Se vive para unos pocos días, nada más. Los demás son para hablar del gobierno, resguardar el traje de la lluvia y sudar en el tráfico del mediodía. (Si sabré algo de eso).
Estoy muy seguro de que yo ya viví, al menos, dos días. El primero pasó casi desapercibido. Sensación profunda y gloriosa, despejada. Efímera. El segundo, sin embargo, ya traía resaca. Conciencia.
Crecer adentro es cosa de un instante, hay una noche larga como la luz o un último roce insoportable. Una victoria indiscutida. Entonces ya no hay nada bajo la cama, y las estrellas se hacen de gas. Y es verdad que no existen las brujas, no las hay, pero a veces juraría que Eva camina por el bosque, con los ojos lechosos y raíces en los pies, convirtiendo a las personas en flores de cristal.
Cómo quisiera ser su Adán, y desvestirla con hojas secas y aguanieve. Ya van muchos, demasiados días que no se cuentan, entre pagos de luz y el periódico dominical. Así que, Dios, dame por favor ese tercer día o tírame de tu mesa, que ya me sabe rancia ésta mi piel, hombre de masa de sal.
Todo que escribir
Ahora sí, pensó, tengo mi mejor historia en la cabeza. Laptop encendida. La música, perfecto, audífonos a mí, adiós mundo. Tengo ganas de algo triste, pero no del típico desamor. Lazos familiares entonces, venganza, rencor, pero no, nada con personas reales, son demasiado complicadas de describir y escribir. Se ven falsos cuando los hago, sosos. Empecemos pues, la lista de reproducción clásica, la que me pone en ambiente, que me deprima un poco para agarrar el tono correcto. Albinoni. Que sean objetos, o cosas inertes, algo que en el título suene bien, Rosas y... No, quizá Estrellas, veamos, qué estimula la emoción: estrellas, rosas, mar, viento, aire, agua, luz, mierda sé que está poca madre la historia pero para empezarla, para empezarla...
Ok retén la idea, empecemos con otra cosa. Bach, carajo ya se me terminaron los autores con A y son un chingo. Sáltate la Fuga, me siento como en el Fantasma de la ópera. Listo, la de Aire, ésa me sirve, coño pero dura tres minutos y medio. No importa, en lo que pienso, y le pongo repetir o le muevo, o por ahí está la versión larga. Ya va media hora y yo perdiendo el tiempo, no he escrito nada, venga. De acuerdo, de desamor entonces, puro, de esos que todos mis amigos captan la indirecta. ¿Cómo empiezo, con qué frase, cuál es el título? ¿Hablo de abandono, o de desamor, o de ruptura...? Puta madre esto es demasiado complicado. El himno a la alegría, no así no puedo pensar, ya me terminé a Bach. Ok, la canción bonita de piano, aunque está demasiado feliz. Hora y cuarto.
Ah ya me entumí en la silla, tengo sed. Un vaso con agua, vamos a dar vueltas en la cocina. Adelántate, sáltate Beethoven y a Chopin, no están en mi ambiente hoy, bla bla bla muchos nombres que no ubico. Mozart, diablos con éste estudio, no voy a pensar en nada. Galletas, éstas, son saladas, no puedo pensar sin comer. Mejor hagamos una historia original, chusca, divertida, de esas que no me sé explicar por qué no las puedes dejar de leer si al final no pasa nada. Qué estupidez. De acuerdo, una situación análoga, una metáfora de alguna cosa, contada con elementos inusuales. Que la gente se haga invisible, que existan dos soles, no eso ya lo leí en otro blog, o algo con ángeles, o un asesino, no eso no soy yo, no me sale hacer eso. Mozart, no me estás sirviendo pero carajo ya después hay puras cosas raras hasta Tchaikovsky, no mames si llego a él ya valió. ¿Ya son las ocho?
Un cuento, algo que soñé y le muevo dos o tres cosas para que se haga original. ¿Qué soñé? Con el americano, ir a la escuela, que corría por la calle... no, ésa ya la usé. ¿Qué he escrito antes? No, eso me suena a copia, se va a ver muy obvio. Un pensamiento, o una sola oración, eso es rápido y hasta parece que publico algo. De vida, de amor, de muerte, de experiencia, puta soy pésimo para esto, sólo alguien famoso puede decir dos cosas y que se vea chingón. Chale ya no hay papas. Qué de la chingada, no llevo ni un renglón. A ver, abrir otra ventana. ¡Oh, una notificación...!
Ok retén la idea, empecemos con otra cosa. Bach, carajo ya se me terminaron los autores con A y son un chingo. Sáltate la Fuga, me siento como en el Fantasma de la ópera. Listo, la de Aire, ésa me sirve, coño pero dura tres minutos y medio. No importa, en lo que pienso, y le pongo repetir o le muevo, o por ahí está la versión larga. Ya va media hora y yo perdiendo el tiempo, no he escrito nada, venga. De acuerdo, de desamor entonces, puro, de esos que todos mis amigos captan la indirecta. ¿Cómo empiezo, con qué frase, cuál es el título? ¿Hablo de abandono, o de desamor, o de ruptura...? Puta madre esto es demasiado complicado. El himno a la alegría, no así no puedo pensar, ya me terminé a Bach. Ok, la canción bonita de piano, aunque está demasiado feliz. Hora y cuarto.
Ah ya me entumí en la silla, tengo sed. Un vaso con agua, vamos a dar vueltas en la cocina. Adelántate, sáltate Beethoven y a Chopin, no están en mi ambiente hoy, bla bla bla muchos nombres que no ubico. Mozart, diablos con éste estudio, no voy a pensar en nada. Galletas, éstas, son saladas, no puedo pensar sin comer. Mejor hagamos una historia original, chusca, divertida, de esas que no me sé explicar por qué no las puedes dejar de leer si al final no pasa nada. Qué estupidez. De acuerdo, una situación análoga, una metáfora de alguna cosa, contada con elementos inusuales. Que la gente se haga invisible, que existan dos soles, no eso ya lo leí en otro blog, o algo con ángeles, o un asesino, no eso no soy yo, no me sale hacer eso. Mozart, no me estás sirviendo pero carajo ya después hay puras cosas raras hasta Tchaikovsky, no mames si llego a él ya valió. ¿Ya son las ocho?
Un cuento, algo que soñé y le muevo dos o tres cosas para que se haga original. ¿Qué soñé? Con el americano, ir a la escuela, que corría por la calle... no, ésa ya la usé. ¿Qué he escrito antes? No, eso me suena a copia, se va a ver muy obvio. Un pensamiento, o una sola oración, eso es rápido y hasta parece que publico algo. De vida, de amor, de muerte, de experiencia, puta soy pésimo para esto, sólo alguien famoso puede decir dos cosas y que se vea chingón. Chale ya no hay papas. Qué de la chingada, no llevo ni un renglón. A ver, abrir otra ventana. ¡Oh, una notificación...!
Claveles
Cuando te haces la sangre
de esa herida que ya no tengo,
el peso de todas
las mujeres
de mi vida
se me viene encima,
como en el sexo.
(Lo confieso. Te quise enterrar
bajo ellas,
entre sus piernas.
Tras el espejo.)
Cuando te haces el agua
de ese río del que ya no bebo,
una sombra
suple a la noche
y se vacía en
mis párpados abiertos.
¡Te escondí tantas veces,
y en tantos cuerpos...!
En el destierro de mis errores
sus ecos siguen despiertos.
(Las busco y las busco,
para saciarme,
y es en sus rostros que te encuentro.)
A veces te haces mis labios
cuando me pierdo
adentro de mis besos,
y a veces te haces las flores
que ya no podemos oler los muertos.
Te digo y me digo
y repito todo esto
Precisamente porque carece
de sentido.
Porque ya no te quiero.
Me lo juro por mi carne maldita,
si bien los claveles
nunca marchitan
cuando germinan en el pecho.
de esa herida que ya no tengo,
el peso de todas
las mujeres
de mi vida
se me viene encima,
como en el sexo.
(Lo confieso. Te quise enterrar
bajo ellas,
entre sus piernas.
Tras el espejo.)
Cuando te haces el agua
de ese río del que ya no bebo,
una sombra
suple a la noche
y se vacía en
mis párpados abiertos.
¡Te escondí tantas veces,
y en tantos cuerpos...!
En el destierro de mis errores
sus ecos siguen despiertos.
(Las busco y las busco,
para saciarme,
y es en sus rostros que te encuentro.)
A veces te haces mis labios
cuando me pierdo
adentro de mis besos,
y a veces te haces las flores
que ya no podemos oler los muertos.
Te digo y me digo
y repito todo esto
Precisamente porque carece
de sentido.
Porque ya no te quiero.
Me lo juro por mi carne maldita,
si bien los claveles
nunca marchitan
cuando germinan en el pecho.
El sueño de los cien sótanos
Basado en una pesadilla real.
Buena parte de mis sueños "incómodos" se desarrollan en una ciudad que nunca termina, de edificios cuadrados de hormigón y catedrales barrocas que tapan a medias el gris del cielo. Sus calles son rectas e idénticas y albergan mares de gente sin rostro. Es un lugar en el que jamás encuentro mi casa, del que no puedo salir y en el que no puedo nunca descansar. Acracia, le he llamado, el lugar del eterno caos. La ciudad en la que no soy bienvenido.
Mi sueño suele comenzar a mitad de la calle, caminando por la acera. Entonces me reconocen, Es él, mátenlo, y empieza la violenta persecución. Siempre que sueño una ciudad estoy en Acracia, y siempre que estoy ahí no puedo escapar. Siempre corro; acalorado y sucio y herido hasta el amanecer.
Pero una noche todo fue muy distinto. Estaba yo adentro de una enorme basílica de piedra con altísimas bóvedas y largos vitrales de miles de colores, sin contenido de forma. La muchedumbre se aglomeraba a mi alrededor, turisteando. A la distancia se alojaba una amplia fuente labrada con minuciosos detalles. Admiraba yo los vitrales y el elaborado patrón de los techos cuando me llegó el pensamiento más ambivalente puedo tener en un sueño: Estoy soñando. Mierda. ¿Por qué ambivalente? Pues porque cargo conmigo una curiosa ironía; dado que son míos, en mis sueños puedo hacer lo que me plazca... Excepto despertar. Todo menos eso. Nada de salir de aquí, dice la mente, tienes que terminar tus propias historias.
Necio, intenté despertarme sin éxito. Conseguí hacer pucheros, mover los brazos y pegarle a la gente alrededor. Nada sucedió en el mundo real. Necesito salir de aquí, ya sé lo que sigue, vamos, salte, salte, despierta, pero ya era tarde, Ahí está, atrápenlo. Opté entonces por mi segunda opción, cambiar algo en el sueño para ayudarme. Lo que fuera. Sin ideas útiles, comencé a correr.
Enseguida noté un cambio inusual en el sueño. De alguna manera no estaba corriendo hacia algún lado, sino más bien en el tiempo. De hecho, estaba corriendo hacia el principio de mi sueño, y cada cuarto al que yo entraba y salía azarosamente me iba llevando, del final de mi sueño (la basílica) hacia el principio. Empecé a recordar lo que ya había soñado: había un muchacho con periódico en una especie de hacienda al sol, y una reunión elegante en un salón de adornos góticos. Me tendría que encontrar con mi amiga X, recordé entonces, y acto seguido apareció frente a mí. Qué haces aquí me dijo, y solamente le tomé de la mano, No me sueltes, apresúrate porque vienen detrás. Se escucharon disparos, y la masa de gente entró en pánico, creando un caos total. Iba recordando poco a poco la totalidad del sueño, y no me agradaba para nada el rumbo que estaba tomando. Había soñado mi vida entera (o lo que en ese momento creía que era mi vida), y ahora corría por los escenarios de ella en reversa, hacia mi infancia y el primerísimo día.
Llegamos al penúltimo cuarto: era una habitación totalmente cerrada de paredes de piedra negra, con miles de curvas y relieves adornados. Había una pequeña comitiva llorando a una figura de mujer que parecía salir de la pared, como una estatua de obsidiana. No dudé en pensar que era el funeral de mi madre (que en vida real está viva), y por ser el penúltimo cuarto había entonces muerto durante el parto. Ese horrible pensamiento no me aterró en ese momento porque mi atención estaba colocada en otro lado. En verdad no quería entrar a la última estancia. Pero venían detrás, demasiado cerca. Crucé el último umbral.
Era una oficina, una recepción de hotel con adornos modernos y minimalistas. Paredes blancas y alfombra roja. Caoba para los muebles. Aquí hice mi check-in, pensé con una pequeña sonrisa por mi propio ingenio. No había nadie en el mostrador, y el único acceso al cuarto era el que acabábamos de cruzar.
Estamos encerrados, me dijo mi amiga con desesperación. Volteé a verla, encarando la puerta. Enmudecí unos segundos para verla a los ojos. Yo sabía lo que estaba sucediendo, a pesar de nunca haberlo vivido antes. Era mi inconsciente el que estaba moviéndome por el sueño, y nada podía hacer yo para ejercer mi control. Para detenerme de hacer lo que sabía que tendría que hacer. Volver hacia atrás en mi vida me llevaría inevitablemente a mi inconsciente, a mis represiones, mis cimientos. Mis peores miedos. Hay unas escaleras, le dije, detrás de mí. Malditas escaleras, no lo podía haber pensado antes. En sueños anteriores solía aparecerme escaleras, no las de barrotes, sino las que tiene cualquier edificio común y corriente, con paredes y barandales y puertas en cada descanso. Pero ésas eran escaleras iluminadas, con tapetes, por las cuales podía yo escalar hacia arriba en mi sueño y aparecer en donde yo quisiera, como una especie de portal. Éstas escaleras eran distintas. Conducían hacia abajo, muy profundamente en mí.
Vamos, por aquí no pueden seguirnos. Pero no me sueltes por nada del mundo, no quiero perder el recuerdo de ti. Corrimos hacia el fondo del cuarto. Sobre la antes desnuda pared colgaba ahora una cortina oscura, que al correrla descubrió tras de sí unas escaleras de madera podrida. Se veían dos o tres escalones descendentes, y debajo una oscuridad molesta. Escrutante. Entramos, y la pared se selló a nuestras espaldas.
* * * * *
Saqué una linterna del bolsillo. Me disponía a prenderla cuando dudé. No puedo iluminar este lugar libremente, nada aquí abajo debe ver mi luz, ni saber que aquí estoy, o vendrán a devorarme. Si los hago salir no voy a despertar de este sueño, me voy a morir. Escogí mi vida a la de ella, la solté de la mano y, prendiendo la linterna hacia el piso, me llevé rápidamente el índice a los labios. Shh. Luego tapé el foquito con la mano, para iluminar lo mínimo posible.
Admiré la escena, nauseabundo. Había unos ocho o diez escalones entre cada descanso, que envolvían el descenso en una especie de espiral. Cada descanso podía tener una o varias puertas, que muchas veces podían no tener perilla o colgar débilmente de las golpeadas bisagras, mostrando su contenido de tinieblas. Todas estaban numeradas. El número uno me miraba con odio a unos metros de distancia, colgado de una puerta vieja y roída. Al fondo se escuchaba una gotera, haciendo eco desde algún lugar. Los escalones rechinaban ruidosamente, por más esfuerzo que le imputara a mis piernas, y el ambiente comenzó a llenarse de un zumbido sordo, de una respiración forzada hecha sobre los oídos, como un soplo.
Comencé a bajar lentamente, ánimo, hasta el fondo debe haber una salida a esto, un claro iluminado y caliente. Intenté pensar en cosas felices, alegres, y poner en blanco mi mente en lo que recorría mi peor trayecto. Recordé a mi amiga, di la media vuelta. Pero ya era tarde. Estaba solo. Los de arriba ya sabían que alguien estaba por aquí. Apreté el paso en mi infierno. Número veinte, la gotera se aceleraba, las paredes comenzaban a descomponerse y agrietarse, el papel tapiz se había caído en algunos puntos, cincuenta, comenzó a llorar un bebé, cerca. Cada vez que parecía acercarme a su sonido, esperando lo peor, el bebé se iba más y más adentro, o por encima de mí. Sus gritos sólo iban a atraer más innombrables. No, no pienses en ellos, no digas sus nombres aquí. No ves que el niño llora con demasiada exactitud, seguramente el llanto lo hacen ellos. Estaban jugando conmigo, sólo era cuestión de tiempo, de paciencia rota, setenta, barandales desgarrados y paredes con marcas de arañazos. Resiste, Carlos, tiene que faltar menos, haz menos ruido porque los escalones gritan, rechinan. Las risas, comenzaron las risas por encima de mí, ciento diez, manchas de sangre decoraban violentamente las perillas y paredes. Ya habían murmullos detrás de las puertas desvencijadas. Ansiosas por ceder. Las perillas giraban con agresividad, queriéndome enseñar lo que escondían detrás. Jamás abrí una sola puerta. Mis manos temblaban, sacudiendo la linterna, amenazándome con mostrar mi posición. Por eso no atacan, no ven la luz, no se las puedo enseñar. No podía detener mis lágrimas y mi ligerísimo chillido. Comenzó a oler a humedad. El zumbido me saturó los oídos, y la oscuridad se hizo cada vez más pesada, como si se tratara realmente de carencia más que de oscuridad. Ahí ni siquiera había oscuridad, no había nada, todo estaba muerto. Mi vista comenzó a nublarse, ni siquiera la luz podía atravesar a la carencia, ciento cuarenta, los gritos se escuchaban demasiado fuerte, cada vez más y más cerca. Llegué al final del camino.
Las escaleras continuaban todavía hacia abajo, pero el camino se obstruía, inundado completamente. La gotera sonaba sobre mis pies. Los gritos estaban sobre mi cabeza, el bebé estaba ahí en los escalones, a unos metros, pero no podía verlo. Los murmullos, la luz de la linterna ya no alumbraba nada, a pesar de que la había destapado hacía mucho. Más cerca, más cerca, ya estaban a la vuelta del barandal. Escuché a las puertas desempotrarse. Y me di cuenta entonces, todos los sonidos venían de mi boca. Todas las puertas las había sacudido yo en mi camino.
Desperté.
Buena parte de mis sueños "incómodos" se desarrollan en una ciudad que nunca termina, de edificios cuadrados de hormigón y catedrales barrocas que tapan a medias el gris del cielo. Sus calles son rectas e idénticas y albergan mares de gente sin rostro. Es un lugar en el que jamás encuentro mi casa, del que no puedo salir y en el que no puedo nunca descansar. Acracia, le he llamado, el lugar del eterno caos. La ciudad en la que no soy bienvenido.
Mi sueño suele comenzar a mitad de la calle, caminando por la acera. Entonces me reconocen, Es él, mátenlo, y empieza la violenta persecución. Siempre que sueño una ciudad estoy en Acracia, y siempre que estoy ahí no puedo escapar. Siempre corro; acalorado y sucio y herido hasta el amanecer.
