la tarde, aburrido de no tener que hacer, decidí regresar andando a casa de mis padres. No presté atención al camino... de pronto, al pasar frente al balcón de una casona, tuve que detener de golpe mi andar, ya que al volver la vista, descubrí de frente a la mujer más bella que jamás pude haber encontrado. Su cabello rizado de color negro caía por debajo de sus hombros, enmarcando un rostro bellísimo, que contenía unas cejas delicadamente alargadas hacia los lados, encumbradas sobre sus grandes ojos negros, a los lados una exquisita naríz recta y delicada que remataba en unos labios rosados, carnosos y turgentes, con una sonrisa esplendida que mostraba la perfección de sus dientes, maravillosamente blancos ; el color de su piel, de un fascinante dorado claro... sin desearlo, por supuesto, no pude dejar de admirar ese escote, que bajaba desde los hombros y terminaba sutilmente por encima de sus senos, realzando de manera maravillosa su existencia...
Debí haber mostrado una expresión algo, digamos, ¿estúpida sería el calificativo?, porque con su gran sonrisa preguntó "¿se encuentra bien?" y yo, algo más que turbado, tartamudeando contesté, "¿eh?, ¿yo?, este, no, no, es, es que"; con gran cordialidad, como si supieramos de nosotros desde siempre, insistió, "pase y recuperese, aunque sea solo por un momento", invitación a la que por supuesto no me negue; hay de mi, por haberlo hecho...
Personalmente abrió la gran puerta que guardaba un esplendido jardín central; inmediatamente percibí la delicada mezcla perfumada de deliciosos aromas que flotaban en el ambiente, debidos a las plantas perfectamente cuidadas y alineadas que, a lo largo del corredor hacia el patio central, podía admirar. Además de la belleza de su rostro, su porte altivo y seguro, me cautivó. Sonrieno y de manera cordial, tomo mi brazo y recorrimos la distancia existente entre la puerta y la angosta escalera lateral que nos conduciría a la estancia principal. Una vez dentro, y después de tomar asiento en uno de los sillones del salón, me ofreció algo de tomar para refrescarme... y quitarme esa expresión indescifrable que permanecía en mi cara "¿agua fresca, está bien? o ¿prefiere jamaica? o ¿ una copa de vino?"; tuve que tomar aire para contestar que una copa de vino era lo mejor para ese momento. ¿De que hablamos? nuestra conversación bailaba a través de los acontecimientos cotidianos, de los gustos, de los sueños, de los deseos, de los relatos anecdotarios, de nuestras familias... estar con ella, era lo más cercano a saber que estaba vivo... jamás viví emoción tan tonificante... ¿turbadora? si, agradablemante turbadora... tan impactante fue su compañía, que de la copa de vino que me ofreció, solamente un sorbo tomé, dejandola en la mesita al lado del sillón. El tiempo, como siempre, voló... no tuve conciencia de el, hasta que las campanas de alguna iglesia cercana me trajeron de vuelta a la realidad... las 9 de la noche, hora de marcharme. Difícil despedirme, no me quería ir... quería permanecer con ella... siempre... me enamoré de ella al instante... en un solo tiempo... con un dejo de suplica en mi petición, solicité verla al día siguiente... su respuesta me estremeció... "si, le espero paciente y anhelante para continuar nuestra reunión"; al tomar su mano para besarla y despedirme, el cálido regocijo manifiesto en mi corazón no capto lo frió de ella. El camino de regreso a casa de mis padres... no lo recuerdo; el tiempo compartido con Leonora, hija de Doña Elvira de los Santos Göet y Don Eugenio Matías Lobreño y Sarapía, me extravió...
Nunca entendí... Al día siguiente, a las seis de la tarde como acordamos, presto me presenté a nuestra cita... varias veces, casi de manera desesperante, tomé el aldabón de la puerta, azotandolo hasta la violencia, ante la frustración de no tener respuesta... el balcón que el día anterior iluminó mi ser, se encontraba cerrado... como apagado... decepcionado, me marche a casa...
