(Por si llegasen a necesitar el dato, una elegía es un poema hecho por la muerte de una persona).
I.
Sobre ti planté un ciruelo
de flores claras y hojas negras,
como recuerdo al descenso
de tu alma, a los sueños
que te devora la tierra.
Estas noches ya no regresas.
Mejor quedaste en el suelo,
bajo el árbol de ciruelas.
Ambos pasándose besos;
él, con sus raíces tiernas
y tú, dándole tu cuerpo:
la sangre de tus venas,
linfa, bilis, grasa, hueso,
carne, vista, sentimiento.
Tu alegría y tu tristeza.
Le tienes la esencia en deuda
como si fuera un amante nuevo.
* * * * *
II.
Varios días ya se han muerto,
y hoy tampoco despiertas.
Bajo la negra corteza
del árbol, tu risa suena.
Sólo hay que pegar la oreja
para escuchar tu silencio.
Te acostumbraste al subsuelo,
a tu capullo de seda
que las raíces tejieron.
Amor, eres como un insecto,
cual mariposa en potencia.
Tu metamorfosis es la
atracción a lo que es eterno,
a la muerte que no te presta.
Tu última noche no cesa.
Sin luz, ni sol, ni cielo;
sin las hermosas estrellas.
Y con un amante ajeno.
Con el corazón a medias
como un vaso con grietas,
que ya no puede estar lleno.
Amor, en mi pecho abriste grietas.
(Al tuyo, se las hizo el ciruelo).
* * * * *
III.
Sobre ti planté un ciruelo
para que jamás murieras.
Subirás desde las piedras,
por el tronco y hasta el cielo.
Sabrán a ti las ciruelas.
Yo te estaré viendo
cuando coman los jilgueros;
cuando te lleven de paseo
en sus plumas, en sus ideas.
Hasta que también mueran
en algún lugar, dispersos;
y, juntos, sean más alimento,
más vida para los muertos.
Dando lo que tuyo era
a todo lo que está viviendo,
vivirás en el mundo entero
y por edades completas.
* * * * *
IV.
Probaré un par de ciruelas.
Disculpa si te molesto
pero necesito esto
para recordar quién eras,
para llenarme de adentro,
para sentir que te tengo
aquí en mis brazos, cerca.
Para ubicarte por tu esencia
cuando me una a tu ciruelo.
Viviremos sin tregua
y más allá del universo.
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