Pero una noche todo fue muy distinto. Estaba yo adentro de una enorme basílica de piedra con altísimas bóvedas y largos vitrales de miles de colores, sin contenido de forma. La muchedumbre se aglomeraba a mi alrededor, turisteando. A la distancia se alojaba una amplia fuente labrada con minuciosos detalles. Admiraba yo los vitrales y el elaborado patrón de los techos cuando me llegó el pensamiento más ambivalente puedo tener en un sueño: Estoy soñando. Mierda. ¿Por qué ambivalente? Pues porque cargo conmigo una curiosa ironía; dado que son míos, en mis sueños puedo hacer lo que me plazca... Excepto despertar. Todo menos eso. Nada de salir de aquí, dice la mente, tienes que terminar tus propias historias.
Necio, intenté despertarme sin éxito. Conseguí hacer pucheros, mover los brazos y pegarle a la gente alrededor. Nada sucedió en el mundo real. Necesito salir de aquí, ya sé lo que sigue, vamos, salte, salte, despierta, pero ya era tarde, Ahí está, atrápenlo. Opté entonces por mi segunda opción, cambiar algo en el sueño para ayudarme. Lo que fuera. Sin ideas útiles, comencé a correr.
Enseguida noté un cambio inusual en el sueño. De alguna manera no estaba corriendo hacia algún lado, sino más bien en el tiempo. De hecho, estaba corriendo hacia el principio de mi sueño, y cada cuarto al que yo entraba y salía azarosamente me iba llevando, del final de mi sueño (la basílica) hacia el principio. Empecé a recordar lo que ya había soñado: había un muchacho con periódico en una especie de hacienda al sol, y una reunión elegante en un salón de adornos góticos. Me tendría que encontrar con mi amiga X, recordé entonces, y acto seguido apareció frente a mí. Qué haces aquí me dijo, y solamente le tomé de la mano, No me sueltes, apresúrate porque vienen detrás. Se escucharon disparos, y la masa de gente entró en pánico, creando un caos total. Iba recordando poco a poco la totalidad del sueño, y no me agradaba para nada el rumbo que estaba tomando. Había soñado mi vida entera (o lo que en ese momento creía que era mi vida), y ahora corría por los escenarios de ella en reversa, hacia mi infancia y el primerísimo día.
Llegamos al penúltimo cuarto: era una habitación totalmente cerrada de paredes de piedra negra, con miles de curvas y relieves adornados. Había una pequeña comitiva llorando a una figura de mujer que parecía salir de la pared, como una estatua de obsidiana. No dudé en pensar que era el funeral de mi madre (que en vida real está viva), y por ser el penúltimo cuarto había entonces muerto durante el parto. Ese horrible pensamiento no me aterró en ese momento porque mi atención estaba colocada en otro lado. En verdad no quería entrar a la última estancia. Pero venían detrás, demasiado cerca. Crucé el último umbral.
Era una oficina, una recepción de hotel con adornos modernos y minimalistas. Paredes blancas y alfombra roja. Caoba para los muebles. Aquí hice mi check-in, pensé con una pequeña sonrisa por mi propio ingenio. No había nadie en el mostrador, y el único acceso al cuarto era el que acabábamos de cruzar.
Estamos encerrados, me dijo mi amiga con desesperación. Volteé a verla, encarando la puerta. Enmudecí unos segundos para verla a los ojos. Yo sabía lo que estaba sucediendo, a pesar de nunca haberlo vivido antes. Era mi inconsciente el que estaba moviéndome por el sueño, y nada podía hacer yo para ejercer mi control. Para detenerme de hacer lo que sabía que tendría que hacer. Volver hacia atrás en mi vida me llevaría inevitablemente a mi inconsciente, a mis represiones, mis cimientos. Mis peores miedos. Hay unas escaleras, le dije, detrás de mí. Malditas escaleras, no lo podía haber pensado antes. En sueños anteriores solía aparecerme escaleras, no las de barrotes, sino las que tiene cualquier edificio común y corriente, con paredes y barandales y puertas en cada descanso. Pero ésas eran escaleras iluminadas, con tapetes, por las cuales podía yo escalar hacia arriba en mi sueño y aparecer en donde yo quisiera, como una especie de portal. Éstas escaleras eran distintas. Conducían hacia abajo, muy profundamente en mí.
Vamos, por aquí no pueden seguirnos. Pero no me sueltes por nada del mundo, no quiero perder el recuerdo de ti. Corrimos hacia el fondo del cuarto. Sobre la antes desnuda pared colgaba ahora una cortina oscura, que al correrla descubrió tras de sí unas escaleras de madera podrida. Se veían dos o tres escalones descendentes, y debajo una oscuridad molesta. Escrutante. Entramos, y la pared se selló a nuestras espaldas.
* * * * *
Saqué una linterna del bolsillo. Me disponía a prenderla cuando dudé. No puedo iluminar este lugar libremente, nada aquí abajo debe ver mi luz, ni saber que aquí estoy, o vendrán a devorarme. Si los hago salir no voy a despertar de este sueño, me voy a morir. Escogí mi vida a la de ella, la solté de la mano y, prendiendo la linterna hacia el piso, me llevé rápidamente el índice a los labios. Shh. Luego tapé el foquito con la mano, para iluminar lo mínimo posible.
Admiré la escena, nauseabundo. Había unos ocho o diez escalones entre cada descanso, que envolvían el descenso en una especie de espiral. Cada descanso podía tener una o varias puertas, que muchas veces podían no tener perilla o colgar débilmente de las golpeadas bisagras, mostrando su contenido de tinieblas. Todas estaban numeradas. El número uno me miraba con odio a unos metros de distancia, colgado de una puerta vieja y roída. Al fondo se escuchaba una gotera, haciendo eco desde algún lugar. Los escalones rechinaban ruidosamente, por más esfuerzo que le imputara a mis piernas, y el ambiente comenzó a llenarse de un zumbido sordo, de una respiración forzada hecha sobre los oídos, como un soplo.
Comencé a bajar lentamente, ánimo, hasta el fondo debe haber una salida a esto, un claro iluminado y caliente. Intenté pensar en cosas felices, alegres, y poner en blanco mi mente en lo que recorría mi peor trayecto. Recordé a mi amiga, di la media vuelta. Pero ya era tarde. Estaba solo. Los de arriba ya sabían que alguien estaba por aquí. Apreté el paso en mi infierno. Número veinte, la gotera se aceleraba, las paredes comenzaban a descomponerse y agrietarse, el papel tapiz se había caído en algunos puntos, cincuenta, comenzó a llorar un bebé, cerca. Cada vez que parecía acercarme a su sonido, esperando lo peor, el bebé se iba más y más adentro, o por encima de mí. Sus gritos sólo iban a atraer más innombrables. No, no pienses en ellos, no digas sus nombres aquí. No ves que el niño llora con demasiada exactitud, seguramente el llanto lo hacen ellos. Estaban jugando conmigo, sólo era cuestión de tiempo, de paciencia rota, setenta, barandales desgarrados y paredes con marcas de arañazos. Resiste, Carlos, tiene que faltar menos, haz menos ruido porque los escalones gritan, rechinan. Las risas, comenzaron las risas por encima de mí, ciento diez, manchas de sangre decoraban violentamente las perillas y paredes. Ya habían murmullos detrás de las puertas desvencijadas. Ansiosas por ceder. Las perillas giraban con agresividad, queriéndome enseñar lo que escondían detrás. Jamás abrí una sola puerta. Mis manos temblaban, sacudiendo la linterna, amenazándome con mostrar mi posición. Por eso no atacan, no ven la luz, no se las puedo enseñar. No podía detener mis lágrimas y mi ligerísimo chillido. Comenzó a oler a humedad. El zumbido me saturó los oídos, y la oscuridad se hizo cada vez más pesada, como si se tratara realmente de carencia más que de oscuridad. Ahí ni siquiera había oscuridad, no había nada, todo estaba muerto. Mi vista comenzó a nublarse, ni siquiera la luz podía atravesar a la carencia, ciento cuarenta, los gritos se escuchaban demasiado fuerte, cada vez más y más cerca. Llegué al final del camino.
Las escaleras continuaban todavía hacia abajo, pero el camino se obstruía, inundado completamente. La gotera sonaba sobre mis pies. Los gritos estaban sobre mi cabeza, el bebé estaba ahí en los escalones, a unos metros, pero no podía verlo. Los murmullos, la luz de la linterna ya no alumbraba nada, a pesar de que la había destapado hacía mucho. Más cerca, más cerca, ya estaban a la vuelta del barandal. Escuché a las puertas desempotrarse. Y me di cuenta entonces, todos los sonidos venían de mi boca. Todas las puertas las había sacudido yo en mi camino.
Desperté.
Nocturno
Está oscuro y todo calla. La luna, comatosa, observa vidriosamente desde su cama de noche. La mirada perdida y fija. Largo, largo es el espacio entre las estrellas, entre las nebulosas, largo es todo cuando hay silencio y penumbra. Qué hermoso, qué largo soy en mi insomnio. Y qué terrible, qué tenebrosa puede llegar a ser mi distancia, mi elasticidad en noches como hoy. Qué larga te haces y con qué sombrío porte. Depredando.
Se agrieta la pared, lentamente, apenas y con una fina línea. Como un pensamiento, dulcísimo, llenando un lienzo sobre mi mente.
(Una vena a la vez para cada gota de sangre, sugiere el corazón).
Grietas, grietas, coarteada la pared. A manera de raíces se forzan mis represiones inconscientes, desmembrando la pintura blanca. De entre las cicatrices de arcilla y cemento se asoma una pata, y luego otra. Una más. Se asoma mi marca de agua, desagradable, hambrienta. Y se pone a devorar fantasmas.
La veo desde mi sueño, en esas extrañas veces en las que abro los ojos y sigo soñando. Ahí están, sueltas en el cuarto, mis pesadillas de cien piernas y caras de niño, recriminándome, diciendo las cosas que prefiero ignorarme.
Se agrieta la pared, lentamente, apenas y con una fina línea. Como un pensamiento, dulcísimo, llenando un lienzo sobre mi mente.
(Una vena a la vez para cada gota de sangre, sugiere el corazón).
Grietas, grietas, coarteada la pared. A manera de raíces se forzan mis represiones inconscientes, desmembrando la pintura blanca. De entre las cicatrices de arcilla y cemento se asoma una pata, y luego otra. Una más. Se asoma mi marca de agua, desagradable, hambrienta. Y se pone a devorar fantasmas.
La veo desde mi sueño, en esas extrañas veces en las que abro los ojos y sigo soñando. Ahí están, sueltas en el cuarto, mis pesadillas de cien piernas y caras de niño, recriminándome, diciendo las cosas que prefiero ignorarme.
Series
Rojo, verde, azul, amarillo. Otra vez. Tiii-tiririi. Tiii-tiririi. Mi canción favorita de las luces de navidad. Tiii-tiririi. Tii-tiririi. Tiii-ti-tiii. Amontonadas, amigables. Constantes. Constar. Con... Contar. He contado cinco parpadeos distintos en velocidad y cuatro colores, cuatro colores y cinco parpadeos, y cinco parpadeos de nuevo. Uno, dos, tres, cuatro colores. Tii-tiririi. Mi canción favorita es la más lenta, me permite saborear su luz; verde, azul, amarillo, rojo, verde, azul, amarillo, rojo, verde, azul, centellean y me saturan de placebos, lo hacen sin prisa, justo como me gusta. Me gusta, justo como gusta. Gusta. Gusta. Gus-ta. G-U-S-T-A. Mira el verde, qué buen ver- ahh azul, tan azul, amarillo totalmente amari- gran rojo. Rooo-joo. Verde.
Alguien dijo algo, quizá me llamen. No importa. Ahh una nueva canción. Qué rápida es. Titi-ririi-ti. Ésta es mi favorita, ahora sí. Amarillo, rojo, verde, azul, amariiiiillo. No siempre hay series, ésta es la mejor época del año. Que se repitan azul, amarillo, rojo, hasta el final. Quisiera meterme las lucecitas bajo las córneas, para excederme de verlas. Rojo. Verde. Amarillo. Soy una hermosa serie, repetido, un ciclo cerrado por siempre. SieeempRRRE. VeRRRde. No me toques, no me llames. Sí, estoy pegado a ellas, pero no lo suficientemente cerca. Hay demasiado amarillo. Mejor mira el rojo. Mira el verde. Háblale a mi espalda.
Alguien prende la licuadora, horrible sonido, la licuadora. Mátame, méteme un clavo en los oídos, por favor. Se detiene, no me toques, ya dejé de gritar, vete, mira Azul, Amarillo, hay una nueva canción, qué buena es, es mi favorita. No tan rápidoa ni tan lenta. Tii-tii-tii. Tii-tii-tii. ROJO, VERDE, AZUL, AMARILLO, ROJO, VERDE, AZUL, AMARILLO...
Alguien dijo algo, quizá me llamen. No importa. Ahh una nueva canción. Qué rápida es. Titi-ririi-ti. Ésta es mi favorita, ahora sí. Amarillo, rojo, verde, azul, amariiiiillo. No siempre hay series, ésta es la mejor época del año. Que se repitan azul, amarillo, rojo, hasta el final. Quisiera meterme las lucecitas bajo las córneas, para excederme de verlas. Rojo. Verde. Amarillo. Soy una hermosa serie, repetido, un ciclo cerrado por siempre. SieeempRRRE. VeRRRde. No me toques, no me llames. Sí, estoy pegado a ellas, pero no lo suficientemente cerca. Hay demasiado amarillo. Mejor mira el rojo. Mira el verde. Háblale a mi espalda.
Alguien prende la licuadora, horrible sonido, la licuadora. Mátame, méteme un clavo en los oídos, por favor. Se detiene, no me toques, ya dejé de gritar, vete, mira Azul, Amarillo, hay una nueva canción, qué buena es, es mi favorita. No tan rápidoa ni tan lenta. Tii-tii-tii. Tii-tii-tii. ROJO, VERDE, AZUL, AMARILLO, ROJO, VERDE, AZUL, AMARILLO...
Piel de Arena
Ya sé cómo eres, piel de arena. Al sol sabes a sal, del cuello al costado; y tu aroma de luz de luna hace infusión de canela y rosas, pronunciando tu nombre al frío.
Tu nombre. Te voy a llamar Andrea y Alejandra y Sofía. Y Gabriela, todo al mismo tiempo. Mirada serena y pensativa, guardada, de colores azul, verde y castaño, Helena. En el mismo ojo, a un mismo compás.
Carlota, desataré el detalle oculto de tu piel (hay tanto que encontrar en tu suavidad, Mónica, para la escasa distancia de tu cuerpo). Tu potencial, aguardando sobre el tiempo que entreveo desdoblado. Lléname. Hazme derramar, Abril, Aída.
Te hice en mi cabeza María, ¿y ahora qué? Carezco de tu inesperada sinergia, te resistes a mis manos con tu piel de arena. Almendros, almendras, almendros. Uno no sucede al otro, Ariadna, y tú no apareces. Materialízate, que estoy solo, y necesito amontonarme, a tus labios pronunciarles el secreto de tu nombre que no sé.
Tu nombre. Te voy a llamar Andrea y Alejandra y Sofía. Y Gabriela, todo al mismo tiempo. Mirada serena y pensativa, guardada, de colores azul, verde y castaño, Helena. En el mismo ojo, a un mismo compás.
Carlota, desataré el detalle oculto de tu piel (hay tanto que encontrar en tu suavidad, Mónica, para la escasa distancia de tu cuerpo). Tu potencial, aguardando sobre el tiempo que entreveo desdoblado. Lléname. Hazme derramar, Abril, Aída.
Te hice en mi cabeza María, ¿y ahora qué? Carezco de tu inesperada sinergia, te resistes a mis manos con tu piel de arena. Almendros, almendras, almendros. Uno no sucede al otro, Ariadna, y tú no apareces. Materialízate, que estoy solo, y necesito amontonarme, a tus labios pronunciarles el secreto de tu nombre que no sé.
Alba
Me sentí como el lugar último
en donde descansa la luz dentro del ojo.
Largas hebras de claridad,
rincones eternos de tejido
para dormitar.
Besó a mis ojos tu mirada,
tu mirada penetrando hasta mi centro.
Agridulce y descafeinada,
flor mía,
labio redondo y tierno.
Se repitió el alba a pesar
del sol a la mitad del cielo.
(Quizá sucedió aquí, entre las costillas, adentro)
Limpios y continuos segmentos
de tu mañana
trazando soles en mi firmamento.
en donde descansa la luz dentro del ojo.
Largas hebras de claridad,
rincones eternos de tejido
para dormitar.
Besó a mis ojos tu mirada,
tu mirada penetrando hasta mi centro.
Agridulce y descafeinada,
flor mía,
labio redondo y tierno.
Se repitió el alba a pesar
del sol a la mitad del cielo.
(Quizá sucedió aquí, entre las costillas, adentro)
Limpios y continuos segmentos
de tu mañana
trazando soles en mi firmamento.
El sueño de Mamá Inés
Asústate como yo. Historia de un sueño real.
Era una carretera limpia a mitad de un día con perfecto sol. Alguien me acompañaba, no sé quién. Quizá éramos varios, no lo recuerdo del todo bien. Pero eso sí, íbamos a pie, caminando a mitad de la carretera. Seguíamos a una especie de comitiva, éramos parte de una gran cantidad de gente que abarcaba el camino entero. A los lados, suspiraban montes con árboles amigables y extensos pastos.
Caminamos bastante tiempo, pero en verdad horas enteras, hasta que la carretera desembocó en las afueras de un poblado. La interminable muchedumbre se difuminó entre las calles secundarias a medida que avanzábamos por la avenida principal, a la vista de locales amistosos y coloridos, que daban la impresión de un pueblo lleno de júbilo. Objetos de todo tipo adornaban las paredes y cableados. Pero algo no terminaba de cuadrar.
Los camellones eran tan anchos como el asfalto por donde circulaban los automóviles y carruajes, mas el espacio destinado a los transeúntes se reducía a un estrecho corredor en el lado interno del camellón. El espacio restante sobre la acera estaba forrado de ataúdes, dispuestos de manera perpendicular a la avenida. Ataúdes amontonados, de todo tipo de colores y formas, algunos incluso con lápidas, cruces u otros adornos para la cabecera. Ataúdes sin tapa, ni cristales. Llenos de gente muerta.
La escena me provocó una sensación rarísima, indescriptible. Había encontrado el refugio último de todos los muertos. Entusiasmado, me dediqué a mirar, hambriento, a todos los difuntos que dormitaban al aire libre. Todos vestían elegantemente, ya fuera de etiqueta o con atuendos típicos, saturados de color y textura. Adornos para el cabello, peinados elegantes, espejuelos, abanicos, pañuelos. Incluso los nombres se construían majestuosos, y hablaban de tiempos olvidados. Leía y admiraba todo cuanto pude, encantado de darme cuenta que ninguno de ellos se había echado a perder. Por el contrario, su intacto semblante desbordaba el féretro, como si intentasen volver a la vida. Quizá ello era el Mictlán, o el Edén.
Llegué a una tumba blanca, leí el nombre. Y, aunque no conocía a su ocupante, sabía que había llegado a mi destino.
Era una mujer morena, de baja estatura y cabello negro recogido. Sus rasgos indígenas manifestaban cariño y experiencia, y sus ropas blancas con motivos púrpuras le daban un aire de pureza. Me aproximé sin mesura a su rostro, para poderle ver entreabrir los ojos. Volteó ágilmente de reojo hacia la demás gente y, al no encontrar nada inusual, se incorporó lentamente de su lecho, hasta que pudo pararse fuera de él.