Regresé al día siguiente... nuevamente el aldabón recibió su dosis de mi impaciencia... no pude contenerme... empecé a gritarle... "Leonora, Leonora, abre, soy yo, Rodrigo"... la respuesta a mi demanda fue el silencio... y la presencia de una anciana a mi lado... "Señor, señor" me llamó, "¿Que pasa?". Más por respeto a la anciana, me contuve explicando que buscaba a una persona que habitaba en esa casa... "Nadie vive en esta casa", comentó.
-"Señora, no es posible, hace dos días estuve en esta casa", afirmé.
-"No es posible, señor, la casa tiene muchos años deshabitada; sus dueños la abandonaron hace muchos años, después que su única hija murió..."
-"Señora, posiblemente este confundida, yo estuve aquí hace un par de días, y tengo una cita con la Señorita Leonora"...
-"No señor, la señorita Leonora murió hace muchos años..."
-"Debe haber un error, comenté, yo estuve con ella, aquí... creame, estuve con ella..."
-"No señor, eso no es posible."
Desesperado busque la forma de entrar, tenía que demostrarle a la anciana que estaba en un error...¿ella o yo?... casi imposible entrar a la casa... de manera inesperada logre hacer que la cerradura de la puerta cediera...
Desconcierto fue lo que me impregnó... el olor a rancio y encierro turbo mis sentidos; de las plantas que recordaba emanando un delicioso aroma, solamente se encontraban masetas vacías conteniendo terrones secos y polvosos... Apurado con la prisa, corrí más que caminé, el estrecho espacio que separaba la puerta de entrada de las escaleras para acceder a la habitación en la que había estado dos días atrás... me sorprendió descubrir frente a mi un cuadro de Leonora... ahí estaba ella, de cuerpo completo, presumiendo su belleza... cubierto de polvo... los muebles, que recordaba lucían su esplendor, cubiertos por retazos grises de tiempo... la habitación oscura, con inumerables telerañas... de polvo y abandono...
esto no tenía espacio en mi mente... no era cierto, no era posible... mi mirada recorría vertiginosamente la habitación, tratando de encontrar una respuesta, un indicio, algo que explicara que... ahí estaba... la pista!...
Sobre la mesa lateral del sillón, que se encontraba cubierta de descuido y atención, jubilosa, feliz, limpia, llena, conteniendo un tesoro, un líquido de color rojo cristalino y profundo, con apenas una gota de el escurriendo desde su borde, la copa de vino que Leonora me entregara en mano, gritaba silenciosa y burlonamente, "asi es, aquí estoy, aquí estas"... la desesperación, lo desquiciante, lo increible, lo sufrible, lo decepcionante, lo sorprendente se apoderaron de mi... el dolor fue indescriptible... me dolio mi obseción, mi sueño, mi locura... corrí, sali corriendo de ahí, dejando tras de mi, dentro de esa habitación y junto a Leonora mi vida..."
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Mi tió Rodrigo jamás volvió a caminar por las aceras, ni volteo a ver a través de un balcón o ventana abiertos... no se recupero de ese duelo, jamás lo entendió...yo tampoco... ese espacio entre el 31 de octubre y dos de noviembre de esos ayeres, Rodrigo quedo atrapado, entre lo inexplicable, lo increible, y lo maravilloso... Lo que si creo, es que Leonora fue feliz desde que mi tío llegó a ella... ahora deben ser felices...
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Dedicado a mi tío abuelo Rodrigo Hernández Meza, en quien tengo fijada esta historia... el fue asesinado una noche de campaña militar en Churubusco, a los 22 años de edad... pertenecía al ejercito mexicano, a los juaristas... a los pelones... Mi abuela, Naná, su hermana, me inspiró este cuento hace otros ayeres...
Ta bien bueno carai :) ya llevabas un buen con esta historia en la cabeza, que padre que lo hayas terminado, sobretodo tan bonito :)
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