-No me conoces, soy la madre de tu bisabuela Conchita, ¿cómo has estado? Mira, te compré un par de tamales de los que te gustan, te he estado esperando, ten, toma. Ahora sí, cuéntame hijo, ¿cómo vas en la universidad?
Su plática era sencilla y agradable, hablar con ella era tan fácil como asomarse al fondo de un río. Algo encontraba de familiar en sus gestos y su mirada amorosa. Procuraba, eso era. Procuraba. Acepté su invitación a conversar sin dudarlo un instante, abriéndole por entero mi corazón ahí mismo, sentados sobre el borde del ataúd. Le conté de mi escuela, del deporte, de cómo estaban los miembros de mi familia y de cómo me sentía en mi vida personal. Escuché anécdotas y consejos al por mayor, recibí regalos y alimentos. Platicamos un lapso parecido a la eternidad. En algún momento pasó un carruaje distinto, de color oscuro, y Mamá Inés volvió rápidamente a su lugar, Nadie puede verme viva dijo, a los ojos de todos los demás yo debo estar muerta. El carruaje misterioso pasó, y pudimos reanudar la interminable plática.
No recuerdo el final del sueño.
* * * * *
(una vez despierto)
Resultó ser la abuela de mi bisabuela, pero se convirtió en Mamá Inés cuando Conchita quedó huérfana y a su cuidado. Me sorprendió confirmar que sí era de características indígenas, al contrario de toda su descendencia, ya que en un principio me había parecido lógico soñarla con rasgos similares a los nuestros. Jamás había visto u oído absolutamente nada acerca de Inés de la Mota. Y sin embargo ahí estaba, idéntica, en las fotografías blanco y negro que le pedí a mi abuela...
Era una carretera limpia a mitad de un día con perfecto sol. Alguien me acompañaba, no sé quién. Quizá éramos varios, no lo recuerdo del todo bien. Pero eso sí, íbamos a pie, caminando a mitad de la carretera. Seguíamos a una especie de comitiva, éramos parte de una gran cantidad de gente que abarcaba el camino entero. A los lados, suspiraban montes con árboles amigables y extensos pastos.
Caminamos bastante tiempo, pero en verdad horas enteras, hasta que la carretera desembocó en las afueras de un poblado. La interminable muchedumbre se difuminó entre las calles secundarias a medida que avanzábamos por la avenida principal, a la vista de locales amistosos y coloridos, que daban la impresión de un pueblo lleno de júbilo. Objetos de todo tipo adornaban las paredes y cableados. Pero algo no terminaba de cuadrar.
Los camellones eran tan anchos como el asfalto por donde circulaban los automóviles y carruajes, mas el espacio destinado a los transeúntes se reducía a un estrecho corredor en el lado interno del camellón. El espacio restante sobre la acera estaba forrado de ataúdes, dispuestos de manera perpendicular a la avenida. Ataúdes amontonados, de todo tipo de colores y formas, algunos incluso con lápidas, cruces u otros adornos para la cabecera. Ataúdes sin tapa, ni cristales. Llenos de gente muerta.
La escena me provocó una sensación rarísima, indescriptible. Había encontrado el refugio último de todos los muertos. Entusiasmado, me dediqué a mirar, hambriento, a todos los difuntos que dormitaban al aire libre. Todos vestían elegantemente, ya fuera de etiqueta o con atuendos típicos, saturados de color y textura. Adornos para el cabello, peinados elegantes, espejuelos, abanicos, pañuelos. Incluso los nombres se construían majestuosos, y hablaban de tiempos olvidados. Leía y admiraba todo cuanto pude, encantado de darme cuenta que ninguno de ellos se había echado a perder. Por el contrario, su intacto semblante desbordaba el féretro, como si intentasen volver a la vida. Quizá ello era el Mictlán, o el Edén.
Llegué a una tumba blanca, leí el nombre. Y, aunque no conocía a su ocupante, sabía que había llegado a mi destino.
Era una mujer morena, de baja estatura y cabello negro recogido. Sus rasgos indígenas manifestaban cariño y experiencia, y sus ropas blancas con motivos púrpuras le daban un aire de pureza. Me aproximé sin mesura a su rostro, para poderle ver entreabrir los ojos. Volteó ágilmente de reojo hacia la demás gente y, al no encontrar nada inusual, se incorporó lentamente de su lecho, hasta que pudo pararse fuera de él.
-No me conoces, soy la madre de tu bisabuela Conchita, ¿cómo has estado? Mira, te compré un par de tamales de los que te gustan, te he estado esperando, ten, toma. Ahora sí, cuéntame hijo, ¿cómo vas en la universidad?
Su plática era sencilla y agradable, hablar con ella era tan fácil como asomarse al fondo de un río. Algo encontraba de familiar en sus gestos y su mirada amorosa. Procuraba, eso era. Procuraba. Acepté su invitación a conversar sin dudarlo un instante, abriéndole por entero mi corazón ahí mismo, sentados sobre el borde del ataúd. Le conté de mi escuela, del deporte, de cómo estaban los miembros de mi familia y de cómo me sentía en mi vida personal. Escuché anécdotas y consejos al por mayor, recibí regalos y alimentos. Platicamos un lapso parecido a la eternidad. En algún momento pasó un carruaje distinto, de color oscuro, y Mamá Inés volvió rápidamente a su lugar, Nadie puede verme viva dijo, a los ojos de todos los demás yo debo estar muerta. El carruaje misterioso pasó, y pudimos reanudar la interminable plática.
No recuerdo el final del sueño.
* * * * *
(una vez despierto)
Resultó ser la abuela de mi bisabuela, pero se convirtió en Mamá Inés cuando Conchita quedó huérfana y a su cuidado. Me sorprendió confirmar que sí era de características indígenas, al contrario de toda su descendencia, ya que en un principio me había parecido lógico soñarla con rasgos similares a los nuestros. Jamás había visto u oído absolutamente nada acerca de Inés de la Mota. Y sin embargo ahí estaba, idéntica, en las fotografías blanco y negro que le pedí a mi abuela...
Lapso autista
Pensé que eras una cúpula, pero solamente eres azul, querida Azul. En días ya empolvados fuiste para mí un lienzo, una manta esparcida a lo largo del cielo. Un lugar que se puede pisar. Pero ya no, te he encontrado carente de forma y materia, eres nada, como el aire, translúcido mar. Te miro y te miro, te descifro hasta mi cansancio y sólo sé que eres Azul como nadie más. ¿En dónde se posa tu azul, Azul? ¿En dónde es que estás?
* * * * *
¿Sobre mí qué hay, Azul? Confiaba en que estuvieras tú encima, pero hoy aguardé la partida del sol. ¿A dónde te fuiste? Sangraste el mundo superior, y luego te suplió tu manchón de tinta negra. A lo lejos viajan estrellas, y la nada del espacio exterior. ¿En dónde quedó tu matiz indivisible, tu estado inamovible, innato y azul? Alguien me dijo alguna vez que sólo hay aire invisible y, afuera, el negro espacio acarreando luz. Eso es lo que hay, y sin embargo te cuelas formándote de ninguna cosa azul, y creas el azulado (y a-su-lado) del cielo. Allá arriba siempre se debería ver la oscuridad y los suspiros de las estrellas, no tienes una repisa en la cual descansar, Azul. No tienes hogar.
* * * * *
Sobre el tiempo también mutas a los demás colores, pero tu faz es el azul, Azul. Nubes múltiples suelen darte la ilusión de tangibilidad, pero ellas también repiten mis dudas entre vapor. Has de ser el pensar del sol, y en su compañía te haces realidad. Sabrás ahora, Azul, que las cosas esconden su singularidad, y bajo su máscara el secreto espera. Pero tú no, tú eres, simplemente el color Azul. Y nada más.
* * * * *
Azul, Azul, Azul; te voy a repetir hasta no saber nada más. Te voy a mirar hasta conseguir ese reflejo de tu sencilla honestidad, tu desnudez, tu sensualidad. Para ver si entonces puedo observar lo mismo en mí, y esconderme junto contigo, por debajo y sobre el mar. Azul, Azul, haz mi alma color azul, y abandóname en algún lugar; dámelo todo para echarse a perder, y algo sumamente especial. Algo que querer, y todo con caducidad. Azul, dame ojos color azul, y enséñame a mirar.
* * * * *
Todas las cosas esconden su pensar, su secreto más íntimo. Pero eso no sucede contigo, eres absolutamente esencial, eres azul y no tienes nada más, ni cuerpo ni alma, ni pasado. Eres idéntica a como serás. ¡Qué dicha ha de ser alcanzar tu destino, convertirme en hombre, y nada más!
* * * * *
¿Sobre mí qué hay, Azul? Confiaba en que estuvieras tú encima, pero hoy aguardé la partida del sol. ¿A dónde te fuiste? Sangraste el mundo superior, y luego te suplió tu manchón de tinta negra. A lo lejos viajan estrellas, y la nada del espacio exterior. ¿En dónde quedó tu matiz indivisible, tu estado inamovible, innato y azul? Alguien me dijo alguna vez que sólo hay aire invisible y, afuera, el negro espacio acarreando luz. Eso es lo que hay, y sin embargo te cuelas formándote de ninguna cosa azul, y creas el azulado (y a-su-lado) del cielo. Allá arriba siempre se debería ver la oscuridad y los suspiros de las estrellas, no tienes una repisa en la cual descansar, Azul. No tienes hogar.
* * * * *
Sobre el tiempo también mutas a los demás colores, pero tu faz es el azul, Azul. Nubes múltiples suelen darte la ilusión de tangibilidad, pero ellas también repiten mis dudas entre vapor. Has de ser el pensar del sol, y en su compañía te haces realidad. Sabrás ahora, Azul, que las cosas esconden su singularidad, y bajo su máscara el secreto espera. Pero tú no, tú eres, simplemente el color Azul. Y nada más.
* * * * *
Azul, Azul, Azul; te voy a repetir hasta no saber nada más. Te voy a mirar hasta conseguir ese reflejo de tu sencilla honestidad, tu desnudez, tu sensualidad. Para ver si entonces puedo observar lo mismo en mí, y esconderme junto contigo, por debajo y sobre el mar. Azul, Azul, haz mi alma color azul, y abandóname en algún lugar; dámelo todo para echarse a perder, y algo sumamente especial. Algo que querer, y todo con caducidad. Azul, dame ojos color azul, y enséñame a mirar.
* * * * *
Todas las cosas esconden su pensar, su secreto más íntimo. Pero eso no sucede contigo, eres absolutamente esencial, eres azul y no tienes nada más, ni cuerpo ni alma, ni pasado. Eres idéntica a como serás. ¡Qué dicha ha de ser alcanzar tu destino, convertirme en hombre, y nada más!
El sueño de la muñeca
(basado en un sueño real).
Le hacía el amor a una muñeca de ojos de cristal y rizos dorados. A pesar de que era pequeña, su forma se adecuaba extrañamente a mi tamaño, y el cuarto en penumbra jugaba también a doblarse y desdoblarse, distorsionando sombras y objetos en repisas. Las formas eran inconsistentes, y la muñeca me acariciaba con un tremendo esfuerzo, como si su esencia plástica le presentara resistencia a su espontánea vida. Las demás muñecas la envidiaban, estáticas, desde los estantes. La amaba entre el extraño y débil brillo de nuestros cuerpos, que daban la única fuente de luz. Todo daba vueltas, y yo le hacía el amor (pacientemente) a una muñeca. Con ojos que se resistían a ser de cristal.
Pasó la escena, terminó, se cambió en un instante. Ahora estaba con una mujer de verdad, del tamaño correcto y con movimientos fluidos, sin resistencias ni cristal. De cabello negro liso, viva, entera, de carne pulsando entre mis manos.
Sabía a lo que venía, la vi avanzando hacia nosotros, entre la turbulencia del cuarto. La penumbra del cuarto se acentuó, amenazante. (No hay peor venganza que la de un juguete). Tomó a la mujer por detrás, le puso las pequeñas manos sobre el cuello, y la asfixió lentamente.
Ninguno de los dos hizo nada por detenerla, no nos fijamos, no nos importó en lo más mínimo, estábamos demasiado ensimismados. La mujer se ahogó sin cambiar siquiera un gesto, una caricia. Y yo tampoco cambié nada. Tras morir, cayó en algún lado de la cama, y yo continué con la mirada perdida en el techo, culpa de su sobredosis corporal. La muñeca ascendió a mi mirada, y entonces me ahogó a mí, sin prisas. Opté por mirarla a los ojos y dejar las manos a los costados, y no hacer nada. Estaba demasiado extasiado. En ese espacio brevísimo entre dos muertes, la muerte chiquita y la muerte real, no podría llamarle a esto una pesadilla. Puedo decir que lo disfruté, me gustó. Lo haría de nuevo.
Le hacía el amor a una muñeca de ojos de cristal y rizos dorados. A pesar de que era pequeña, su forma se adecuaba extrañamente a mi tamaño, y el cuarto en penumbra jugaba también a doblarse y desdoblarse, distorsionando sombras y objetos en repisas. Las formas eran inconsistentes, y la muñeca me acariciaba con un tremendo esfuerzo, como si su esencia plástica le presentara resistencia a su espontánea vida. Las demás muñecas la envidiaban, estáticas, desde los estantes. La amaba entre el extraño y débil brillo de nuestros cuerpos, que daban la única fuente de luz. Todo daba vueltas, y yo le hacía el amor (pacientemente) a una muñeca. Con ojos que se resistían a ser de cristal.
Pasó la escena, terminó, se cambió en un instante. Ahora estaba con una mujer de verdad, del tamaño correcto y con movimientos fluidos, sin resistencias ni cristal. De cabello negro liso, viva, entera, de carne pulsando entre mis manos.
Sabía a lo que venía, la vi avanzando hacia nosotros, entre la turbulencia del cuarto. La penumbra del cuarto se acentuó, amenazante. (No hay peor venganza que la de un juguete). Tomó a la mujer por detrás, le puso las pequeñas manos sobre el cuello, y la asfixió lentamente.
Ninguno de los dos hizo nada por detenerla, no nos fijamos, no nos importó en lo más mínimo, estábamos demasiado ensimismados. La mujer se ahogó sin cambiar siquiera un gesto, una caricia. Y yo tampoco cambié nada. Tras morir, cayó en algún lado de la cama, y yo continué con la mirada perdida en el techo, culpa de su sobredosis corporal. La muñeca ascendió a mi mirada, y entonces me ahogó a mí, sin prisas. Opté por mirarla a los ojos y dejar las manos a los costados, y no hacer nada. Estaba demasiado extasiado. En ese espacio brevísimo entre dos muertes, la muerte chiquita y la muerte real, no podría llamarle a esto una pesadilla. Puedo decir que lo disfruté, me gustó. Lo haría de nuevo.
Hay un lugar...
Hay un lugar cerca de aquí
donde salen a jugar, de noche,
las luciérnagas.
Te voy a llevar
para que veas
que nada brilla como tus ojos.
donde salen a jugar, de noche,
las luciérnagas.
Te voy a llevar
para que veas
que nada brilla como tus ojos.
Aniversario
Qué bicentenario ni qué nada. Este mes cumple un año el blog!! :) Próximamente, el tag de mis publicaciones favoritas...
Y por supuesto, nunca sobran las gracias a ustedes.
(Grabadora con aplausos, y flashes de colores).
Y por supuesto, nunca sobran las gracias a ustedes.
(Grabadora con aplausos, y flashes de colores).
Álgebra sencilla
Uno y uno, dos.
Dos y uno, tres.
Tres para trece, diez.
Ahora bien,
uno ochenta,
cabello oscuro,
simpático, irónico,
y todo puesto al revés.
Mi respuesta se complica...
Dos y uno, tres.
Tres para trece, diez.
Ahora bien,
uno ochenta,
cabello oscuro,
simpático, irónico,
y todo puesto al revés.
Mi respuesta se complica...
Inmortal
Tu recuerdo se repite incansable,
y todos los días se hacen llamar
septiembre.
Saturados de sí mismos, se copian
todos los elementos dispensables:
el sol, sus sombras, los ojos haciéndose mirar,
alguna calle de hojas secas, tú,
la paleta entera de castaños y magentas,
las circunstancias absurdas de mi pensar.
Miel de abeja. Tinta para el arranque.
(Así que arráncate de mi pecho, dulcísima.
Ya no vuelvas más).
Veta al verso y, cuando te largues,
por favor déjame dejar de leerte,
que allá afuera empieza octubre, noviembre,
diciembre...
y todos los días se hacen llamar
septiembre.
Saturados de sí mismos, se copian
todos los elementos dispensables:
el sol, sus sombras, los ojos haciéndose mirar,
alguna calle de hojas secas, tú,
la paleta entera de castaños y magentas,
las circunstancias absurdas de mi pensar.
Miel de abeja. Tinta para el arranque.
(Así que arráncate de mi pecho, dulcísima.
Ya no vuelvas más).
Veta al verso y, cuando te largues,
por favor déjame dejar de leerte,
que allá afuera empieza octubre, noviembre,
diciembre...
Así debe morir un escritor
Se precipitó al interior del cuarto, sin aliento. Cerró pesadamente la gruesa puerta metálica, y corrió todos los seguros y cadenas: uno, dos, tres, cuatro, cinco. Tomando un poco de aire, volteó hacia el interior; una estancia de techo bajo, con paredes de cemento mal recubiertas de pintura blanca. Sin ventanas, ni ductos de ventilación, ni ningún otro hueco mas que la puerta que yacía sellada a su espalda. En la esquina opuesta, descansaba una pequeña mesa cuadrada con una máquina de escribir, una silla y un costal mediano, relleno de alguna cosa.
El individuo avanzó hacia la mesita apresuradamente, con notoria ansiedad. Escudriñó rápidamente los objetos, pero le pareció no encontrar nada relevante. Tomó asiento, notando que la hoja dentro de la máquina estaba ya llena de letras. No les prestó atención, prefiriendo concentrar su histeria hacia el resto del cuarto.
Pero nada sucedió un buen rato. Ni un sonido, ninguna intermitencia de la luz, nada. Hastiado ya un poco de la extraña situación, retomó su atención al papel y leyó el primer párrafo:
"Durante años fui el confesionario de tus ideas mediocres y tus desabridas vivencias. Qué desperdicio. Pero esta noche ya tuve suficiente, hoy te haré un escritor de verdad, a costa de ti. Aquí comienza el relato de tu muerte; mejor y más importante que tu vida, que tus sueños y el trascender de tu existir, no por la muerte en sí, sino simplemente por el hecho de ser una historia. (No te preocupes, lo entenderás a tiempo). Disfruta entonces tu morir hasta el punto final.
Atentamente: la máquina de escribir."
El cuarto entero comenzó a rechinar, como si la estructura entera fuese un animal gruñendo, amenazador. Después de unos momentos regresó a su dominio el silencio.
"Antes de empezar, regó la harina del costal por todo el cuarto."
- ¿Y si no lo hago? - gritó el desesperado hombre hacia el cuarto vacío. Nadie le respondió. - ¿¡Y si no lo hago!? - El mismo silencio hizo las veces de respuesta. Decidió seguir leyendo, por no llenar el cuarto de harina.
"No me tomes a la ligera, o no te va a gustar la siguiente línea."
El hombre dudó en seguir leyendo... ¿Qué es lo que posiblemente sucedería? El papel ya tenía las letras escritas, no podían cambiarse conforme a lo que él decidiera en tan sólo un instante, y sin embargo... Sin embargo, quizá su destino ya estaba echado, y por ello las letras no necesitaban cambiar; las cosas sucederían por sí mismas, a pesar de él. Aquí no le tocaba escribir... le tocaba actuar. Además (pensó con un poco de sarcasmo) la historia se prometía como la mejor que jamás tendría en sus manos, ¿cierto?
Decidió entonces regar la harina. Lo hizo de manera uniforme, esparciéndola toda desde la esquina de la puerta y hasta terminar en la esquina de la mesita. Tomó el papel nuevamente.
"Ahora sí. Todo comenzó con unos golpes en la puerta."
La lectura fue interrumpida por golpes fuertes y secos sobre el metal. Las bisagras rechinaron, y los cerrojos amenazaron con ceder. Nubes ligeras de humo se desprendieron de la puerta sucia con cada impacto, como si del otro lado se le golpeara a ésta con un ariete.
"Las luces se apagaron, y los cerrojos se corrieron sin que nadie los tocara. Su peor miedo ya pudo cruzar el umbral de la estancia."
El cuarto quedó instantáneamente a oscuras, sin que nada se pudiera distinguir. Los golpes se detuvieron. Solamente se escuchaba la respiración rasposa del hombre. Uno a uno rechinaron los seguros de la puerta, lentamente, sin prisa. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Chillaron las bisagras, rasgando el delgado silencio. El sonido subió de tono, anunciando la llegada de la puerta a la pared.
El hombre contuvo el aliento, abriendo los ojos exageradamente, como si así pudiera mejorar su nula visión. Guardó silencio, intentando descifrar al monstruo que venía a su encuentro. Sonó una pisada dura, fría. Le acompañó otra, y una tercera; apagándose por el efecto de la harina.
Se prendieron las luces. No había nadie. La puerta yacía abierta hacia un pasillo totalmente oscuro, pero ello no era lo que había llamado la atención del hombre. A un metro de la puerta había un marco rectangular muy grande, rodeando un vidrio transparente, parecido a un espejo, el cual no tenía ningún tipo de soporte y sin embargo se erguía perfectamente sobre la harina, la cual se notaba claramente alisada por el arrastre del objeto desde afuera. Pero aún había más. Un número incierto de pisadas lodosas interrumpía la simetría de la harina aplanada por el objeto.
Al parecer alguien había entrado arrastrando el marco enfrente de sí, pero no habían huellas que salieran. Parecía que ese alguien había desvanecido. El hombre no entendía bien por qué, pero sentía cómo se le enchinaba la piel de la espalda. ¿Esto era lo que más temía? ¿Qué era lo que más temía? Bajó la vista al papel.
"Luces intermitentes entre pisadas negras... unas cuantas veces más."
Quedó a oscuras nuevamente. Las pisadas sonaban cada vez más cerca, y ya era distinguible el sonido del marco envidriado arrastrándose por la harinada superficie. Llegó la luz una vez más. El marco ya estaba a medio camino, y las pisadas habían seguido avanzando detrás. Sólo había un juego de ellas, nadie entraba o salía para continuar empujando el apócrifo espejo; al parecer el monstruo debía seguir ahí en la estancia, justo donde las pisadas terminaban pero, ¿por qué no se le veía?
La luz se fue una vez más. El sonido del marco llegó a su rostro y se detuvo. Las pisadas también. El sudor le escurría sobre el rostro. Le temblaba el labio. Decidió cerrar los ojos, había una sensación insoportable en el aire. ¿Qué es lo que le estaba esperando? ¿Cuál era su peor miedo? Por encima de los párpados cerrados notó a la luz encenderse. Abrió los ojos.
El marco se paraba a unos pocos centímetros de él, perfectamente perpendicular, y a través del vidrio podía ver el fondo del cuarto en matices borrosos. Las pisadas enlodadas se detenían frente a él, apenas separados por el cuadro. Contuvo un escalofrío y optó por analizar el marco. Éste se alzaba poco arriba de su cabeza, y si hubiese extendido las manos a los lados le habría podido tomar apenas. Era de madera oscura, sin adornos ni líneas, pero con una apariencia vieja, desgastada. Una sensación peculiar había comenzado a apoderarse de él desde hacía rato, pero no había sido lo suficientemente fuerte como para prestarle atención. Algo entre el miedo y la expectativa, la curiosidad de su propia historia frente a la muerte le llegaba a causar cierto... placer. Sí, ésa era la palabra, Placer.
De repente, la pregunta ya no era si debía seguir leyendo, sino ¿Quería seguir leyendo? Ya no era tan fuerte el temor a morir; ahora el estupor, el morbo, la curiosidad hacia una historia que está a punto de terminar le dominaba. Sí, sí quería acabar de leer, saberse muerto de alguna manera inesperada e increíble, quería saber el final, hacerlo suyo, pero si moría ahora, no iba a poder experimentar completamente esa sensación de Placer. ¡Qué importaba que se muriese! La historia, Su Historia era ahora el foco, su centro de total atención. Miró de reojo el papel, sin enfocar del todo para evitar leer. Faltaban un par de párrafos para el final, así que podía darse el lujo de leer un poco más antes de prepararse. Buscó la siguiente línea con la mirada. Si bien no era lo que esperaba en un principio, esa oración tan sencilla le abrió a un nuevo parámetro.
"Comenzó a tener ideas."
Ideas, ideas, sí. ¡Había tantas maneras de morir, tantas cosas que se le ocurrían que podrían suceder a partir de ahora! Podría envenenarse, o hacerse estallar, o hacer entrar a cualquier abominación que imaginara, o incluso salvarse. ¿Qué se le ocurriría a la máquina de escribir? Porque esto necesitaría un buen final, y estaría muy decepcionado de una muerte sencilla y mediocre. Entonces entendió. La acción o las diversas posibilidades en sí no se le hacían tan abrumadoras, sino más bien la idea de tener algo extremadamente potente a su alcance. El poder, la inmortalidad que alcanza una historia simplemente por serlo, el mensaje metafísico que le encadenaría a la eternidad le hacía dar vueltas la cabeza.
Ya no quería leer su muerte. Quería escribirla. Y tenía total certeza de que aquel final increíble que le rondaba el pensamiento ya estaba escrito a detalle en el papel. Lo dejó sobre la mesa, sin dirigirle una mirada más. Volteó precipitado hacia el marco, lleno de expectativa, el corazón latiendo a su máxima capacidad. Comenzó a narrar.
- La única fuente de luz provenía ahora del vidrio enmarcado, revelando mi creación. - Las luces se apagaron, y el vidrio emanaba una tenue luz verdosa, iluminando apenas una circunferencia estrecha. Entre el ambiente coloreado y encima de las últimas pisadas lodosas apareció un hombre viejo, decrépito y desnudo, lleno de verrugas y manchas oscuras, en evidente estado agónico y moribundo, asumiendo la misma posición corporal que él, como si en verdad existiese una especie de espejo entre ambos hombres. Cuando el escritor se movía, el otro le imitaba en perfecta coordinación.
- Helo aquí, mi peor miedo, la situación que todo hombre debe encarar. Yo debo morir para darle vida a mi creación, y ése es precisamente mi temor más grande: mi desaparición completa. Le seguiría evadiendo la vida entera, pero... es extrañamente maravilloso crear. Soy un adicto, quizá esté loco o simplemente demasiado cuerdo, pero necesito terminarte. Aunque deba forzosamente apostar la vida en ello. -
Alzó un índice para tocar el vidrio, el anciano hizo lo mismo. En el punto de convergencia el viejo atravesó el cristal, haciendo ondear suavemente la superficie, y le tomó por las muñecas. La sensación era increíble, comenzaron a sentirse, a recorrerse mutuamente. ¡Así es como debería morir un escritor, o un escultor, o un concertista; ensimismado, consumido por el objeto que él mismo ha tenido que crear! Puesto que si no se puede renunciar a todo para devorarse a sí mismo, entonces no se ha creado nada realmente. Si no se vacía sobre algo ajeno e independiente, entonces la vida entera carece de sentido, puesto que somos totalmente mortales e intrascendentes dentro de nosotros. ¡Qué maravilla es encontrar la puerta más cerca a nuestra verdadera humanidad!
- Alegre, torpe, sarcástico, subordinado, tozudo, atento, cínico, mentiroso, cariñoso, leal, ignorante, esforzado, estético, narcisista, egoísta, enfermizo, apático, enfocado, risueño, tómame en cuanto soy y rebasa los límites del cielo... -
Poco a poco el viejo dejó de ser del todo viejo; cabello empezó a brotar de su cráneo desgastado, las manchas comenzaron a atenuarse y confundirse con el color original de piel, su postura se irguió y su mirada se coloreó. La piel recordó su antigua tensión. Los músculos resaltaron cada vez más por debajo de la piel. Poco a poco se alzó ante él un joven fornido y de mirada penetrante, más grandioso que ningún otro ser humano jamás. Ropajes azulados y lujosos le cubrían ahora el cuerpo atlético. De alguna manera, su hermoso personaje se parecía muchísimo a él, y sin embargo era totalmente distinto. Era... inmortal.
- ¡Amaneceres desde la cama, olor a café, lluvia detrás de las ventanas empañadas, caminar hacia un encuentro anticipado, comprar cosas nuevas, pasto recién cortado, manejar por una calle agradable, claros de luna inesperados, ejércitos de luciérnagas, regalar flores, bicicletas...! -
El escritor comenzó a envejecer a medida que su cuento tomaba todo de él. Perdió todas las ropas. Encogió la postura, nubló su mirada, perdió el cabello y el porte elegante. Se llenó de manchas y arrugas, y a duras penas conseguía sostenerse en pie mientras acariciaba a su personaje y se vaciaba el alma a palabras. No pudo más y se quedó sin aliento, agonizante. Cayó de boca frente al peculiar espejo, sin meter las manos.
La creación desvió su atención hacia sus propias manos. Les dió vuelta mientras las escrutaba con la mirada. Se vió el cuerpo entero, la línea elegante y pronunciada, los brillantes ropajes. Antes de abandonar el cuarto sopló suavemente hacia su antiguo dueño, y el aire atravesó el vidrio sin esfuerzo. Cuando tocó al escritor, su cuerpo se deshizo como si hubiera estado hecho de arena, y ya no se le pudo diferenciar del resto de la harina regada por todo el cuarto.
El individuo avanzó hacia la mesita apresuradamente, con notoria ansiedad. Escudriñó rápidamente los objetos, pero le pareció no encontrar nada relevante. Tomó asiento, notando que la hoja dentro de la máquina estaba ya llena de letras. No les prestó atención, prefiriendo concentrar su histeria hacia el resto del cuarto.
Pero nada sucedió un buen rato. Ni un sonido, ninguna intermitencia de la luz, nada. Hastiado ya un poco de la extraña situación, retomó su atención al papel y leyó el primer párrafo:
"Durante años fui el confesionario de tus ideas mediocres y tus desabridas vivencias. Qué desperdicio. Pero esta noche ya tuve suficiente, hoy te haré un escritor de verdad, a costa de ti. Aquí comienza el relato de tu muerte; mejor y más importante que tu vida, que tus sueños y el trascender de tu existir, no por la muerte en sí, sino simplemente por el hecho de ser una historia. (No te preocupes, lo entenderás a tiempo). Disfruta entonces tu morir hasta el punto final.
Atentamente: la máquina de escribir."
El cuarto entero comenzó a rechinar, como si la estructura entera fuese un animal gruñendo, amenazador. Después de unos momentos regresó a su dominio el silencio.
"Antes de empezar, regó la harina del costal por todo el cuarto."
- ¿Y si no lo hago? - gritó el desesperado hombre hacia el cuarto vacío. Nadie le respondió. - ¿¡Y si no lo hago!? - El mismo silencio hizo las veces de respuesta. Decidió seguir leyendo, por no llenar el cuarto de harina.
"No me tomes a la ligera, o no te va a gustar la siguiente línea."
El hombre dudó en seguir leyendo... ¿Qué es lo que posiblemente sucedería? El papel ya tenía las letras escritas, no podían cambiarse conforme a lo que él decidiera en tan sólo un instante, y sin embargo... Sin embargo, quizá su destino ya estaba echado, y por ello las letras no necesitaban cambiar; las cosas sucederían por sí mismas, a pesar de él. Aquí no le tocaba escribir... le tocaba actuar. Además (pensó con un poco de sarcasmo) la historia se prometía como la mejor que jamás tendría en sus manos, ¿cierto?
Decidió entonces regar la harina. Lo hizo de manera uniforme, esparciéndola toda desde la esquina de la puerta y hasta terminar en la esquina de la mesita. Tomó el papel nuevamente.
"Ahora sí. Todo comenzó con unos golpes en la puerta."
La lectura fue interrumpida por golpes fuertes y secos sobre el metal. Las bisagras rechinaron, y los cerrojos amenazaron con ceder. Nubes ligeras de humo se desprendieron de la puerta sucia con cada impacto, como si del otro lado se le golpeara a ésta con un ariete.
"Las luces se apagaron, y los cerrojos se corrieron sin que nadie los tocara. Su peor miedo ya pudo cruzar el umbral de la estancia."
El cuarto quedó instantáneamente a oscuras, sin que nada se pudiera distinguir. Los golpes se detuvieron. Solamente se escuchaba la respiración rasposa del hombre. Uno a uno rechinaron los seguros de la puerta, lentamente, sin prisa. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Chillaron las bisagras, rasgando el delgado silencio. El sonido subió de tono, anunciando la llegada de la puerta a la pared.
El hombre contuvo el aliento, abriendo los ojos exageradamente, como si así pudiera mejorar su nula visión. Guardó silencio, intentando descifrar al monstruo que venía a su encuentro. Sonó una pisada dura, fría. Le acompañó otra, y una tercera; apagándose por el efecto de la harina.
Se prendieron las luces. No había nadie. La puerta yacía abierta hacia un pasillo totalmente oscuro, pero ello no era lo que había llamado la atención del hombre. A un metro de la puerta había un marco rectangular muy grande, rodeando un vidrio transparente, parecido a un espejo, el cual no tenía ningún tipo de soporte y sin embargo se erguía perfectamente sobre la harina, la cual se notaba claramente alisada por el arrastre del objeto desde afuera. Pero aún había más. Un número incierto de pisadas lodosas interrumpía la simetría de la harina aplanada por el objeto.
Al parecer alguien había entrado arrastrando el marco enfrente de sí, pero no habían huellas que salieran. Parecía que ese alguien había desvanecido. El hombre no entendía bien por qué, pero sentía cómo se le enchinaba la piel de la espalda. ¿Esto era lo que más temía? ¿Qué era lo que más temía? Bajó la vista al papel.
"Luces intermitentes entre pisadas negras... unas cuantas veces más."
Quedó a oscuras nuevamente. Las pisadas sonaban cada vez más cerca, y ya era distinguible el sonido del marco envidriado arrastrándose por la harinada superficie. Llegó la luz una vez más. El marco ya estaba a medio camino, y las pisadas habían seguido avanzando detrás. Sólo había un juego de ellas, nadie entraba o salía para continuar empujando el apócrifo espejo; al parecer el monstruo debía seguir ahí en la estancia, justo donde las pisadas terminaban pero, ¿por qué no se le veía?
La luz se fue una vez más. El sonido del marco llegó a su rostro y se detuvo. Las pisadas también. El sudor le escurría sobre el rostro. Le temblaba el labio. Decidió cerrar los ojos, había una sensación insoportable en el aire. ¿Qué es lo que le estaba esperando? ¿Cuál era su peor miedo? Por encima de los párpados cerrados notó a la luz encenderse. Abrió los ojos.
El marco se paraba a unos pocos centímetros de él, perfectamente perpendicular, y a través del vidrio podía ver el fondo del cuarto en matices borrosos. Las pisadas enlodadas se detenían frente a él, apenas separados por el cuadro. Contuvo un escalofrío y optó por analizar el marco. Éste se alzaba poco arriba de su cabeza, y si hubiese extendido las manos a los lados le habría podido tomar apenas. Era de madera oscura, sin adornos ni líneas, pero con una apariencia vieja, desgastada. Una sensación peculiar había comenzado a apoderarse de él desde hacía rato, pero no había sido lo suficientemente fuerte como para prestarle atención. Algo entre el miedo y la expectativa, la curiosidad de su propia historia frente a la muerte le llegaba a causar cierto... placer. Sí, ésa era la palabra, Placer.
De repente, la pregunta ya no era si debía seguir leyendo, sino ¿Quería seguir leyendo? Ya no era tan fuerte el temor a morir; ahora el estupor, el morbo, la curiosidad hacia una historia que está a punto de terminar le dominaba. Sí, sí quería acabar de leer, saberse muerto de alguna manera inesperada e increíble, quería saber el final, hacerlo suyo, pero si moría ahora, no iba a poder experimentar completamente esa sensación de Placer. ¡Qué importaba que se muriese! La historia, Su Historia era ahora el foco, su centro de total atención. Miró de reojo el papel, sin enfocar del todo para evitar leer. Faltaban un par de párrafos para el final, así que podía darse el lujo de leer un poco más antes de prepararse. Buscó la siguiente línea con la mirada. Si bien no era lo que esperaba en un principio, esa oración tan sencilla le abrió a un nuevo parámetro.
"Comenzó a tener ideas."
Ideas, ideas, sí. ¡Había tantas maneras de morir, tantas cosas que se le ocurrían que podrían suceder a partir de ahora! Podría envenenarse, o hacerse estallar, o hacer entrar a cualquier abominación que imaginara, o incluso salvarse. ¿Qué se le ocurriría a la máquina de escribir? Porque esto necesitaría un buen final, y estaría muy decepcionado de una muerte sencilla y mediocre. Entonces entendió. La acción o las diversas posibilidades en sí no se le hacían tan abrumadoras, sino más bien la idea de tener algo extremadamente potente a su alcance. El poder, la inmortalidad que alcanza una historia simplemente por serlo, el mensaje metafísico que le encadenaría a la eternidad le hacía dar vueltas la cabeza.
Ya no quería leer su muerte. Quería escribirla. Y tenía total certeza de que aquel final increíble que le rondaba el pensamiento ya estaba escrito a detalle en el papel. Lo dejó sobre la mesa, sin dirigirle una mirada más. Volteó precipitado hacia el marco, lleno de expectativa, el corazón latiendo a su máxima capacidad. Comenzó a narrar.
- La única fuente de luz provenía ahora del vidrio enmarcado, revelando mi creación. - Las luces se apagaron, y el vidrio emanaba una tenue luz verdosa, iluminando apenas una circunferencia estrecha. Entre el ambiente coloreado y encima de las últimas pisadas lodosas apareció un hombre viejo, decrépito y desnudo, lleno de verrugas y manchas oscuras, en evidente estado agónico y moribundo, asumiendo la misma posición corporal que él, como si en verdad existiese una especie de espejo entre ambos hombres. Cuando el escritor se movía, el otro le imitaba en perfecta coordinación.
- Helo aquí, mi peor miedo, la situación que todo hombre debe encarar. Yo debo morir para darle vida a mi creación, y ése es precisamente mi temor más grande: mi desaparición completa. Le seguiría evadiendo la vida entera, pero... es extrañamente maravilloso crear. Soy un adicto, quizá esté loco o simplemente demasiado cuerdo, pero necesito terminarte. Aunque deba forzosamente apostar la vida en ello. -
Alzó un índice para tocar el vidrio, el anciano hizo lo mismo. En el punto de convergencia el viejo atravesó el cristal, haciendo ondear suavemente la superficie, y le tomó por las muñecas. La sensación era increíble, comenzaron a sentirse, a recorrerse mutuamente. ¡Así es como debería morir un escritor, o un escultor, o un concertista; ensimismado, consumido por el objeto que él mismo ha tenido que crear! Puesto que si no se puede renunciar a todo para devorarse a sí mismo, entonces no se ha creado nada realmente. Si no se vacía sobre algo ajeno e independiente, entonces la vida entera carece de sentido, puesto que somos totalmente mortales e intrascendentes dentro de nosotros. ¡Qué maravilla es encontrar la puerta más cerca a nuestra verdadera humanidad!
- Alegre, torpe, sarcástico, subordinado, tozudo, atento, cínico, mentiroso, cariñoso, leal, ignorante, esforzado, estético, narcisista, egoísta, enfermizo, apático, enfocado, risueño, tómame en cuanto soy y rebasa los límites del cielo... -
Poco a poco el viejo dejó de ser del todo viejo; cabello empezó a brotar de su cráneo desgastado, las manchas comenzaron a atenuarse y confundirse con el color original de piel, su postura se irguió y su mirada se coloreó. La piel recordó su antigua tensión. Los músculos resaltaron cada vez más por debajo de la piel. Poco a poco se alzó ante él un joven fornido y de mirada penetrante, más grandioso que ningún otro ser humano jamás. Ropajes azulados y lujosos le cubrían ahora el cuerpo atlético. De alguna manera, su hermoso personaje se parecía muchísimo a él, y sin embargo era totalmente distinto. Era... inmortal.
- ¡Amaneceres desde la cama, olor a café, lluvia detrás de las ventanas empañadas, caminar hacia un encuentro anticipado, comprar cosas nuevas, pasto recién cortado, manejar por una calle agradable, claros de luna inesperados, ejércitos de luciérnagas, regalar flores, bicicletas...! -
El escritor comenzó a envejecer a medida que su cuento tomaba todo de él. Perdió todas las ropas. Encogió la postura, nubló su mirada, perdió el cabello y el porte elegante. Se llenó de manchas y arrugas, y a duras penas conseguía sostenerse en pie mientras acariciaba a su personaje y se vaciaba el alma a palabras. No pudo más y se quedó sin aliento, agonizante. Cayó de boca frente al peculiar espejo, sin meter las manos.
La creación desvió su atención hacia sus propias manos. Les dió vuelta mientras las escrutaba con la mirada. Se vió el cuerpo entero, la línea elegante y pronunciada, los brillantes ropajes. Antes de abandonar el cuarto sopló suavemente hacia su antiguo dueño, y el aire atravesó el vidrio sin esfuerzo. Cuando tocó al escritor, su cuerpo se deshizo como si hubiera estado hecho de arena, y ya no se le pudo diferenciar del resto de la harina regada por todo el cuarto.
Ojalá
Ojalá y no encuentres en él lo que creías que no te he dado.
Ojalá y te arrepientas en el
momento más privado,
que llegue yo a dominar tu mente
entre el deseo de sus manos,
entre su vientre desnudo
y su gemido desesperado.
Ojalá que te coman esta noche los gusanos.
Ojalá y un día vuelvas, cariño mío,
víbora, crisantemo desahuciado.
Ahí seguramente estaré yo; estúpido. Esperando.
(¿Tenías que ser tú a quien más he amado?)
Perdón, corrijo lo dicho, mi vida:
Te aborrezco y te amo,
y ninguna de las dos pero todo lo contrario.
Ojalá y te arrepientas en el
momento más privado,
que llegue yo a dominar tu mente
entre el deseo de sus manos,
entre su vientre desnudo
y su gemido desesperado.
Ojalá que te coman esta noche los gusanos.
Ojalá y un día vuelvas, cariño mío,
víbora, crisantemo desahuciado.
Ahí seguramente estaré yo; estúpido. Esperando.
(¿Tenías que ser tú a quien más he amado?)
Perdón, corrijo lo dicho, mi vida:
Te aborrezco y te amo,
y ninguna de las dos pero todo lo contrario.
Dios Dos y Espejo
Dios Uno ya era antes de lo primero así que, previo al primer Suspiro, tuvo que autocrearse para existir. Ello es más sencillo de lo que pudiera parecer, ya que todo lo que existe entiende que, para poder existir como tal, es necesario crear a su opuesto antes. De esta manera Dios Uno hizo antes a Dios Dos que a sí mismo, y habiendo hecho tal cosa pudo crearse como tal. Fue así que Dios Dos existió antes que Dios Uno y viceversa.
Si Dios Dos hubiese pensado en la misma creación antes que el otro, entonces este último se llamaría Dios Dos y no Dios Uno, y con tal cosa se demuestra que ni siquiera un nombre puede en sí explicar una buena diferencia entre cosas.
(Los mejores enigmas son tan sencillos que nadie les entiende, ni siquiera cuando se les explica con las mejores palabras).
Lo primero que ambos notaron es que eran totalmente idénticos pero totalmente opuestos, como si uno existiese al otro lado de un espejo sobre el cual el otro se mirara. Se observaron de frente, inmutados, por un tiempo más largo que el mismo tiempo, en medio de todo el vacío. No se perturbó ni un milímetro de vestidura, ni un párpado, ni un respiro. No había nada, y durante mucho todo ello permaneció así. Hasta que ambos, sin aviso previo, alzaron una mano.
Dios Uno alzó la izquierda al mismo tiempo que Dios Dos alzó la derecha; en el mismo ángulo, a la misma altura, con la misma velocidad y al unísono, como si en verdad jugaran a los reflejos con total perfección. Las manos permanecieron ahí, a donde sea que hayan llegado, sin que nada más hubiera cambiado en esas eternidades ininterrumpidas.
En algún momento volvieron lentamente a su lugar inicial, en la misma insoportable igualdad. Más tiempo se le sumó al tiempo, y la eternidad se hizo corta de tanto transcurrir. Entonces fue cuando hubo un parpadeo, idéntico como debía ser. Otro se le sumó, y un tercero terminó con el preludio. Se dibujó una sonrisa sobre ambos, y comenzó el Primer Suspiro.
La Inhalación fue muy simple, al menos en ese momento, dadas las interminables miradas que ambos se habían tomado para pensar en un opuesto al vacío. Habían demasiadas cosas que pensar, pero el proceso se había simplificado en demasía cuando entendieron que la nada no pudo haber estado antes que la creación, ya que el vacío no lo puede estar como tal si está lleno de nada. Al notar que el vacío estaba después de la creación y todo lo contrario, comenzó la Exhalación.
Interminables pensamientos se dispersaron fuera de ambos Dioses, creando todo lo que es. Siempre en inacabable reflejo, uno imitó lo que el otro hacía como si hubiesen sido las dos caras de un espejo infinito, en la coreografía más hermosa jamás. Giros, miradas, manos, saltos y demás movimientos fluidos e inacabables hicieron al Universo, y los Dioses bailaron como nunca jamás lo volverán a hacer.
Pero cada quien tenía su coreografía idéntica y distinta a la vez, y por tanto cada uno de ellos tenía su propia creación, acompañándolos de su respectivo lado del espejo. Una creación era exacta pero distinta de la otra, y de la misma manera enigmática se acomodaban como ambos Dioses, de frente al reflejo del otro, como si se le viera al Universo a través de un espejo. Al final del baile, solamente quedaba una cosa por hacer: al hombre. En el último instante de la coreografía ambos Dioses llevaron el índice de una mano al punto exacto donde su reflejo comenzaba, y en el lugar preciso de contacto, en el epicentro de todo, se le creó. A propósito se le creó en el centro, en el lugar exacto de convergencia entre dos creaciones, en el tacto único de dos Dioses.
El hombre, como ya se ha de adivinar, es la única cosa que no contiene opuesto, ya que no fue creado de ningún lado, sino en el centro exacto de los opuestos, sin pareja, y de ahí es que estemos benditos o condenados a jamás entendernos del todo, puesto que no tendremos nunca un punto de comparación. Los hombres somos el complemento de los opuestos, la solución a lo mutuamente excluyente, el tercer antónimo. Exactamente a la mitad, terminando (sin tener nada que ver) a ambos conceptos contradictorios.
Ambas creaciones siguen existiendo al unísono, pero siempre opuestas. Al hombre, por estar en el centro, se le ha permitido desde siempre vagar a voluntad entre ambos lugares idénticos, y de ahí que el hombre durante su vida encuentre el cielo o el infierno exactamente en "el mismo lugar", bajo circunstancias exactamente iguales.
Si Dios Dos hubiese pensado en la misma creación antes que el otro, entonces este último se llamaría Dios Dos y no Dios Uno, y con tal cosa se demuestra que ni siquiera un nombre puede en sí explicar una buena diferencia entre cosas.
(Los mejores enigmas son tan sencillos que nadie les entiende, ni siquiera cuando se les explica con las mejores palabras).
Lo primero que ambos notaron es que eran totalmente idénticos pero totalmente opuestos, como si uno existiese al otro lado de un espejo sobre el cual el otro se mirara. Se observaron de frente, inmutados, por un tiempo más largo que el mismo tiempo, en medio de todo el vacío. No se perturbó ni un milímetro de vestidura, ni un párpado, ni un respiro. No había nada, y durante mucho todo ello permaneció así. Hasta que ambos, sin aviso previo, alzaron una mano.
Dios Uno alzó la izquierda al mismo tiempo que Dios Dos alzó la derecha; en el mismo ángulo, a la misma altura, con la misma velocidad y al unísono, como si en verdad jugaran a los reflejos con total perfección. Las manos permanecieron ahí, a donde sea que hayan llegado, sin que nada más hubiera cambiado en esas eternidades ininterrumpidas.
En algún momento volvieron lentamente a su lugar inicial, en la misma insoportable igualdad. Más tiempo se le sumó al tiempo, y la eternidad se hizo corta de tanto transcurrir. Entonces fue cuando hubo un parpadeo, idéntico como debía ser. Otro se le sumó, y un tercero terminó con el preludio. Se dibujó una sonrisa sobre ambos, y comenzó el Primer Suspiro.
La Inhalación fue muy simple, al menos en ese momento, dadas las interminables miradas que ambos se habían tomado para pensar en un opuesto al vacío. Habían demasiadas cosas que pensar, pero el proceso se había simplificado en demasía cuando entendieron que la nada no pudo haber estado antes que la creación, ya que el vacío no lo puede estar como tal si está lleno de nada. Al notar que el vacío estaba después de la creación y todo lo contrario, comenzó la Exhalación.
Interminables pensamientos se dispersaron fuera de ambos Dioses, creando todo lo que es. Siempre en inacabable reflejo, uno imitó lo que el otro hacía como si hubiesen sido las dos caras de un espejo infinito, en la coreografía más hermosa jamás. Giros, miradas, manos, saltos y demás movimientos fluidos e inacabables hicieron al Universo, y los Dioses bailaron como nunca jamás lo volverán a hacer.
Pero cada quien tenía su coreografía idéntica y distinta a la vez, y por tanto cada uno de ellos tenía su propia creación, acompañándolos de su respectivo lado del espejo. Una creación era exacta pero distinta de la otra, y de la misma manera enigmática se acomodaban como ambos Dioses, de frente al reflejo del otro, como si se le viera al Universo a través de un espejo. Al final del baile, solamente quedaba una cosa por hacer: al hombre. En el último instante de la coreografía ambos Dioses llevaron el índice de una mano al punto exacto donde su reflejo comenzaba, y en el lugar preciso de contacto, en el epicentro de todo, se le creó. A propósito se le creó en el centro, en el lugar exacto de convergencia entre dos creaciones, en el tacto único de dos Dioses.
El hombre, como ya se ha de adivinar, es la única cosa que no contiene opuesto, ya que no fue creado de ningún lado, sino en el centro exacto de los opuestos, sin pareja, y de ahí es que estemos benditos o condenados a jamás entendernos del todo, puesto que no tendremos nunca un punto de comparación. Los hombres somos el complemento de los opuestos, la solución a lo mutuamente excluyente, el tercer antónimo. Exactamente a la mitad, terminando (sin tener nada que ver) a ambos conceptos contradictorios.
Ambas creaciones siguen existiendo al unísono, pero siempre opuestas. Al hombre, por estar en el centro, se le ha permitido desde siempre vagar a voluntad entre ambos lugares idénticos, y de ahí que el hombre durante su vida encuentre el cielo o el infierno exactamente en "el mismo lugar", bajo circunstancias exactamente iguales.
Insecticida
Parte I. Preludio.
Ven conmigo, luz mía,
vamos a morirnos
para bailar con las hormigas.
Sólo necesitamos apestar
un par de días
para conocer escarabajos
y alojar gusanos en las tripas.
(Señor larva, apresúrese
que mi banquete se termina;
invité a un par de ratones
y las cucarachas están en lista).
Parte II. El nudo.
A veces ya sólo sirve de alimento
aquel que ya no tiene encanto por la vida.
Y me siento en mi punto, hirviendo
en mi agonía, a fuego lento,
en mi estúpido intento
de deducir por qué tu huída
me ha llevado a este momento.
Sé que al final me darás risa,
pero aún no te pienso
de la manera en que siempre pienso;
estoy muy ocupado
enfatizando mi caída.
Llorándole a tu puñalada
en el pecho.
Corazón bañado en su tinta,
para usted, Madame Insecto.
Buen provecho,
disfrute su comida.
Parte III. La solución.
No quiero de su empatía.
Hablo en serio.
Lo único que me debo
es aplastar al reflejo
que me observa tras mis retinas;
aquel que habla y actúa
y se presenta tan correcto
Qué tal, soy Carlos,
buenos días,
y que espera a los rincones
y a las sombras de las esquinas
para desenterrar amores
y relamer viejas heridas,
como un perro sin nombre.
Matemos al animal que traigo dentro,
al ingrato que usurpó mi vida
y en quien a veces me convierto
(no por querer sufrirla
pero por querer a lo pendejo).
Cada hora es mía
y no perderé más tiempo.
Le romperé el exoesqueleto,
robaré la gracia que era mía.
Quedaré mejor que nuevo.
Me purgaré totalmente,
desde adentro.
A veces debo ser
mi propio insecticida.
Ven conmigo, luz mía,
vamos a morirnos
para bailar con las hormigas.
Sólo necesitamos apestar
un par de días
para conocer escarabajos
y alojar gusanos en las tripas.
(Señor larva, apresúrese
que mi banquete se termina;
invité a un par de ratones
y las cucarachas están en lista).
Parte II. El nudo.
A veces ya sólo sirve de alimento
aquel que ya no tiene encanto por la vida.
Y me siento en mi punto, hirviendo
en mi agonía, a fuego lento,
en mi estúpido intento
de deducir por qué tu huída
me ha llevado a este momento.
Sé que al final me darás risa,
pero aún no te pienso
de la manera en que siempre pienso;
estoy muy ocupado
enfatizando mi caída.
Llorándole a tu puñalada
en el pecho.
Corazón bañado en su tinta,
para usted, Madame Insecto.
Buen provecho,
disfrute su comida.
Parte III. La solución.
No quiero de su empatía.
Hablo en serio.
Lo único que me debo
es aplastar al reflejo
que me observa tras mis retinas;
aquel que habla y actúa
y se presenta tan correcto
Qué tal, soy Carlos,
buenos días,
y que espera a los rincones
y a las sombras de las esquinas
para desenterrar amores
y relamer viejas heridas,
como un perro sin nombre.
Matemos al animal que traigo dentro,
al ingrato que usurpó mi vida
y en quien a veces me convierto
(no por querer sufrirla
pero por querer a lo pendejo).
Cada hora es mía
y no perderé más tiempo.
Le romperé el exoesqueleto,
robaré la gracia que era mía.
Quedaré mejor que nuevo.
Me purgaré totalmente,
desde adentro.
A veces debo ser
mi propio insecticida.
Adentro de ti...
Adentro de ti, en tu fondo último
reside un beso,
sin principio ni fin,
a manera de eco, de copia idéntica
de la Flor Primera,
aquella cuya germinación lo causó todo.
Por eso estoy aquí, esperando alegre,
a que hagas de mí
lo que marzo le hace al invierno.
reside un beso,
sin principio ni fin,
a manera de eco, de copia idéntica
de la Flor Primera,
aquella cuya germinación lo causó todo.
Por eso estoy aquí, esperando alegre,
a que hagas de mí
lo que marzo le hace al invierno.
Cita segunda
El ardor en el pecho reventó al sentimiento, desarmó a las palabras y,
a pesar de sentirlo todo, no pude escribir nada.
a pesar de sentirlo todo, no pude escribir nada.
Día 18
Al menos antes te sobrevivía el aroma a perfume. Pero ya no.
Ya no invade la casa como al comienzo de tu ausencia.
Al menos antes las cosas guardaban algo de ti;
quizá tu calor, o tu tacto. Pero ya no.
Te olvidaron de la forma en que el vidrio olvida al vapor que lo nubla.
Al menos antes pensábamos más en ti.
Recuerdo el día en que moriste; comíamos quesadillas en Coyoacán,
y al ver el mensaje mamá sólo guardó silencio y le dijo a su Sidral,
A Conchita le gustaba este refresco, e hizo nectar de ojos,
agua salada, como la tristeza. Lágrimas.
Pero ya no. Te quedaste detrás, en el tiempo,
maravillada dentro de tu propia estatua.
Ensimismada, sumergida en dulce de algodón,
como un feto.
(Hacer de tripas, corazón; y de corazón, ensueño).
Al menos, claro está, hasta que huele a nardos,
y las cosas gritan tu nombre,
y el vidrio se nubla y se escuchan uñas gentiles sobre el cristal.
Es día dieciocho, y hoy has muerto de nuevo, un poco más.
Ya no invade la casa como al comienzo de tu ausencia.
Al menos antes las cosas guardaban algo de ti;
quizá tu calor, o tu tacto. Pero ya no.
Te olvidaron de la forma en que el vidrio olvida al vapor que lo nubla.
Al menos antes pensábamos más en ti.
Recuerdo el día en que moriste; comíamos quesadillas en Coyoacán,
y al ver el mensaje mamá sólo guardó silencio y le dijo a su Sidral,
A Conchita le gustaba este refresco, e hizo nectar de ojos,
agua salada, como la tristeza. Lágrimas.
Pero ya no. Te quedaste detrás, en el tiempo,
maravillada dentro de tu propia estatua.
Ensimismada, sumergida en dulce de algodón,
como un feto.
(Hacer de tripas, corazón; y de corazón, ensueño).
Al menos, claro está, hasta que huele a nardos,
y las cosas gritan tu nombre,
y el vidrio se nubla y se escuchan uñas gentiles sobre el cristal.
Es día dieciocho, y hoy has muerto de nuevo, un poco más.
Jacarandas
Ojalá que llueva, ojalá que caigan de esas gotas gordas, de las que mojan más.
(Sí, lo dije bien, hay agua que empapa más que las demás).
Ojalá y sea de noche, y me tomen a mitad de la desierta avenida.
Que enjuaguen las preocupaciones que cargo en la mente.
Que laven mi cuerpo como antaño lavaron a los padres de mis padres,
los que cargaban mi semilla milenios atrás.
Ojalá y sólo haya jacarandas alrededor. Ojalá y me inviten a jugar.
El hombre, antes, no era hombre. Era un árbol demasiado inquieto.
Era una gota, deseosa de eclosionar.
Era todo y siempre en exceso.
No cupo en ningún lado, así que se salió de sí.
Pero hoy ya no quiero, hoy quiero ser una jacaranda más.
Riégame, lluvia, con tus mejores gotas.
Regresa las raíces a mis pies, invierte la evolución de mi cabello,
devuélveme las flores y la dura corteza.
Dame los brazos que antes deseché, quiero ser un vegetal de nuevo.
Inmovilízame para siempre, quítame los ojos,
tapa todos mis agujeros y reusa mis venas.
Antes me bastaba saber que el sol salía a las seis,
el viento a las ya casi y la lluvia al veinte para el atrás.
No quiero saber nada que antes no supiera.
Quiero olvidar mi nombre, mi rostro
y la factura del gas.
Árbol eres y en árbol te convertirás.
(Sí, lo dije bien, hay agua que empapa más que las demás).
Ojalá y sea de noche, y me tomen a mitad de la desierta avenida.
Que enjuaguen las preocupaciones que cargo en la mente.
Que laven mi cuerpo como antaño lavaron a los padres de mis padres,
los que cargaban mi semilla milenios atrás.
Ojalá y sólo haya jacarandas alrededor. Ojalá y me inviten a jugar.
El hombre, antes, no era hombre. Era un árbol demasiado inquieto.
Era una gota, deseosa de eclosionar.
Era todo y siempre en exceso.
No cupo en ningún lado, así que se salió de sí.
Pero hoy ya no quiero, hoy quiero ser una jacaranda más.
Riégame, lluvia, con tus mejores gotas.
Regresa las raíces a mis pies, invierte la evolución de mi cabello,
devuélveme las flores y la dura corteza.
Dame los brazos que antes deseché, quiero ser un vegetal de nuevo.
Inmovilízame para siempre, quítame los ojos,
tapa todos mis agujeros y reusa mis venas.
Antes me bastaba saber que el sol salía a las seis,
el viento a las ya casi y la lluvia al veinte para el atrás.
No quiero saber nada que antes no supiera.
Quiero olvidar mi nombre, mi rostro
y la factura del gas.
Árbol eres y en árbol te convertirás.
Braille
Leí cada uno de tus poros una y otra vez, toda esa noche. Me ocupé de cada palabra tuya. Secos, húmedos, cálidos o en relieve. Los memoricé sin excepción.
Los hice míos; con los labios y con las yemas de los dedos. Creo que fui ciego esa noche, ¿recuerdas? Pero aún así juraría que vi sonrojar a las paredes alrededor. Alquimia, metafísica, filosofía, literatura, religión. Exquisita compilación; Almanaque. Leí en ti mi propia definición.
(Tienes oraciones más hermosas que el Corán, y en tu espalda me contaste del por qué del amor.)
Los hice míos; con los labios y con las yemas de los dedos. Creo que fui ciego esa noche, ¿recuerdas? Pero aún así juraría que vi sonrojar a las paredes alrededor. Alquimia, metafísica, filosofía, literatura, religión. Exquisita compilación; Almanaque. Leí en ti mi propia definición.
(Tienes oraciones más hermosas que el Corán, y en tu espalda me contaste del por qué del amor.)
Ángel negro
Renunció a su aura dorada a nombre de una causa mucho más alta. Yo no sabía lo que aquello implicaba, hasta que lamió mi mano extendida afuera de una tiendita; ahí fue cuando le reconocí como a un viejo amigo.
Traía los flacos huesos emplayados en pelaje irregular y oscuro, y llevaba mucho tiempo con hambre. Andaba todo el tiempo cabisbajo, y su actitud, a diferencia de los días antiguos, era recesiva y asustada. Nada le quedaba ya de lo que la memoria solía evocar, mas que su mirada llena de sol y su colita hiperactiva, deseosa de tener por quién moverse. El escéptico le despreció con la mirada; Eso a duras penas podría ser un verdadero ángel.
Pero su miseria era tan sólo la condecoración del altruismo más elevado.
Disparó directo al corazón, a quemarropa, con besos que no me dió (besos de ángel). Me dejé seguir varias cuadras, hasta llegar a casa. Le obsequié mi compañía para que comiera con calma. Después de eso le dije lo que les digo a todos los de su raza, Que Dios te bendiga todos los días de tu vida. Y desterré de mi boca una despedida que no podía obligar a pernoctar.
¿Esperabas alas y haces de luz? A veces son más... simples, los ángeles. Carne, huesos, pulgas. Al menos eso y excesos de amor; el ejército del Cielo de frente a las fauces de la grande y cruel ciudad.
Traía los flacos huesos emplayados en pelaje irregular y oscuro, y llevaba mucho tiempo con hambre. Andaba todo el tiempo cabisbajo, y su actitud, a diferencia de los días antiguos, era recesiva y asustada. Nada le quedaba ya de lo que la memoria solía evocar, mas que su mirada llena de sol y su colita hiperactiva, deseosa de tener por quién moverse. El escéptico le despreció con la mirada; Eso a duras penas podría ser un verdadero ángel.
Pero su miseria era tan sólo la condecoración del altruismo más elevado.
Disparó directo al corazón, a quemarropa, con besos que no me dió (besos de ángel). Me dejé seguir varias cuadras, hasta llegar a casa. Le obsequié mi compañía para que comiera con calma. Después de eso le dije lo que les digo a todos los de su raza, Que Dios te bendiga todos los días de tu vida. Y desterré de mi boca una despedida que no podía obligar a pernoctar.
¿Esperabas alas y haces de luz? A veces son más... simples, los ángeles. Carne, huesos, pulgas. Al menos eso y excesos de amor; el ejército del Cielo de frente a las fauces de la grande y cruel ciudad.
Puse frases
Puse frases, comencé palabras sobre un renglón
para no morir nunca.
De mi tumba sólo escapará eso;
las costras de mis palabras,
la huella de tinta sobre el papel.
Tu corazón (que realmente es el mío) se irá al pasto,
será tierra fértil para algo vivo.
El cabello, los brazos, tu suave piel (que es toda mía)
construirán árboles sobre nosotros.
El nuevo cielo se hace de raíces,
le prestaré mi sangre para volar en él.
En eco apagado se escuchará el mar.
No hay nada después, te digo,
mas que las risas a escondidas de los muertos,
y el otro lado del espejo, desde el cual nos ven.
El baile alrededor de la fogata nos espera.
El suspiro del viento será un nuevo hogar.
Nos vamos a pertenecer en donde no hay nada.
(Eres toda mía, mía y de la muerte).
Pero me voy a partir en dos, cariño,
o más bien en tres,
porque quiero vivir entre hojas para siempre.
Empecé a escribir hace muchos años;
escribí oraciones hasta el horizonte,
hasta mi cansancio, para no morir nunca.
Sobre ojos que leen,
me levantaré de las palabras un momento,
para caer una vez más a tu lado.
A tu lado y de la muerte,
a reírnos desde el otro lado de todos los espejos.
para no morir nunca.
De mi tumba sólo escapará eso;
las costras de mis palabras,
la huella de tinta sobre el papel.
Tu corazón (que realmente es el mío) se irá al pasto,
será tierra fértil para algo vivo.
El cabello, los brazos, tu suave piel (que es toda mía)
construirán árboles sobre nosotros.
El nuevo cielo se hace de raíces,
le prestaré mi sangre para volar en él.
En eco apagado se escuchará el mar.
No hay nada después, te digo,
mas que las risas a escondidas de los muertos,
y el otro lado del espejo, desde el cual nos ven.
El baile alrededor de la fogata nos espera.
El suspiro del viento será un nuevo hogar.
Nos vamos a pertenecer en donde no hay nada.
(Eres toda mía, mía y de la muerte).
Pero me voy a partir en dos, cariño,
o más bien en tres,
porque quiero vivir entre hojas para siempre.
Empecé a escribir hace muchos años;
escribí oraciones hasta el horizonte,
hasta mi cansancio, para no morir nunca.
Sobre ojos que leen,
me levantaré de las palabras un momento,
para caer una vez más a tu lado.
A tu lado y de la muerte,
a reírnos desde el otro lado de todos los espejos.
De algún lugar
De algún lugar salió tu mariposa de humo.
Estuvo libando mis sueños noches enteras.
Entró en segunda metamorfosis.
Halló un corazón profundo para crecer capullo.
Abrí los ojos una mañana y seguías aquí,
emperatriz del recinto del sueño.
Mariposa de carne y hueso.
Estuvo libando mis sueños noches enteras.
Entró en segunda metamorfosis.
Halló un corazón profundo para crecer capullo.
Abrí los ojos una mañana y seguías aquí,
emperatriz del recinto del sueño.
Mariposa de carne y hueso.
Salud por mí
Salud por mí.
Por rodear al sol una vez más.
En punto de la conjunción astral aparece esa maleta sin lugar de ser. Su interior sin fondo clama mi vertir, como cada año. Heme aquí, vaciándome allá; sobre una maleta que parece vacía. Es tan sencillo responder a su eco apagado, ¿lo ves?
Algún día me la he de llevar conmigo, con el Catador. Pero hoy no. Hoy toca el recuento de los daños. La numeración de las bendiciones. Hoy es como el día del prensado de la uva, y a través de mi zumo haremos vino. (Apriétame con cariño, vida, y saca de mí mi mejor sabor).
Llena tu copa las veces que quieras, no te limites, esto nunca se acaba, como el fondo de la maleta. Yo tampoco tengo fin. Contra todo pronóstico te presento mi esencia, añejo veintiuno y contando.
Salud por la vida llena de aroma.
Salud por mí.
Por rodear al sol una vez más.
En punto de la conjunción astral aparece esa maleta sin lugar de ser. Su interior sin fondo clama mi vertir, como cada año. Heme aquí, vaciándome allá; sobre una maleta que parece vacía. Es tan sencillo responder a su eco apagado, ¿lo ves?
Algún día me la he de llevar conmigo, con el Catador. Pero hoy no. Hoy toca el recuento de los daños. La numeración de las bendiciones. Hoy es como el día del prensado de la uva, y a través de mi zumo haremos vino. (Apriétame con cariño, vida, y saca de mí mi mejor sabor).
Llena tu copa las veces que quieras, no te limites, esto nunca se acaba, como el fondo de la maleta. Yo tampoco tengo fin. Contra todo pronóstico te presento mi esencia, añejo veintiuno y contando.
Salud por la vida llena de aroma.
Salud por mí.
Génesis
-Aún nada se me ocurre para la Creación.
-Ten confianza, el tiempo germinará en ti las ideas, como una planta.
-¿Y, qué es el tiempo? ¿Qué es eso que tu invocas? ¿Qué es una planta?
-El tiempo es la cadena que contiene a la vida, para que ésta no confiera sentido inmediato a las cosas. Las cosas necesitan crecer, pasar por un proceso largo, como tú, a la manera de las plantas.
-¿Y qué es la planta?
-Aún no lo entiendo bien, pero creo que es algo muy importante. Otro ángel cayó en la cuenta de que las plantas debían ser, ya hace algunas luces, y las plantas se manifestaron de él como un pensamiento derramado. Algo así como la piel, que a Dios le infiere contención.
-No lo entiendo del todo, y sin embargo la Transparencia me entibia con seguridad. Sé que deben ser bonitas, las plantas.
-Calma pequeño, ya habrá algo que se asomará para tu tacto, en el calor de Dios. Algo le aportarás al universo en tu ensueño cálido.
* * * * *
-Noto en ti un calor distinto.
-Yo también lo siento, creo que algo adentro de mí está cambiando. Las luces tienen... matiz.
-Creo que no te entiendo, ¿Qué es matiz?
-No lo sé, pero me siento confundido. ¿Crees que la luz se pueda ver?
-No entiendo las palabras que dices, pero sé muy bien que la luz se siente en el corazón. Como todo. Recuerda que estás en el ensueño, como el mismo Dios está ensimismado en la Creación. Lo único que hacemos es sentir, tenemos la calidez ardiendo dentro. Las cosas no se ven, eso no existe. Eres tan sólo un pensamiento Suyo, largo como la eternidad. Nada más.
-Creo que estoy a punto de inventar algo.
-¿Y tú qué crees que será el ver?
-Aún me falta... germinar. Pero algo tiene relacionado con la luz, penetrándote directamente.
-Pero la luz ya te domina por completo, ¿acaso no lo sabes? Tú eres la luz, eres un pedazo del Creador. Ver sería redundante, sería totalmente incongruente que Él necesitase adentrarse en ti. No eres distinto a la luz, eres lo mismo, eres una porción de sus rayos.
-No lo sé. A veces no entiendo nada.
-¿Qué quieres decir?
-¿Sabes? A veces siento algo muy extraño, como un calor distinto al Suyo, subiendo, apoderándose, pensándome en lugar de Dios; casi como... como si el calor proveniese de mi interior. Es una sensación ineludible que invade mi cuerpo; y pienso en Él y la luz se extingue en mí, y siento que perderé el control sin más. Empieza a gestar en mí la idea de que mi deber será terrible, que mi tarea será más grande que la de cualquier otro, y más atroz que cualquier cosa jamás. Eso siento. Le puse una palabra, aunque no creo que sea algo que haya inventado, porque es inalcanzable siquiera pensar ello. Le puse Ira. A veces siento que la Ira se apodera de mí y me deshereda de toda gracia.
-Eso es algo fuera de toda escritura. Lucifer, debes detenerte ahí. He pensado que tu esencia deambula sin rumbo fijo por el calor, has osado adentrarte demasiado en Su Transparencia, y trazas senderos en los límites de nosotros, los ángeles. Por esos caminos jamás llegarás a inventar nada... Toma todo con calma, tu camino ahí está. Pronto lo descubrirás, te descubrirás en la esencia de aquello que se derrame de tu pensar.
-Tus palabras son sabias, lo sé. Ven aquí. Durmamos, entreguémonos sin más a sus pensamientos. Disolvámonos un rato, tienes razón, necesito moldearme de nuevo.
* * * * *
-Algo te has hecho.
-Miguel, he hecho el invento más grande y terrible jamás.
-Ya no perteneces al calor. Eso murmura la Calidez, y eso siento ahora. Has quedado en la distancia, más lejos aún que el final de Dios. ¿Qué te has hecho?
-Deberías abrir los ojos también, Miguel. Todos tenemos ojos, porque todos tenemos vista. Y a través de la luz en mis ojos, puedo observar la objetiva realidad.
-El calor y la luz Es la realidad.
-No, eso es lo que Él quería que pensáramos. Pero mi Ira me volcó sobre mis córneas, y me hizo apreciar el Cielo. Ahí, escrito sobre los límites de sus dominios, está escrito casi todo lo que ha sido, es y será. Pero no como los trazos vagos de la luz, que nada claro dicen. Éstas palabras se sostienen en su propia firmeza. Mucho tiempo he leído la infinita escritura, de principio a fin innumerables veces. Estás tú, están los ángeles; están los hombres que germinarán sobre la tierra, y están todos los inventos que aún no se han hecho. Está también la historia hasta el último día. Y, por supuesto, también estoy yo. Deberías verlo, pues es algo tan maravilloso y terrible como Dios mismo, porque mi tarea es la más terrible y gloriosa de todas: todos esos espacios en blanco que claman ser completados en el marco del Cielo comandan que debo derrocarle. Para cada invento debo yo hacer un opuesto: Sombra para su luz, Muerte para su vida, Demonios para sus ángeles... y mi primer invento, la Ira, mi odio, lo guardo para él, para su sangre hecha de amor. Por eso soy Lucifer: sólo yo domino la luz y la fuerza; para ver Su escrito, los ojos, y para hacerle frente a mi destino, la furia.
-Yo rechazo tu esencia, y te nombro El Enemigo. Satanás.
-Ah, sí, también dice por aquí que germinaría en mí ese otro nombre.
-Sabes que es mi deber defender Su Creación. Mi destino es disolverte en la inexistencia.
-Bien he sabido que llegaría este momento, querido amigo, gemelo de la misma luz, pero ignoras que yo no he retado su incompleto universo. Es Él quien me ha encomendado esto: Yo soy el Patriarca de su completa oposición.
-Nadie ha escogido este camino salvo tú. Tus palabras son plantas marchitas. No hay verdad fuera de nuestro ensueño cálido. El ensueño del que tú has optado por escapar.
-Basta de palabras. Nada de lo que digamos salvará a nuestro amor. Porque yo te amé, querido amigo. Miguel. Pero el Cielo dicta que debemos luchar para siempre, a partir de este instante. Por ser ésta la primera vez, debo perder, así que dejaré que me eches lo más lejos que puedas. De todas maneras no tienes en ti la furia para deshacerme. Ésa la poseo yo. Así que date prisa, luz mía, porque debo inventar un lugar sin Dios.
-En las palabras que inflaman de tibieza a la luz, tú mueres al final.
-Con las que yo escribí, llenando huecos, desangrando el Cielo, eso no sucederá jamás.
(Acto seguido un ángel cayó del cielo como un rayo).
-Ten confianza, el tiempo germinará en ti las ideas, como una planta.
-¿Y, qué es el tiempo? ¿Qué es eso que tu invocas? ¿Qué es una planta?
-El tiempo es la cadena que contiene a la vida, para que ésta no confiera sentido inmediato a las cosas. Las cosas necesitan crecer, pasar por un proceso largo, como tú, a la manera de las plantas.
-¿Y qué es la planta?
-Aún no lo entiendo bien, pero creo que es algo muy importante. Otro ángel cayó en la cuenta de que las plantas debían ser, ya hace algunas luces, y las plantas se manifestaron de él como un pensamiento derramado. Algo así como la piel, que a Dios le infiere contención.
-No lo entiendo del todo, y sin embargo la Transparencia me entibia con seguridad. Sé que deben ser bonitas, las plantas.
-Calma pequeño, ya habrá algo que se asomará para tu tacto, en el calor de Dios. Algo le aportarás al universo en tu ensueño cálido.
* * * * *
-Noto en ti un calor distinto.
-Yo también lo siento, creo que algo adentro de mí está cambiando. Las luces tienen... matiz.
-Creo que no te entiendo, ¿Qué es matiz?
-No lo sé, pero me siento confundido. ¿Crees que la luz se pueda ver?
-No entiendo las palabras que dices, pero sé muy bien que la luz se siente en el corazón. Como todo. Recuerda que estás en el ensueño, como el mismo Dios está ensimismado en la Creación. Lo único que hacemos es sentir, tenemos la calidez ardiendo dentro. Las cosas no se ven, eso no existe. Eres tan sólo un pensamiento Suyo, largo como la eternidad. Nada más.
-Creo que estoy a punto de inventar algo.
-¿Y tú qué crees que será el ver?
-Aún me falta... germinar. Pero algo tiene relacionado con la luz, penetrándote directamente.
-Pero la luz ya te domina por completo, ¿acaso no lo sabes? Tú eres la luz, eres un pedazo del Creador. Ver sería redundante, sería totalmente incongruente que Él necesitase adentrarse en ti. No eres distinto a la luz, eres lo mismo, eres una porción de sus rayos.
-No lo sé. A veces no entiendo nada.
-¿Qué quieres decir?
-¿Sabes? A veces siento algo muy extraño, como un calor distinto al Suyo, subiendo, apoderándose, pensándome en lugar de Dios; casi como... como si el calor proveniese de mi interior. Es una sensación ineludible que invade mi cuerpo; y pienso en Él y la luz se extingue en mí, y siento que perderé el control sin más. Empieza a gestar en mí la idea de que mi deber será terrible, que mi tarea será más grande que la de cualquier otro, y más atroz que cualquier cosa jamás. Eso siento. Le puse una palabra, aunque no creo que sea algo que haya inventado, porque es inalcanzable siquiera pensar ello. Le puse Ira. A veces siento que la Ira se apodera de mí y me deshereda de toda gracia.
-Eso es algo fuera de toda escritura. Lucifer, debes detenerte ahí. He pensado que tu esencia deambula sin rumbo fijo por el calor, has osado adentrarte demasiado en Su Transparencia, y trazas senderos en los límites de nosotros, los ángeles. Por esos caminos jamás llegarás a inventar nada... Toma todo con calma, tu camino ahí está. Pronto lo descubrirás, te descubrirás en la esencia de aquello que se derrame de tu pensar.
-Tus palabras son sabias, lo sé. Ven aquí. Durmamos, entreguémonos sin más a sus pensamientos. Disolvámonos un rato, tienes razón, necesito moldearme de nuevo.
* * * * *
-Algo te has hecho.
-Miguel, he hecho el invento más grande y terrible jamás.
-Ya no perteneces al calor. Eso murmura la Calidez, y eso siento ahora. Has quedado en la distancia, más lejos aún que el final de Dios. ¿Qué te has hecho?
-Deberías abrir los ojos también, Miguel. Todos tenemos ojos, porque todos tenemos vista. Y a través de la luz en mis ojos, puedo observar la objetiva realidad.
-El calor y la luz Es la realidad.
-No, eso es lo que Él quería que pensáramos. Pero mi Ira me volcó sobre mis córneas, y me hizo apreciar el Cielo. Ahí, escrito sobre los límites de sus dominios, está escrito casi todo lo que ha sido, es y será. Pero no como los trazos vagos de la luz, que nada claro dicen. Éstas palabras se sostienen en su propia firmeza. Mucho tiempo he leído la infinita escritura, de principio a fin innumerables veces. Estás tú, están los ángeles; están los hombres que germinarán sobre la tierra, y están todos los inventos que aún no se han hecho. Está también la historia hasta el último día. Y, por supuesto, también estoy yo. Deberías verlo, pues es algo tan maravilloso y terrible como Dios mismo, porque mi tarea es la más terrible y gloriosa de todas: todos esos espacios en blanco que claman ser completados en el marco del Cielo comandan que debo derrocarle. Para cada invento debo yo hacer un opuesto: Sombra para su luz, Muerte para su vida, Demonios para sus ángeles... y mi primer invento, la Ira, mi odio, lo guardo para él, para su sangre hecha de amor. Por eso soy Lucifer: sólo yo domino la luz y la fuerza; para ver Su escrito, los ojos, y para hacerle frente a mi destino, la furia.
-Yo rechazo tu esencia, y te nombro El Enemigo. Satanás.
-Ah, sí, también dice por aquí que germinaría en mí ese otro nombre.
-Sabes que es mi deber defender Su Creación. Mi destino es disolverte en la inexistencia.
-Bien he sabido que llegaría este momento, querido amigo, gemelo de la misma luz, pero ignoras que yo no he retado su incompleto universo. Es Él quien me ha encomendado esto: Yo soy el Patriarca de su completa oposición.
-Nadie ha escogido este camino salvo tú. Tus palabras son plantas marchitas. No hay verdad fuera de nuestro ensueño cálido. El ensueño del que tú has optado por escapar.
-Basta de palabras. Nada de lo que digamos salvará a nuestro amor. Porque yo te amé, querido amigo. Miguel. Pero el Cielo dicta que debemos luchar para siempre, a partir de este instante. Por ser ésta la primera vez, debo perder, así que dejaré que me eches lo más lejos que puedas. De todas maneras no tienes en ti la furia para deshacerme. Ésa la poseo yo. Así que date prisa, luz mía, porque debo inventar un lugar sin Dios.
-En las palabras que inflaman de tibieza a la luz, tú mueres al final.
-Con las que yo escribí, llenando huecos, desangrando el Cielo, eso no sucederá jamás.
(Acto seguido un ángel cayó del cielo como un rayo).
Hoy
La lluvia le hacía el amor al suelo esta mañana. Pero el sol ni siquiera se enteró, atrapado como estaba en su cama, amarrado a sueños de mejor clima. Estaba con la luna, quizás.
Adentro, la armonía del piano improvisaba un cálido resguardo. La melodía derramaba su eco sobre el salón, como una cúpula intangible. Impermeable. La música le hacía el amor al piano.
El cielo amó sin prisa al pavimento, y nosotros aprovechamos el encierro para revivir a Tchaikovsky entre duela, zapatillas y corazón. Se hizo a sí mismo el amor, entre tanto arpegio.
Así fue hasta medio día, bajo la lluvia edulcorada. Todos hicieron el amor este día, incluso yo. Yo amé al piso usando los pies. Eso y la duela, las zapatillas blancas, y mi inflado corazón.
Adentro, la armonía del piano improvisaba un cálido resguardo. La melodía derramaba su eco sobre el salón, como una cúpula intangible. Impermeable. La música le hacía el amor al piano.
El cielo amó sin prisa al pavimento, y nosotros aprovechamos el encierro para revivir a Tchaikovsky entre duela, zapatillas y corazón. Se hizo a sí mismo el amor, entre tanto arpegio.
Así fue hasta medio día, bajo la lluvia edulcorada. Todos hicieron el amor este día, incluso yo. Yo amé al piso usando los pies. Eso y la duela, las zapatillas blancas, y mi inflado corazón.
Nan
I.
Esperé todo el día
a que las palabras
se durmieran
sobre el verso.
Cariño, traicioné a mis palabras.
Confiadas en sus rimas
despreocupadas,
las deshebré a cuartetos
de mi ventrículo derecho.
Quedaron un poco
desarregladas,
por eso me sale
este poema
tan mal hecho.
Pero entiende
que a media madrugada
no es sencillo
extirparse frases
del pecho.
Léeme, sin más,
antes de que surta
efecto el
arrepentimiento.
Porque
es difícil
hacer
que mis
palabras
te
digan
que
te
quiero.
II.
Eres suave a mi mudo recuerdo,
como una flor cuando llega al tacto.
No sé si pueda explicarlo,
pero tu belleza es el tiempo entero.
Disculpa este soneto tan malo,
pero aún no sé cómo decir un te quiero
sin tantos alegatos.
No soy bueno usando palabras
de contrabando.
Voy a intentarlo,
lo prometo.
Sé que a veces
le prestas
tu calor al verano.
Sé que el estío te pide
el dorado de tu cabello,
para las hojas que caerán
del árbol.
Sé que tu piel la usa, a veces,
el invierno.
Y sé que el tornasol de tu mirada
pertenece a la primavera
desde hace años.
Sé que es tonto todo esto,
pero entiende que
eres el tiempo entero,
las estaciones corriendo
a tus flancos,
de ti dependiendo,
como el sonido del silencio,
o los dedos para la mano,
y no sé si es bueno
habernos tornado en tanto,
pero en tanto tiempo,
porque quizá sea muy tarde
para decirte que te quiero.
III.
Las palabras
se están
despertando.
Como
tu espalda
sin mis labios,
cargaré
mi boca
sin aliento.
Te digo
que es
la última vez
que te
digo que
te quiero.
(Tu risa se la
regalas al viento).
De las
palabras,
tan sólo
queda
un
estracto.
(El mar se inspiró
en tus sueños.
Las estrellas,
en tus retinas,
titilando).
Se
me
olvidan
los
versos.
(Eres
un poco
de todo
lo que
veo.
Sol
ensimismado.
Universo
paralelo).
Se
terminó
el encantamiento.
No hay
más
letras
que
las
que
hablo.
(Encantado
y
resuelto.
Así
quedo,
renovado.
El corazón
por letras
amordazado).
T
e
q
u
i
e
......
Muñeca
Muñeca, deja de verme con esos ojos tristes. Por favor, trata de entender lo que sucede entre nosotras; déjame hablar esta vez, y decirte todo aquello que alguna vez pensé que supondrías.
Mira linda, tú sabes cómo te quise. Sabes que las tardes eran eternas cuando te sostenía en mis brazos, y que entre nosotras dos nada podía salir mal, jamás. También sé la forma en que tú me amaste, y que tu vida no reanudaba mientras yo no estuviera ahí, para ti. Sé, sabemos todo ello como sabemos nuestra piel, y por eso duele lo que debo decirte, muñeca, pero no puedo continuar haciéndote más daño. Quiero enmendar el amor que hubo entre nosotras, para poderlo recordar el resto de mi vida, magnífico, imperecedero. Inmaculado. Para terminar de plasmar tu tatuaje en mi memoria, fresco para siempre.
Un día, sin darme cuenta, te empecé a querer un poco menos. No sé cuándo, ni por qué. Quizá fueron los amigos que comencé a hacer, quizá dejé de encontrar algo en ti, quizá fue simplemente que cambié como todo el mundo cambia... pero no puedes culparme del todo, así son las relaciones a esta edad... efímeras. Hermosa, lo nuestro no podía durar para siempre, al menos no como lo hubiéramos querido en un principio.
En fin, algo pasaba que nos tuvimos que separar, inconscientes de ello. Nos dejamos de ver un par de días, empezamos a hablar con menos frecuencia, empecé a hacer mis cosas por aparte. Cada vez te volvías más indiferente a mi mirada, muñeca, cada vez me observabas con más... vidrio. Ésa es la palabra. Se te metió el vidrio a la mirada. A mí se me metió la edad. De alguna manera, me siento vieja. Un poco exhausta.
De verdad me siento mal al tener que pronunciar estas palabras, porque probablemente no me vuelvas a hablar después de esto. Pero necesito que entiendas que no te dejé de amar realmente, muñeca. Solamente el amor que tú esperabas a diario mudó por uno distinto. Nunca quise... desgastarte... usarte sin tregua de la forma en que te usé para después hacerte a un lado, pero ya el tiempo me hacía crecer. Ya no soy una niña. Ya dejé la primaria en el pasado, ya no me desagradan los chicos como en esa edad. Ya casi no juego como solía hacerlo, por favor entiende, Muñeca, que esto es algo que tenía que suceder. A veces me gustaría volver el tiempo, y jugar contigo todo el día, pero no puedo empujar al tiempo al revés.
Por favor entiende que siempre te voy a querer...
¿Muñeca? ¿No me vas a responder?
(En el estante tan olvidado, la muñeca ya no ha vuelto a hablar. Sólo mira fijamente, con vidrio en esa mirada antaño radiante).
Mira linda, tú sabes cómo te quise. Sabes que las tardes eran eternas cuando te sostenía en mis brazos, y que entre nosotras dos nada podía salir mal, jamás. También sé la forma en que tú me amaste, y que tu vida no reanudaba mientras yo no estuviera ahí, para ti. Sé, sabemos todo ello como sabemos nuestra piel, y por eso duele lo que debo decirte, muñeca, pero no puedo continuar haciéndote más daño. Quiero enmendar el amor que hubo entre nosotras, para poderlo recordar el resto de mi vida, magnífico, imperecedero. Inmaculado. Para terminar de plasmar tu tatuaje en mi memoria, fresco para siempre.
Un día, sin darme cuenta, te empecé a querer un poco menos. No sé cuándo, ni por qué. Quizá fueron los amigos que comencé a hacer, quizá dejé de encontrar algo en ti, quizá fue simplemente que cambié como todo el mundo cambia... pero no puedes culparme del todo, así son las relaciones a esta edad... efímeras. Hermosa, lo nuestro no podía durar para siempre, al menos no como lo hubiéramos querido en un principio.
En fin, algo pasaba que nos tuvimos que separar, inconscientes de ello. Nos dejamos de ver un par de días, empezamos a hablar con menos frecuencia, empecé a hacer mis cosas por aparte. Cada vez te volvías más indiferente a mi mirada, muñeca, cada vez me observabas con más... vidrio. Ésa es la palabra. Se te metió el vidrio a la mirada. A mí se me metió la edad. De alguna manera, me siento vieja. Un poco exhausta.
De verdad me siento mal al tener que pronunciar estas palabras, porque probablemente no me vuelvas a hablar después de esto. Pero necesito que entiendas que no te dejé de amar realmente, muñeca. Solamente el amor que tú esperabas a diario mudó por uno distinto. Nunca quise... desgastarte... usarte sin tregua de la forma en que te usé para después hacerte a un lado, pero ya el tiempo me hacía crecer. Ya no soy una niña. Ya dejé la primaria en el pasado, ya no me desagradan los chicos como en esa edad. Ya casi no juego como solía hacerlo, por favor entiende, Muñeca, que esto es algo que tenía que suceder. A veces me gustaría volver el tiempo, y jugar contigo todo el día, pero no puedo empujar al tiempo al revés.
Por favor entiende que siempre te voy a querer...
¿Muñeca? ¿No me vas a responder?
(En el estante tan olvidado, la muñeca ya no ha vuelto a hablar. Sólo mira fijamente, con vidrio en esa mirada antaño radiante).
Tres días de oscuridad parte 3
(Larga fue la espera por la historia, en lo que germinaba dentro de mí. No los demoro más. Gracias. Lean.)
* * * * *
El nivel de la sangre ya rebasaba la mitad de la escalera, así que todavía teníamos un poco de tiempo. Algunas latas y objetos diversos, como el colchón, comenzaban a flotar ligeramente a la deriva, siguiendo una débil trayectoria circular alrededor de todo el cuarto, seguramente provocada por la forma en que caía la sangre. La silueta tenue de las cosas se dibujaba con debilidad por la única fuente de luz, la vela.
Estábamos bastante tranquilos, a decir verdad. Lo peor ya había pasado. Mamá ya había dejado de llorar, gritar, entrar en ataques de pánico, o mirar perdidamente al vacío; y Manuel por fin había dejado de lado esa terca plática en la que intentaba convencer a mamá de que sí había una forma coherente de escapar. A falta de saber qué hacer, terminamos haciendo una especie de última cena en los escalones de más arriba. Para ese momento en el que lo decidimos, el chorro de sangre ya cubría varios escalones por completo.
Nadie se atrevía a tocar la sangre, ni siquiera para agarrar algún objeto flotante. Ésta fluía con velocidad desde un lateral de la puerta, embarrándose copiosamente sobre la pared y cayendo hacia el cuarto, como una cascada formando un lago en la penumbra. Casi no pudimos tomar nada antes de resguardarnos en los escalones, por lo que la última cena no fue tan suntuosa como el nombre lo presume. Una botellita de agua y duraznos en almíbar, para ser exactos. Vaya forma de morir. Pero lo pasamos bien, por extraño que eso parezca.
-¿De verdad crees que nos merezcamos esto?
-¿A qué te refieres?
-A esto. Esto. Tener que ser... castigados. Yo creo que no somos malos. Yo no creo que alguien sea malo realmente. Todos tenemos el mismo origen, vamos al mismo destino, somos capaces de hacer el bien. Yo creo que esto no nos lo merecemos, al menos no todos.
-Ay, hijo, te voy a decir lo que yo creo. No somos malos, eso te lo creo. Pero tampoco hacemos nada por la miseria ajena, por pensar en la inutilidad de las guerras, en la falacia que te ofrece el dinero... Yo creo que estamos pisando el borde del abismo que separa a la bondad de la maldad, y creo también que tenemos lo que merecemos.
-Sí, pero piensa, la forma más lógica de salir de aquí es si...
-Quizá yo no quiera que salgamos de aquí. No si no es lo nuestro. Quizá lo mejor sea que esperemos a reclamar lo que merecemos desde hace tiempo. Si nadie nos salva, entonces debemos pertenecer aquí. Quizá alguien nos salve en el último momento, cuando el cuarto se llene por completo; o quizá es una prueba a nuestra paciencia, y en algún momento se va a detener.
-No, pero mira mamá, si todos juntos abrimos...
-No hijo, no hay que hacer nada. Si voy a morir, quiero morir con ustedes, y quiero morir porque así lo elijo yo, no porque alguien me imponga el destino.
El almíbar disfrutó de otro corto rato de silencio.
-Siempre pensé en Dios como alguien... o algo... demasiado lejano, como si fuera algo que le sucede a alguien más. Nunca me sentí realmente compenetrado con él, es como si hubiera necesitado que se terminara el mundo para realmente sentirlo cerca de mí. La vida diaria era siempre demasiado... ordinaria. Siento que aún no puedo terminar de creer en él.
La sangre devoró otro escalón. Quité mis pies del piso, subí un escalón más. Escuché cómo todos se recorrieron instintivamente, como yo. La cabeza de Menito tocó la puerta, que hacía las veces del techo. La sangre nos salpicaba un poco, pero al pasar del tiempo no sucedió nada distinto y nuestra angustia disminuyó, pudimos ignorarlo a medias.
-Ay hijo mío, tienes todo para creer... Yo vi a Dios en sus rostros siempre, desde el momento en que nacieron de mí.
Los tres nos juntamos en un abrazo cálido, que bien pudo haber durado una edad completa. No dije nada, realmente nadie podía contestar a una frase así. Yo no sabía realmente qué era Dios; igual que Manuel, siempre me lo había puesto como alguien distante... alguien a quien le rezaba todas las noches, o a quien le pedía cosas, o a quien visitaba algunos domingos. Pero realmente no era parte medular de mi vida, era como una cosa más, tan cotidiano y monótono (y, tengo que aceptarlo, tan indiferente) como lavarme los dientes. ¿Eso me convertía en una mala persona? ¿Qué iba a ser de mí, de qué forma iba a ser juzgado? ¿Qué pasaba si nadie venía por nosotros? ¿Qué pasaba si sólo se salvaban algunos de nosotros? ¿Qué pasaba si, efectivamente, nadie venía?
-Ya queda muy poco espacio, creo que a este ritmo será mejor si nos paramos sobre los escalones inundados. Ya saben, para reducir un poco la claustrofobia.
El chorro de sangre que corría por la pared parecía habernos escuchado. Aceleró su ritmo, se precipitó furiosa, salpicándonos, como si quien controlara su flujo hubiera abierto de golpe la llave de paso. Posamos sobre ella la mirada, saturada de miedo. Menito frunció un poco su gesto, y se tocó el pecho en señal de dolor.
-Estoy bien, fue sólo una pequeña molestia.
Quedamos en silencio. Nos abrazamos un poco más. La sangre subía ahora desenfrenada, como si se llenara desde el fondo, resuelta a terminar la pesadilla en pocos minutos. Mi hermano bajó unos cuantos escalones, empapándose las piernas de color rojo, para poder erguirse sin que le estorbara el techo. Le seguimos tímidamente. La sangre se sentía un poco caliente al contacto con los pies, pero no era como agua. Era más bien como un líquido espeso, entrando torpemente por los zapatos y a través de los calcetines. A través de los pantalones. No se sentía bien. Pero ya no importaba realmente. Prefería esa sensación a la de ahogarme en sangre.
Afuera se empezaron a escuchar los pajaritos. Nos miramos en impactante silencio.
-¿Y si ya terminó todo?
Otro escalón sucumbió en la oscura sangre. Mamá tomó la vela en sus manos para que no se apagara.
-No, no, es un engaño. Es una tentación para que abramos.
-¡Mamá, pero eso no tiene sentido! ¿Qué otra señal esperas?
-¡¿Qué no recuerdas lo que pasó cuando te asomaste?!
-¡Pero esto es distinto! Escúchame... No, tan sólo escúchame. Mira, si no abrimos, morimos ahogados de seguro. ¡Si abrimos, quizá no morimos! ¡Entiende es la opción más conveniente, porque lo peor que puede pasar es que quedemos igual! ¡Condenados! ¡No perdemos nada!
Un escalón más. Moverse ya era difícil. No íbamos a a tener luz por mucho tiempo.
-Está bien. Abre.
Menito dió media vuelta rápido, hacia la cerradura.
-¿Dónde está la llave?
-¡Está abierto, nadie le echó cerradura!
-¡No abre!
-¡No la jales, empuja!
-¡¡ESPERAAAA!!
Me sorprendió mi propia voz, siempre tan débil.
-¡Es una trampa porque la sangre sigue cayendo!
Desesperados, nadie había notado eso. Qué error tan estúpido. Mientras, otro escalón más. Las arañas se revolvían, desesperadas, porque sabían que se acercaba el fin.
Quedamos un poco derrotados. Ya no había nada por hacer. Nos miramos con la cara triste, el silencio roto por la sangre hambrienta de techo.
-Mamá, te quiero.
-Y yo a ti, Manuel, hijito.
Se abrazaron. Menito me cargó en sus brazos, y quedamos los tres así por un segundo. Luego fue cuando lo dijo:
-Perdón.
Y me aventó con todas sus fuerzas hacia el centro del cuarto, que casi se llenaba de sangre. Yo no sabía nadar.
Escuché el grito de mamá a medias, como un rumor sordo entre mis malas pataleadas y mis oídos sumergidos. La vi lanzarse hacia mí, vela en mano. Todo quedó en oscuridad, y la vela seguramente se perdió en sangre. Todo era muy confuso, me intentaba mover para regresar a la orilla, pero era tan difícil... Mi cuerpo no respondía a mi comando de supervivencia. Sólo sentía sangre del rostro para abajo, como una alberca muy confusa. Sentí algo junto a mí, el colchón. Mamá llegó también, me sintió con las manos, se aferró también al colchón, histérica. Entre los gritos y la sangre agitada, reconocimos una voz familiar:
-¿¿¡Y qué pasa si me vacío el corazón de sangre!??
No entendimos nada. Todo estaba demasiado oscuro.
-¿¿¡¡Y QUÉ PASA SI ME VACÍO EL CORAZÓN DE SANGRE!!??
Nadie le respondió a Manuel.
-No puedo evitarlo, necesito creer en Dios.
Escuchamos un golpe seco, y un gemido apagado. La sangre dejó de ecucharse correr por la pared. Nada se movió en ese segundo infinito.
Se escuchó como una explosión. El cuarto se llenó de luz, luz proveniente del pecho de Menito. Luz que reflejaba la superficie brillante de un cuchillo en su mano, un cuchillo que acababa de ser enterrado en un corazón. Menito permanecía de pie, admirando su pecho incandescente, los botones abiertos de la camisa, como si ésta contuviera adentro a un sol. La sangre le brotaba del pecho de una manera grotesca y majestuosa, entre rayos potentes. Se hizo de día en el cuarto bajo tierra. Se iluminó también la sangre en la que flotábamos, pero no como un efecto de la luz del pecho, sino como si la luz proviniese de sí misma, como si la sangre se hubiera transformado en luz, en oro puro líquido. El sonido de explosión se alargó hasta la eternidad. También el brillo de la sangre dorada. Pero no pude cerrar los ojos. Recargado sobre la pared, a punto de extinguirse, Menito supo que lo había conseguido.
Recordaré su rostro lleno de paz, por siempre, porque esa fue la última vez que lo vi. El brillo de la luz se hizo más intenso, la sangre áurea pareció extenderse más allá de las paredes del cuarto y de nuestros pies a la deriva, más allá de mí y de mamá, y de Menito, y del cuarto que tanto había sufrido en penumbra. Más allá del techo, y las arañas, y el mundo exterior. Quedamos envueltos en un haz de luz infinito e inacabable.
Ahí, terminó todo.
* * * * *
Epílogo.
Mucho tiempo ha pasado desde esos días extraños y cortos. Hoy relato esto, una vez más, a nombre de la memoria de los hombres que alguna vez nos alzamos sobre el polvo del que venimos, para no olvidar nunca nuestras horas distantes y confusas, antes de la nueva luz en el nuevo mundo. No es importante si relato quiénes o cuántos se salvaron (si es que así puedo llamarle), y quiénes se perdieron dentro de sus propios corazones. Lo que sí sé es que, en algún punto de esa luz que siempre me rodea y que por siempre perdura, hallo el calor y el palpitar de mi hermano, Manuel. Menito.
* * * * *
El nivel de la sangre ya rebasaba la mitad de la escalera, así que todavía teníamos un poco de tiempo. Algunas latas y objetos diversos, como el colchón, comenzaban a flotar ligeramente a la deriva, siguiendo una débil trayectoria circular alrededor de todo el cuarto, seguramente provocada por la forma en que caía la sangre. La silueta tenue de las cosas se dibujaba con debilidad por la única fuente de luz, la vela.
Estábamos bastante tranquilos, a decir verdad. Lo peor ya había pasado. Mamá ya había dejado de llorar, gritar, entrar en ataques de pánico, o mirar perdidamente al vacío; y Manuel por fin había dejado de lado esa terca plática en la que intentaba convencer a mamá de que sí había una forma coherente de escapar. A falta de saber qué hacer, terminamos haciendo una especie de última cena en los escalones de más arriba. Para ese momento en el que lo decidimos, el chorro de sangre ya cubría varios escalones por completo.
Nadie se atrevía a tocar la sangre, ni siquiera para agarrar algún objeto flotante. Ésta fluía con velocidad desde un lateral de la puerta, embarrándose copiosamente sobre la pared y cayendo hacia el cuarto, como una cascada formando un lago en la penumbra. Casi no pudimos tomar nada antes de resguardarnos en los escalones, por lo que la última cena no fue tan suntuosa como el nombre lo presume. Una botellita de agua y duraznos en almíbar, para ser exactos. Vaya forma de morir. Pero lo pasamos bien, por extraño que eso parezca.
-¿De verdad crees que nos merezcamos esto?
-¿A qué te refieres?
-A esto. Esto. Tener que ser... castigados. Yo creo que no somos malos. Yo no creo que alguien sea malo realmente. Todos tenemos el mismo origen, vamos al mismo destino, somos capaces de hacer el bien. Yo creo que esto no nos lo merecemos, al menos no todos.
-Ay, hijo, te voy a decir lo que yo creo. No somos malos, eso te lo creo. Pero tampoco hacemos nada por la miseria ajena, por pensar en la inutilidad de las guerras, en la falacia que te ofrece el dinero... Yo creo que estamos pisando el borde del abismo que separa a la bondad de la maldad, y creo también que tenemos lo que merecemos.
-Sí, pero piensa, la forma más lógica de salir de aquí es si...
-Quizá yo no quiera que salgamos de aquí. No si no es lo nuestro. Quizá lo mejor sea que esperemos a reclamar lo que merecemos desde hace tiempo. Si nadie nos salva, entonces debemos pertenecer aquí. Quizá alguien nos salve en el último momento, cuando el cuarto se llene por completo; o quizá es una prueba a nuestra paciencia, y en algún momento se va a detener.
-No, pero mira mamá, si todos juntos abrimos...
-No hijo, no hay que hacer nada. Si voy a morir, quiero morir con ustedes, y quiero morir porque así lo elijo yo, no porque alguien me imponga el destino.
El almíbar disfrutó de otro corto rato de silencio.
-Siempre pensé en Dios como alguien... o algo... demasiado lejano, como si fuera algo que le sucede a alguien más. Nunca me sentí realmente compenetrado con él, es como si hubiera necesitado que se terminara el mundo para realmente sentirlo cerca de mí. La vida diaria era siempre demasiado... ordinaria. Siento que aún no puedo terminar de creer en él.
La sangre devoró otro escalón. Quité mis pies del piso, subí un escalón más. Escuché cómo todos se recorrieron instintivamente, como yo. La cabeza de Menito tocó la puerta, que hacía las veces del techo. La sangre nos salpicaba un poco, pero al pasar del tiempo no sucedió nada distinto y nuestra angustia disminuyó, pudimos ignorarlo a medias.
-Ay hijo mío, tienes todo para creer... Yo vi a Dios en sus rostros siempre, desde el momento en que nacieron de mí.
Los tres nos juntamos en un abrazo cálido, que bien pudo haber durado una edad completa. No dije nada, realmente nadie podía contestar a una frase así. Yo no sabía realmente qué era Dios; igual que Manuel, siempre me lo había puesto como alguien distante... alguien a quien le rezaba todas las noches, o a quien le pedía cosas, o a quien visitaba algunos domingos. Pero realmente no era parte medular de mi vida, era como una cosa más, tan cotidiano y monótono (y, tengo que aceptarlo, tan indiferente) como lavarme los dientes. ¿Eso me convertía en una mala persona? ¿Qué iba a ser de mí, de qué forma iba a ser juzgado? ¿Qué pasaba si nadie venía por nosotros? ¿Qué pasaba si sólo se salvaban algunos de nosotros? ¿Qué pasaba si, efectivamente, nadie venía?
-Ya queda muy poco espacio, creo que a este ritmo será mejor si nos paramos sobre los escalones inundados. Ya saben, para reducir un poco la claustrofobia.
El chorro de sangre que corría por la pared parecía habernos escuchado. Aceleró su ritmo, se precipitó furiosa, salpicándonos, como si quien controlara su flujo hubiera abierto de golpe la llave de paso. Posamos sobre ella la mirada, saturada de miedo. Menito frunció un poco su gesto, y se tocó el pecho en señal de dolor.
-Estoy bien, fue sólo una pequeña molestia.
Quedamos en silencio. Nos abrazamos un poco más. La sangre subía ahora desenfrenada, como si se llenara desde el fondo, resuelta a terminar la pesadilla en pocos minutos. Mi hermano bajó unos cuantos escalones, empapándose las piernas de color rojo, para poder erguirse sin que le estorbara el techo. Le seguimos tímidamente. La sangre se sentía un poco caliente al contacto con los pies, pero no era como agua. Era más bien como un líquido espeso, entrando torpemente por los zapatos y a través de los calcetines. A través de los pantalones. No se sentía bien. Pero ya no importaba realmente. Prefería esa sensación a la de ahogarme en sangre.
Afuera se empezaron a escuchar los pajaritos. Nos miramos en impactante silencio.
-¿Y si ya terminó todo?
Otro escalón sucumbió en la oscura sangre. Mamá tomó la vela en sus manos para que no se apagara.
-No, no, es un engaño. Es una tentación para que abramos.
-¡Mamá, pero eso no tiene sentido! ¿Qué otra señal esperas?
-¡¿Qué no recuerdas lo que pasó cuando te asomaste?!
-¡Pero esto es distinto! Escúchame... No, tan sólo escúchame. Mira, si no abrimos, morimos ahogados de seguro. ¡Si abrimos, quizá no morimos! ¡Entiende es la opción más conveniente, porque lo peor que puede pasar es que quedemos igual! ¡Condenados! ¡No perdemos nada!
Un escalón más. Moverse ya era difícil. No íbamos a a tener luz por mucho tiempo.
-Está bien. Abre.
Menito dió media vuelta rápido, hacia la cerradura.
-¿Dónde está la llave?
-¡Está abierto, nadie le echó cerradura!
-¡No abre!
-¡No la jales, empuja!
-¡¡ESPERAAAA!!
Me sorprendió mi propia voz, siempre tan débil.
-¡Es una trampa porque la sangre sigue cayendo!
Desesperados, nadie había notado eso. Qué error tan estúpido. Mientras, otro escalón más. Las arañas se revolvían, desesperadas, porque sabían que se acercaba el fin.
Quedamos un poco derrotados. Ya no había nada por hacer. Nos miramos con la cara triste, el silencio roto por la sangre hambrienta de techo.
-Mamá, te quiero.
-Y yo a ti, Manuel, hijito.
Se abrazaron. Menito me cargó en sus brazos, y quedamos los tres así por un segundo. Luego fue cuando lo dijo:
-Perdón.
Y me aventó con todas sus fuerzas hacia el centro del cuarto, que casi se llenaba de sangre. Yo no sabía nadar.
Escuché el grito de mamá a medias, como un rumor sordo entre mis malas pataleadas y mis oídos sumergidos. La vi lanzarse hacia mí, vela en mano. Todo quedó en oscuridad, y la vela seguramente se perdió en sangre. Todo era muy confuso, me intentaba mover para regresar a la orilla, pero era tan difícil... Mi cuerpo no respondía a mi comando de supervivencia. Sólo sentía sangre del rostro para abajo, como una alberca muy confusa. Sentí algo junto a mí, el colchón. Mamá llegó también, me sintió con las manos, se aferró también al colchón, histérica. Entre los gritos y la sangre agitada, reconocimos una voz familiar:
-¿¿¡Y qué pasa si me vacío el corazón de sangre!??
No entendimos nada. Todo estaba demasiado oscuro.
-¿¿¡¡Y QUÉ PASA SI ME VACÍO EL CORAZÓN DE SANGRE!!??
Nadie le respondió a Manuel.
-No puedo evitarlo, necesito creer en Dios.
Escuchamos un golpe seco, y un gemido apagado. La sangre dejó de ecucharse correr por la pared. Nada se movió en ese segundo infinito.
Se escuchó como una explosión. El cuarto se llenó de luz, luz proveniente del pecho de Menito. Luz que reflejaba la superficie brillante de un cuchillo en su mano, un cuchillo que acababa de ser enterrado en un corazón. Menito permanecía de pie, admirando su pecho incandescente, los botones abiertos de la camisa, como si ésta contuviera adentro a un sol. La sangre le brotaba del pecho de una manera grotesca y majestuosa, entre rayos potentes. Se hizo de día en el cuarto bajo tierra. Se iluminó también la sangre en la que flotábamos, pero no como un efecto de la luz del pecho, sino como si la luz proviniese de sí misma, como si la sangre se hubiera transformado en luz, en oro puro líquido. El sonido de explosión se alargó hasta la eternidad. También el brillo de la sangre dorada. Pero no pude cerrar los ojos. Recargado sobre la pared, a punto de extinguirse, Menito supo que lo había conseguido.
Recordaré su rostro lleno de paz, por siempre, porque esa fue la última vez que lo vi. El brillo de la luz se hizo más intenso, la sangre áurea pareció extenderse más allá de las paredes del cuarto y de nuestros pies a la deriva, más allá de mí y de mamá, y de Menito, y del cuarto que tanto había sufrido en penumbra. Más allá del techo, y las arañas, y el mundo exterior. Quedamos envueltos en un haz de luz infinito e inacabable.
Ahí, terminó todo.
* * * * *
Epílogo.
Mucho tiempo ha pasado desde esos días extraños y cortos. Hoy relato esto, una vez más, a nombre de la memoria de los hombres que alguna vez nos alzamos sobre el polvo del que venimos, para no olvidar nunca nuestras horas distantes y confusas, antes de la nueva luz en el nuevo mundo. No es importante si relato quiénes o cuántos se salvaron (si es que así puedo llamarle), y quiénes se perdieron dentro de sus propios corazones. Lo que sí sé es que, en algún punto de esa luz que siempre me rodea y que por siempre perdura, hallo el calor y el palpitar de mi hermano, Manuel. Menito.
Ya casi no pienso en ti
Ya casi no pienso en ti. Me levanto temprano a hacer un poco de ejercicio, a desayunar bien. A decir verdad, me dedico el día de manera tan egocéntrica como puedo. Descanso, me arreglo, duermo un rato, me dedico al ocio. En las tardes voy a la escuela, y me entretengo en el camión pensando en todas esas personas que (sin saberlo) se atraviesan en mi camino. Participo en clase, hago la tarea, tomo apuntes, pierdo el tiempo chateando, o escribiendo éstas tonterías. Regreso, estoy con mamá, ceno un poco, y me acuesto.
Sobreviví un día más sin necesidad de ti.
Pero cae la noche que tanto inmoviliza mi frágil mundo, y las horas de la madrugada se estiran, renuentes a olvidarte, por miedo a dejarte ir. Se estiran al límite, como si fueran de goma, tan sólo para repetir tu nombre un millar de veces más, y ver si te materializan entre las sábanas, para darme el calor que tanto quise demandarte.
Ya casi no pienso en ti, tan sólo te dedico a regañadientes unas horas necias y perdidas en la obertura del sueño. Pero aún así, ojos bonitos, qué bien me dueles aquí en el pecho.
Sobreviví un día más sin necesidad de ti.
Pero cae la noche que tanto inmoviliza mi frágil mundo, y las horas de la madrugada se estiran, renuentes a olvidarte, por miedo a dejarte ir. Se estiran al límite, como si fueran de goma, tan sólo para repetir tu nombre un millar de veces más, y ver si te materializan entre las sábanas, para darme el calor que tanto quise demandarte.
Ya casi no pienso en ti, tan sólo te dedico a regañadientes unas horas necias y perdidas en la obertura del sueño. Pero aún así, ojos bonitos, qué bien me dueles aquí en el pecho.
J.O.S.H.
Me hubiera encantado llevarte a algún lugar. Pero ya no puedo, me toca cargar tus maletas. Enfrente de nuestras casas, el pinche parque queda en silencio. Solía esperarme en vano, como tú, tan sólo a que yo te dijera Vente, vamos a jugar todo el día.
Llego a esta línea y ya no puedo escribir nada más.
(Ayer en la noche, revolví mi plato de avena con el agua de mis ojos).
Llego a esta línea y ya no puedo escribir nada más.
(Ayer en la noche, revolví mi plato de avena con el agua de mis ojos).
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